(“No con quien naces, sino con quien paces”, La lozana andaluza, Francisco Delicado)
El amor, ¿miedo al amor?, ¿miedo al casamiento? (Agujero negro que parece devorar o realizar, según la suerte, a los varones. El primer amor de Samuel Beckett:
- Déjate devorar, yo te amo –te dice la compañera.
- ¿Quieres que me arriesgue, enteramente? –Le contestas que eso es “La Metamorfosis” (Dalí también se creía lo de un insecto con una “Mantis” antes de conocer a Gala y sus cerezas).
Te dejaré salir –te dice-, sin esfuerzo te dejaré perderte en tu soledad (la de Kafka, la de Proust...,) después de sementar, sembrar hijos, difundirte y propagarte en mí.
- Sí, si eres un monstruo, te advierto; yo solo lucho contra Dragones –contesté-. Eres como una perla que se enhuesó en mi concha. No temo la perla, sino que en la noche, en burla, burlando, se convierta en cacerola.
¿Patinamos? –me dijiste Vera en la DDR, seamos felices, pan y cebolla en la adversidad, y más oro en la senda favorable del patinaje y que nunca se convierta en patíbulo. Yo lo creí, pero no di ni un paso.
“Lo que tengo que hacer, no puedo hacerlo más que solo. Poner en claro los fines últimos”, confiesa Kafka a su buen amigo Max Brod. Loco o genio, desordenado por no tener mujer, Kierkegaard se apunta. El “te temo” (no porque me persigas/ sino porque me cercas) de Pessoa y por tanto, “su bofetada” antes de que sea demasiado tarde e irreversible: el niño. Papandreu se ha vuelto a casar. Goethe amaba a las mujeres. Schiller, su amigo inseparable, amaba a los niños y a las mujeres. Ambos se casaron. Como sean los objetos decorativos de sus respectivas casas, así entenderemos la psicología de Amor. Cervantes se casó; al Quijote no le dejó.
Si a los treinta año no te has casado, tu apedreada abuela de Cataluña te dirá que no eres romántico ni maduro. ¡Ahora que yo empezaba a disfrutar de la vida!
Pero, dime, ¿qué te rodea?,¿qué te cerca?
Niñas, imberbes, pijas, hipnotizadas por el aire, las novelas y el “show” del más payaso infante o aquellas secretarias albayaldadas de televisor, que teclean y fotocopian tus pensamientos y sentimientos, de infames dinerarias ideas. ¿Viste pasar a la cometa Venus griega, diosa y estrella?, ¿o se eclipsó?. Y no volvió.
¿Pero no vale la pena un juego de estos, Vera, en que te arriesgas a no encontrarlo? –te pregunto.
Al tropezar una mañana en la piscina de Jumbo con una mujercita que iba en buena dirección, me dije, ¿hay pretextos que justifiquen que cortes el hilo, te pongas a flotar y nunca más vuelvas a aterrizar?
“ALEJATE, APARTATE, SEPARATE”, son palabras que no te atreves a decirle a ella, por eso eres tú el que se aleja, el que se aparta, el que se separa, el que huye “victorioso” con las orejas gachas pero con dientes de lobo. “Nadie sabe que tu secreto es huir de ellas”. La soledad y el ahogo harán nacer en ti, un Kafka, con sentimientos de culpabilidad, que fue la clave de su obra y vida –como indaga Ch. Moeller en “Literatura del siglo XX y Cristianismo”-.
“Encastillamiento” místico de K.: Ella es inocente, yo soy culpable. No debo ser bueno, no debo adulterarla, ¿complejo Edipo? Le diré adiós a Vera, en la puerta de entrada, en el compromiso matrimonial, como Pessoa, Marcel Proust o García Lorca (las torres de Córdoba y el novio, jinete herido de muerte allá va). ¿Para qué huir? Apetéceme dejar que las cosas sigan su camino y no trabar en observaciones inútiles. Hay que adentrarse en la sociedad y la familia es la célula primaria –te dice <<>>-. “Este peligro no es imaginario, antes por lo contrario es más real que las cosas reales” –le contesto kafkianamente.
Desde septiembre a finales de noviembre de 1912, Kafka en éxtasis, pasa sus noches escribiendo, “América”, “Metamorfosis”..., en vez de estar en la cama, junto a mí, la señorita F.B., ¿cuáles son sus fines últimos? –escribe airada, pero complaciente la que pudo ser su primera esposa-. Kafka se sitúa y se hunde en sus temas (como F. Pessoa en su covil cervigudo), como un animal se hunde en “La Madriguera” que ha fabricado:
“Arreglé la madriguera y parece que salió bien. Del exterior apenas se ve un grandioso agujero, ese agujero no conduce a ninguna parte [...]. Sin embargo, a unos pasos del orificio, se abre la verdadera entrada, cubierta por una capa de musgo, que yo puedo levantar: si hay en este mundo alguna cosa segura es este lugar”.
Los fines últimos de los que hablaba fueron la tuberculosis y el sanatorio. En Praga en 1920 cara a cara con su enfermedad y la mano de Milena Jesenska..., ésta, el último cuchillo que hurgó en su llaga...”Sin ascendiente, sin matrimonio, sin descendientes, con un vehemente deseo de ascendientes, de matrimonio, de descendientes. Me buscan, pero no me encuentran” –llora Kafka- La literatura maldita o mágico realista, que vislumbró, la religión hebrea, su enfermedad, la ruina económica..., desmoronaron su casamiento. Después de muerto le seguimos su pista por pura casualidad, pues mandó quemar todos sus escritos, pero alguien no le obedeció; de haberse casado (historia que no pudo escribir), tal vez hubiese actuado como el profesor Kien en la novela premio nobel “Auto de fe” de Elías Canetti, en el que a los cuarenta años se casa con la sirvienta que contrató para limpiar la biblioteca; no tiene cultura y él, fiel a la verdad, la maltrata. Ella le envenena y flirtea con otros. La casa no tiene muebles. Ella logra comprarlos...
May 26, 2010
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