No es lo mismo saber que no saber.
Enseñar que no enseñar.
Hablar que no hablar.
Escribir que no escribir.
Cuando lees tienes un compromiso con el libro de acabarlo, terminar de devorarlo y a ser posible digerirlo, y asimilarlo lo máximo posible. Por eso más que literatura superficial me gusta el ensayo veraz y lúcido. Necesito ideas para funcionar y fundamentar mi realidad. A veces me las aportan familiares y amigos y las anoto. Pero me gusta siempre emprender algo nuevo.
Los libros han llegado a mí por prístino azar, son ellos los que se me insinúan y me cortan el paso en mi camino. Pero previamente los he concebido, necesitado y soñado despierto con ellos. Ha sido un encuentro mutuo. Y muy fructífero porque han constituido mi ser. De lo bueno de los libros y de su lectura.
La vida valía la pena si se coronaba en un libro.
Diego de Torres Villarroel era un joven salmantino tan soplado como yo.
Muchos libros serán escritos y pocos valdrán. El tiempo asienta lo que es una obra de arte, aquélla que de generación en generación seguirá siendo comentada y rescrita. Y la hará eterna. Por eso es una obra de arte.
Uno debe hacerse su propia tradición. Por eso debe leer mucho. Tiene toda la tradición anterior por leer.
Se lee bien entre los veinte y los treinta años. ¡Se pueden leer, resumir y memorizar en ese tramo de edad al menos unos cien libros al año!
Cuando se lee se desempolva el espíritu de un libro. Se resucita al autor. Con los libros me he comunicado con el Cielo.
La luz del sol es luz lectora. Y hasta las moscas gordas y negras leen posadas en la hoja de una planta de la Torre Picasso. Los ríos, como el río Tormes, leen cartas de amor tiradas desde un puente romano.
Cuando un libro se moja resucita el alma con que fue hecho.
Llorar sobre un libro es una petición que siempre escucha Dios.
Iba en el metro parapetado con La Guerra del Peloponeso de Tucídices. Un libro que me servía de escudo repantingado en mi asiento. He abandonado libros en los autobuses de la Castellana para prestarlos a otra conciencia desconocida.
Arrancaba las hojas de la Metafísica de Aristóteles cuando iba por el Paseo de la Habana. Un amigo del colegio me denunció por eso a mis compañeros. Y me hice famoso. Era muy profundo y me era muy difícil pasar página. Y quería acabar de leerlo alguna vez en mi vida. Y eso que era joven.
Pensé que a Kafka le hubiera ido bien respirar el aire de Guadarrama.
De joven compraba los libros por el título. Luego los que estaban mal escritos, los leía a vista de aeroplano. Ahora ni los leo si están mal escritos. Lectores al fin y al cabo somos con mil ojos de mariposas.
Escribí Pequeñas Excogitaciones como Pascal y tuve una esquizofrenia religiosa, de razón y fe, con San Agustín, Santo Tomás de Aquino y Unamuno.
Mi maestro el filósofo y humanista sevillano y ambulante Juan Blanco de Sedas decía que el libro de Moby Dick le cogió como un toro, y que los libros que adquieres van construyendo tu biblioteca.
Compraba dos, tres y cuatro libros a la semana en la librería de barrio “El Buscón”. Ahora visito varias bibliotecas, veo sus fondos y cojo de las Novedades. Y si el libro es muy bueno y quiero poseerlo entonces lo compro. Y si es muy caro me espero a Navidades.
Leyendo a Spinoza en los autobuses de Madrid me sucedieron muchas casualidades con la gente y con los lugares o puntos mágicos parapsicológicos del Universo que conocemos en “triacs y tiristors” de los campos eléctricomagnéticos.
Mi libro preferido sigue siendo las OBRAS de Santa Teresa de Jesús. Cuando cumplí la mayoría de edad me levantaba al amanecer del verano para leerlo por las cuatro calzadas romanas que están entre Martinamor y Alba de Tormes y luego entraba en la casa de un pastor a sosegar mi espíritu. Tuve una vivencia mística entre encinas, olivares y polvo de oro salmantino con aquel castellano simple, claro, ático y circular de la Santa de Ávila. Si estuviera en la cárcel es el libro que me acompañaría junto con los Salmos y el Nuevo Testamento.
Gracias a las OBRAS de San Juan de la Cruz alcancé la Beatitud en la Iglesia de San Marcos mientras descansaba del trabajo de mozo de Gestoría media hora leyéndolo por las mañanas alternas.
Cuando leo se produce en la arena de la mente, la lucha ética entre lo que es bueno y lo que es malo en nuestro interior.
Un libro es un alma moribunda que te acompaña. Haz el favor de leerlo. Y si es malo, perdónalo. Pero algo te habrá hecho pensar y sugerido. Si no, abandónalo en el purgatorio a merced de lluvias y vientos.
En mi bolsillo de la chaqueta o del pantalón siempre llevaba un libro cuando era joven y había quedado con mis amigos. Luego un boli y un papel cual pirata al encuentro de una aventura. Iba a tirar a dar.
Con la castidad no se puede leer los poemas de Keats.
Nunca he plantado un libro debajo de un árbol. Quizás si lo tuviere en mi jardín ese árbol daría frutos de Erasmo.
Siempre frente a la tele con un libro en las manos. Así me he reeducado frente a la caja tonta.
Ningún libro me es ajeno. Me está diciendo. “mírame, estoy aquí, cógeme y léeme”. A mi mujer sigo regalándola una rosa de rojo pasión.
Me gustaría escribir como los trenecitos negros que escribió Augusto Roa Bastos en Yo, El Supremo.
Como Joyce me llovieron en mi mente las lluvias de ideas y me crecieron los neologismos. Y como Beckett también me vinieron monólogos brillantes. Pero en la adolescencia, fue Hamlet, con quien realmente me identifiqué.
Gracias a los libros vivo cien mil vidas.
El vino de Fausto abre las puertas del infierno si se derrama al suelo en Navidad. Mi padre Anselmo era muy parecido físicamente a Goethe y espiritualmente a la nada de Mefistófeles.
Aprendía de una biografía que Napoleón era Hijo de Fortuna.
Si me hubiera quedado a vivir en Irlanda creo que escribiría diaria y poéticamente en inglés con un estilo como el de Yeats y Ezra Pound.
De Kafka, salté a Alejo Carpentier y de ahí a Cortazar, como de piedrecita en piedrecita, así fue pasando mi juventud y mi drama interior de alma enferma.
El Tesoro de la Lengua de Covarrubias es otra de mis Biblias o mazacotes que tengo en casa para por si acaso, pierdo el espíritu de buen cristiano y el ingenio de Gracián, o la Real Academia saca un Diccionario inflacionista.
Y una profesora de ética de Hamburgo dice que los alemanes tienen toda la literatura europea para levantar la cabeza. Y un Papa.
¿Se leía en las diligencias españolas? Montaigne seguro que sí en sus viajes por las tabernas suizas y tantos otros escritores que viajan en tren, en coche o en avión para no pensar en lo fatal. En la Enfermedad y en la Muerte. Para no sufrir esperando y pensando en cosas negativas, para contagiarnos levemente con el paisaje del viaje o porque el trayecto nos obliga a pensar o para distraernos espiritualmente por eso leemos. Y Aristóteles era peripatético.
Los buenos libros,
cuando los lanzas al aire,
mueven sus alas
como las palomas del Espíritu Santo
con más o menos catálogo o Índice.
Cada mañana de sábado en el VIPS de Bilbao me ventilaba cuarenta páginas del Ulises dublinés con una botella de agua con gas tomada a traguitos. Y luego me leí el madrileño Luces de Bohemia de Valle Inclán.
La primera vez que hice el amor lo hice acompañándome de la recitación de un libro de Pablo Neruda "20 Canciones de amor y una canción desesperada". Mi amada, no paraba de reírse, y yo no acababa.
Mucha escritura de empresa es de Maquiavelo. Di una conferencia sobre él que dejó extasiados a los bermejos de El Buscón.
Del archivo de la oficina saqué cuarenta quilos de textos narrativos.
Me gustó más la Eneida de Virgilio. Y la Ilíada me pareció una guerra de quincalleros. Y el Ulises me recordó a Las Argonáuticas de Apolonio de Rodas.
Cioran me pareció como el cianuro y Dalí un genio pintor de cerezas. Di una conferencia sobre él pero la del rumano no tuve oportunidad. Estimé a la personita lisboeta en Pessoa y di una conferencia sobre su caso clínico y otra conferencia sobre el sefardita Elías Canetti.
Para las conferencias me tenía que leer todas su obras y ensayar la dicción en casa.
Me gustaría escribir como si pintara. Es algo divino.
De Rembrandt me gustó que pintara como si escribiera con una tiza.
Al leer se levanta el espíritu del libro.
El Aire como Espíritu.
Los espíritus quieren formar parte de algo de la Naturaleza.
Los sueños son mensajes de la Absoluta Naturaleza.
Me gustaría hacer de la numerología, literatura. Que los números hablasen. Pero son un cálculo moderno mezquino, orden, análisis, porcentajes, ciencias exactas y no son notas musicales. Pero acompañados de palabras sanan, se produce la química, y nos llevan a la Luna.
Mi biblioteca llegó a trescientos setenta y cinco libros de los clásicos cuando me hice un cuarentón y me casé. Pero mi mujer tenía más de tres mil novelas tan anchas como zócalos.
En mí la costumbre de leer es buena y de escribir es una imperante necesidad. Y los papelitos son mis alas. Constantemente estoy a la caza de ácaros.
Un niño en su cuarto leyendo no corre ningún peligro. A no ser que le incite al suicidio como el sociólogo Durkheim causante de la muerte de un compañero en primero de Políticas cuya universidad estaba pegada a La Moncloa.
Lamento que se suicidara el autor de Ignatius de La Conjura de los Necios porque no le publicaban su libro.
Cuando de joven ordenaba mi biblioteca cada dos años y clasificaba los libros, sucedían cosas extrañas, mis amigos y allegados o morían o sufrían espantosos accidentes.
La religión se sustenta en dos libros sagrados: la Biblia y el Corán. ¿Qué le pasa a la casa que no tiene libros? Que no perdura.
Stefan Zweig me hizo creer que me hubiera gustado ser el conde Fersen y enamorarme de María Antonieta y salvarla.
Antonio Nebrija dio una Gramática en 1492 a los Reyes Católicos para su andadura universal.
No me gustó que Mr. Hyde diera un empellón a una niña. Y con ese libro de Stevenson aprendí esa palabreja. Pero me pareció magnífico que pudiera encerrar al diablo en una botella. Y de Werther aprendí la palabra vehemente. Y de santa Teresa la palabra ruin.
Me da pena que Borges saliera ciego de La Alhambra sin poder contemplar Granada.
Casanova me enseñó mucho en sus Breviarios sobre las mujeres. Al final fue un pequeño filósofo como tal vez el Marqués de Sade.
Cuando veo a una mujer lectora, me digo, deja el libro, hagamos el amor, y luego vuelve a leer, y me lo cuentas. Creo que estas mujeres son las más eróticas y dionisíacas.
Azaña era más un literato que un político. Escribió sobre la fragmentación del mosaico español si ganan las izquierdas. Y en su República fue providencial para las derechas.
Yo quiero la República de las Letras. Con un Rey, mi Dios.
En la depresión leer a Job. Cantad y recitad poesías como aconseja Ray Bradbury. Y Jesús curaba el espíritu con metáforas.
Todo lo del Quijote, como lo del primer mono, empezó por la lectura simbólica. Todos mis problemas de insomnio empezaron por querer leer mucho sin cortar y descansar. Me ahogaba en un Océano de la Humanidad tan grande.
Después de leer libros pasé a leer Enciclopedias. La entelequia del alma de Kant sigue su camino pidiendo cada vez más de lo que acostumbra y ha gustado. Ahora voy por el segundo tomo de la Británnica.
En Sobre la lectura de Marcel Proust habla de "que ciertos casos patológicos, de depresión espiritual, que la lectura puede convertirse en una especie de disciplina terapéutica (como al escribir a máquina, ver las letras ordenadas, en mi caso me cura, y uniforma el pensamiento). Pero la lectura puede introducirnos en ella, pero no la constituye". Leer es conocer pensando, adquirir la experiencia de mil ojos, "una amistad sincera, y el hecho de que se profese a un muerto, a un ausente, le da algo de desinteresado, algo casi conmovedor". A mí me gusta describir y analizar la realidad, me siento un analista de insectos y plantas, me siento muy a gusto como cuando Proust dice "se hace patente su buen estado de salud, tanto física como intelectual, en la brillantez de colorido de su pensamiento".
September 03, 2010
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