May 13, 2010

LA CASA DEL DIABLO (HELL FIRE WOOD)


La carretera se hace larga, solitaria, pero atrayente. Los carromatos gitanos, gitanos rubios, se agolpan a ambos lados del camino: gallinas, perros y podencos andan sueltos, al igual que la chatarra. Alguien te observa en el interior de los remolques, pero no ves más que chiquillos con la cara sucia, grasientos e indiferentes. El cementerio judío celebra un entierro: rabinos silenciosos, sombras de la tumba, lloran sin llorar. Deslizan cuidadosamente la caja: no faltan las rejas encubridoras. Las demás casas están cerradas, franqueadas por algo misterioso. Gárgolas sin rostro, esfinges de demonios y animales mutilados, defienden los pórticos. Nadie responde. El amanecer es majestuoso; primero un sol radiante, luego nubes traidoras que lo ahogan, a continuación la lluvia, y todo en un lapso de tiempo. Un cruce une los sentimientos de miedo, ansias y tiempo. TIEMPO...hay tiempo...nadie te vigila, pero alguien te ve; estás solo pero tu espíritu aumenta con un presentimiento superior al de la libertad. Al fin lo ves: aquello a quien todos tienen miedo en la noche...HELL FIRE CLUB.
El sendero está resbaladizo, y los pies pierden el equilibrio en el paso por el fango. La subida se hace interminable. Una chica se desnucó en ella. Su tumba y la roca criminal te miran con recelo. ¿Qué se siente al pisar la muerte o al apoyarse sobre algo mortal? Nada. Al fin tierra firme: llueve fuertemente, y atrás queda la bajada. ANSIAS, incontenibles ansias: nadie te espera, te convences de ello. Ante mí unas ruinas: aquí dicen que habita el diablo. Hay techo y llueve dentro...¡qué mayor diablura! La humedad se apodera de la piedra, la oscuridad ya reinaba. Los ciegos no verían y los videntes se cegarían ante la panorámica: un Dublín triste, un mar bravío y unas montañas viejas.
Desde el balcón se divisaba todo: grité, creía dominarlo: el silencio sumiso de los árboles sería suficiente...continuaba lloviendo. La noche cayó de golpe, había perdido la noción del tiempo: corría, tenía miedo. MIEDO, acostumbrado miedo a lo que no existe. Resbalé y me puse perdido...no me importaba mancharme. Tras, y entre unas ramas apareció un toro irlandés sin cuernos. No, ¡no era el diablo! Los faros de un coche vislumbraron mi silueta de loco. No, ¡no era yo el que corría en medio de la carretera!, ¡no, no era yo el que me creía dueño de mi ser! No advertí el cementerio: estaban todos callados; pero sí a los perros que mantenían despierta y en guardia a la miseria gitana ya olvidada en el frío de la noche.
Descalzo, junto a la lumbre del fogaril y una taza caliente entre mis manos, adormecido al aroma del té, contemplaba guerreros entre las llamas. Mi rostro se quemaba. No habia visto al diablo pero había encontrado a Dios.

(Firhouse-Dublín, august 1978)
Autobús 49 Firhouse-Tallaght

No comments:

Post a Comment