November 16, 2009

EL VAGABUNDO HAZAS

Jose Manuel trabaja en la Torre Europa, donde hay mucha competitividad, y le ha dado una moneda al vagabundo Hazas que está en la puerta antes de entrar. El empleado eficaz tiene dos cartas y en contra una escalera: espera que lo que tenga en este rascacielos sea una escalera encubierta que es lo que se le presenta, y que por eso la odia: cree que lo que él tiene es un buen par de comodines actuantes, además hay no menos de catorce espectadores, dos ausentes, tres o seis despedidos y seiscientos clientes hostiles. Pero sus dos comodines y él son perfectos, son el Odio le dice a su compañero, y su rebeldía mayor es mear a disgusto donde no le dejan ni respirar. Un comodín se lo han comido por ser joven y prematura su acción, primitiva e intrépida, y el otro se ha escondido indeleblemente. La escalera tiene dos escalones fuertemente enlazados, unidos, pero hay uno que quiere:"con trés,/ hacer traspiés", tal vez en esto esté su suerte: "Al primero lo hizo caer,/ el segundo se ausentó,/ y al tercero será rematar". Él habrá sido quien en bajando habrá empujado,/ y el segundo se habrá ladeado. Y ya están pasando la fregona. Y ya sabe lo que hará mañana: una gran meada.

¿Qué lleva en su saco el vagabundo Hazas? Un ejemplar de La Farola, una cuchilla de afeitar del héroe de Chamberí, restos de las cuentas del Gran Capitán, queso seco de la venta más próxima envuelto en un viejo periódico con la foto del cuadro goyesco de Saturno devorando a sus hijos, el ala derecha de un juguete de un niño rico de las pasadas Navidades, clavos de los esclavos del Archivo de Indias, un cristal piramidal del parque de Berlín, una piel de pétalo rosa de elefante, restos del chiringuito inválido de Ventas, la caperuza de una hucha de la colecta pasada del Domund, parte de una antena parabólica, un pedazo de los últimos vaqueros Lewis 501, un tique de la butaca de su último amigo muerto del acompañante fantasma en la patera de Santa Cruz del Mar, una botella vacía de un antiguo vino de Oporto, y una barra de pan duro que le dieron de limosna unas monjas de un convento de Arturo Soria, y otras menudeces. Yo podría acabar como él.

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