February 04, 2018

TODOS CON PISTOLAS CALIFICANDO AL ACTOR TEATRAL EN VEZ DE EN QUÉ SE PUEDEN MEJORAR LOS SERVICIOS/ Y DE SI HUBO O NO HUBO SUERTE Y PLANCHAZO EN LA OBRA

Lacie se levanta un día normal, ensaya su risa frente al espejo y va a desayunar a una cafetería antes de ir a trabajar. El camarero la atiende amable, con una sonrisa, y ella le agradece el gesto valorándole con cinco estrellas. Él tiene un 3,7 y ella un 4,2, aunque gana algunas décimas con una foto en Instagram de una galleta que no se come.

El capítulo 'Caída en picado', de la serie de ficción 'Black Mirror' muestra una sociedad esclavizada por las puntuaciones de los demás. Cada persona se define por un número del 1 al 5 y eso determina su estatus social, su hogar, su trabajo y sus relaciones personales. Aunque la realidad parezca todavía lejana a la distopía de Netflix, no lo es dejar nuestra opinión sobre casi cualquier operación de nuestro día a día. Puntuamos la cena del fin de semana en Tripadvisor, el producto de Amazon que acaba de llegar a casa o los comentarios al pie de este artículo.
Las nuevas tecnologías y la competencia del sector están potenciando los sistemas de calificación

Pero cada vez más valoramos también a los trabajadores que están detrás de esos servicios. Desde hace unos meses El Corte Inglés ha impuesto un sistema de calificación de la atención al cliente al finalizar la compra. Con cinco caritas, de verde a rojo, el cliente debe expresar su satisfacción con la persona que le ha atendido en una tablet, delante de ella. No es algo nuevo, también la plataforma de conductores Uber o Cabify anima a calificar de 1 a 5 estrellas el servicio ofrecido y es una práctica tradicional en las teleoperadoras. Sin embargo, estas encuestas en principio inofensivas y muy valiosas para las empresas, hacen a los expertos cuestionarse cómo cambian las relaciones laborales y la posición de los trabajadores frente a consumidores.

El concepto, que proviene de áreas como la enfermería, las azafatas, los camareros o los asistentes sociales ha llegado al sector servicios como consecuencia de la competencia: "La gente no solo adquiere productos o servicios, también quiere una experiencia que sea positiva; que los trabajadores te sonrían aunque sea casi una actuación teatral. Y las empresas hacen énfasis en eso, tanto que parece que uno ya no puede tener un mal día", explica el sociólogo Carlos Fernández.

Es lo que el profesor de Brishen Rogers, profesor de derecho en la Temple University Beasley School califica como 'emotional labour' o trabajo emocional; establecer microrrelaciones que hacen al cliente sentirse bien. "Para mantenerse en una cierta puntuación, los conductores necesitan ser amables, quizá un poco serviles. Por el contrario, los taxistas pueden permitirse ser ellos mismos", explica en su estudio 'El coste social de Uber'. "Los trabajadores sin muchas habilidades encontrarán su acceso al trabajo determinado en parte por su habilidad de sonreír y parecer felices".

Una mala calificación nunca puede ser motivo de despido, según señala el abogado laboralista Santiago Satué: "Se requiere gravedad y culpabilidad suficiente en la conducta del trabajador, conforme al convenio colectivo aplicable y al Estatuto de los Trabajadores, no siendo relevante la mera insatisfacción del cliente a estos efectos". Sin embargo, por ejemplo en el caso de Uber, no son trabajadores directos de la plataforma sino de intermediarias o autónomos, por lo que es complicado determinar si Uber ha dejado de contar con ellos por ese u otro motivo. Con estas prácticas, según el sociólogo Pablo López, de la Universidad Complutense, se traslada al cliente (en algunos casos denominado "jefe", como en Mercadona) la capacidad de evaluar la calidad del trabajo. "Desde mi punto de vista es una perversión de la norma laboral, pues en este tipo de evaluaciones quien evalúa el trabajo, el cliente, no es quien pone los medios para realizarlo ni quien establece las condiciones de trabajo. Y una evaluación del trabajo solo es lícita (cantidad de producción, calidad, horas de trabajo, etc.) cuando se acuerdan dichas condiciones". De hecho Elisa Sánchez advierte del doble filo de este poder que se da al cliente. "Es como los influencers, si te valoro mal, me tienes que invitar para quitarlo, pueden chantajear con eso". También puede ocurrir al contrario, que el cliente por empatía o lástima hacia el trabajador y acabe regalando una buena calificación aunque el servicio no haya sido el adecuado, sobre todo si como en el caso de El Corte Inglés, se encuentra delante.

Aunque la máxima de que 'el cliente siempre lleva la razón' toma aquí todo su sentido, la asociación de consumidores Facua tampoco ve este sistema como algo positivo: "Son extraordinariamente parciales porque el consumidor aporta bien poco y pueden ser perjudiciales para el trabajador", asegura Rubén Sánchez, su portavoz. "Las empresas también pueden utilizarlas maliciosamente hacia el trabajador, que quizá simplemente estaba cumpliendo con lo que la empresa dice que hay que hacer". Pero el caso de El Corte Inglés es solo el resultado de una tendencia al alza, como reconoce Carlos Fernández, profesor especializado en sociología de consumo en la Universidad Autónoma: "Estamos asistiendo a una cultura de la evaluación generalizada tanto en estos trabajos de venta y servicio, pero también en otros aspectos, los comentarios en las noticias, los profesores en las aulas… Se evalúa absolutamente todo".

Es una perversión de la norma laboral (...) quien evalúa el trabajo, el cliente, no es quien pone los medios ni las condiciones

El motivo de la implantación de estos sistemas, ya sea en forma de emojis, estrellas o escalas del 1 al 10 es doble: por un lado el aumento de la competencia en el sector servicios y la necesidad de saber qué es lo que más le gusta al cliente; y por otro las ventajas de las nuevas tecnologías que permiten obtener de manera automática y sin apenas coste un gran volumen de valoraciones. "Cada vez se buscan más indicadores numéricos para hacer seguimiento. Todo el 'feedback' que tenga una empresa es información valiosa, e incluso puede ser bueno para el trabajador si se hace bien, pero hay que establecer sistemas para que sea realmente equitativos y confidenciales porque si no puede estar sesgado", considera Elisa Sánchez, psicóloga experta en temas laborales y RRHH.

Cinco caritas no son suficientes

"Te dicen que no se van a tener en cuenta, pero ya ha habido algún toque a nuestro jefe por tener malas calificaciones", asegura una trabajadora de una firma de El Corte Inglés en Madrid que prefiere no dar su nombre real. "Hay clientes a los que no les gusta, no es agradable y se sienten violentos. Es como ponerles una pistola", afirma sobre el sistema que se ha implantado en los centros comerciales de manera gradual en los últimos meses.

El Corte Inglés no ha contestado a las preguntas de este diario al cierre de este artículo. De momento, la versión oficial que se ha dado a sindicatos como Fasga es que solo se trata de un sistema de medida que no repercutirá en los trabajadores, aunque están todavía analizando su puesta en marcha. Otros como CCOO aseguran que algunos dependientes sí han recibido llamadas de atención de parte de sus superiores por esta herramienta, como apuntaba la trabajadora. La encuesta anima a valorar cómo ha sido la atención, pero sindicatos y trabajadores critican que darle a un botón no refleje fielmente toda la experiencia del cliente. "Muchas veces los problemas de una compraescapan al control de los trabajadores", explica Ángeles Rodríguez, responsable de Comercio de Comisiones Obreras. Cómo se encuentre el centro ese día, que no esté el producto o talla que buscan o que haya un problema con el precio son cuestiones, dicen, que pueden influir en la experiencia del cliente pero que se imputan al trato del trabajador injustamente.


MARÍA ZUIL

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