April 26, 2012

LA IDEA DESAPARECIDA Y EL ESPÍRITU EUROPEO: MARIA ANTONIETTA MACCIOCCHI



En la oposición entre Siglo de las Luces y Romanticismo, que es también antagonismo entre dos concepciones de la cultura, la francesa y la alemana, oposición bastante esquemática y con muchos problemas, pero utilizable provisionalmente para los fines de este razonamiento, a las dos interpretaciones se les suele dar la vuelta, como a un traje viejo, según las épocas y según quien domine la historia de Europa. Hoy se suele adscribir al Volksgeist, término que aparece en 1744, en Otra filosofía de la historia de la humanidad, de Herder, para designar el genio nacional, la aproximación romántica a la idea de Europa.


De un lado está la nación de Herder, con la afirmación del genio popular, del que la lengua es la matriz estable; por otro, Robespierre y los émulos de Rousseau, del Contrato social, para quienes la nación es un cuerpo que hay que constituir, a través del cual la pertenencia a lo humano se resuelve con la pertenencia a la ciudad, con la integración.


Tengo a la vista un artículo del filósofo Alain Finkielkraut, aparecido en Lettre Internationale, en el cual expone con envidiable prosopopeya el dilema que se le plantea al europeo: "Nuestro problema ahora (y creo que es cuestión capital) está en decidir qué idea de Europa defendemos: la idea elaborada por Spengler en La decadencia de Occidente, o bien la que expresa Julien Benda en el Discurso a la nación europea".


La idea de Europa desciende de la Ilustración y el Romanticismo que, juntos, forman la herencia de la que bebemos. "La Idea de Europa como entidad civil y moral... como nosotros la recibimos, esa idea es típica elaboración dieciochesca... -escribe Chabod-. El sentir europeo es un sentir de rotunda impronta ilustrada..." Pero a la Ilustración no tarda en seguirla en pensamiento sucesivo, el romántico, que completa el modo de pensarse europeo. "En cuanto al Romanticismo -sigue anotando Chabod- significa también la revaloración y exaltación del factor religioso en la vida humana [piénsese en Chateaubriand y en Manzoni] y por tanto en la historia y en la vida europea; y en este sentido enlaza con la más antigua tradición del siglo XVI, ya sin pathos propagandístico pero con la misma sensibilidad para los problemas Dios e Iglesia.


En la historia de la humanidad había, para Voltaire y sus colegas, en cierto momento, un gran agujero, una zona oscura, sin fondo ni luz... A la tradición clásica grecorromana, al Renacimiento, al siglo de Luis XIV, el Romanticismo le añade, justamente, la Edad Media [contra esa especial tradición protestante opuesta al Medievo, de la época del antipapismo]: la edad que marcó con indeleble impronta cristiana el rostro de Europa, la edad gracias a la cual el pensamiento y el modo de sentir de los europeos no pueden dejar de apoyarse en bases cristianas, además de grecorromanas.


Me pregunto si no habrá llegado el momento de inventar algo nuevo, en este siglo en el que hemos sido espectadores, digamos la verdad...


Al contrario que Spengler, Nietzsche evoca el advenimiento no del predominio de una nación, sino de la Europa unida: "Lo que me interesa -porque veo que se va preparando lentamente y casi con vacilación- es la Europa unida. Para todos los espíritus profundos y vastos del siglo, la tarea en que han puesto toda su alma ha sido preparar esta nueva síntesis y anticipar a título de prueba el europeo del futuro" (1885). En Más allá del bien y del mal, NIetzsche imagina "la creación del europeo que crecerá en vehemencia y profundidad..."


Y aunque fracasó, es paradójicamente Hitler el origen de ese equívoco que dará náuseas a muchos intelectuales, para quienes la palabra "Europa" desprende un tufillo a racismo y a persecución del hombre. Con el despertar de las luchas por la independencia en el Tercer Mundo empeoraron las cosas para Europa, pues los hombres de cultura no se cansaron de presentarla con luces diabólicas y la "militancia" en la causa de los oprimidos pareció exigir una cruzada antieuropea.


No basta con aplaudir sobre las cenizas de las ideologías -capitalismo liberal y marxismo-. Quienes dibujan la nueva decadencia de Occidente y de la herencia judeocristiana no pueden dejar de entender que esta vez, en vísperas del tercer milenio, la "deriva" preludia la desaparición de Europa. De la pulverización de doctrinas que parecían bloques de granito debería surgir, por el contrario, un modo de pensar europeo, abrirse un pasaje histórico por el cual penetrara lo que llamamos el "espíritu europeo".


[...]...la luces dieciochescas, la pasión de Víctor Hugo y el nuevo humanismo de Valéry, quien escribía: "Pero ¿quién es el europeo? De todas estas realizaciones, las más numerosas, sorprendentes y fecundas han sido obra de una parte bastante reducida de la humanidad, y en un territorio muy pequeño, comparado con el conjunto de tierras habitables. Europa ha sido ese lugar privilegiado; Europa, el espíritu europeo, el autor de esos prodigios. ¿Qué es, pues, esta Europa?... esta Europa se construye poco a poco como una ciudad gigantesca... Tiene Venecia, tiene Oxford, tiene Sevilla, tiene Roma, tiene París..."


"Un verdadero europeo [es] un hombre es quien el espíritu europeo puede morar en su plenitud. Dondequiera que los nombres de César, Gayo, Trajano, Virgilio, dondequiera que el nombre de Moisés y San Pablo, dondequiera que los nombres de Aristóteles, Platón y Euclides han tenido un significado y una autoridad simultánea, allí es Europa".



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