January 18, 2014

EL TALLER LITERARIO III: EL ARTISTA ENFERMO

Tal vez así lleguemos a entender la esquizofrenia con la que nos comportamos con frecuencia.

La enfermedad lleva en la frente grabada la señal del estigma, es la conciencia de la precariedad humana.

Hasta Descartes la enfermedad se resistía a ser interpretada como un asunto del cuerpo. Sólo Hipócrates, en sus Tratados, manifestó una orientación científica, luchando contra las supersticiones míticas y religiosas y liberando a la medicina del dominio de los sacerdotes y los magos, con la utilización de métodos descriptivos, casuísticos y racionales. Aristóteles habla de unos hábitos que acostumbren al hombre a experimentar placer con la práctica de la virtud y dolor con la del vicio (Ética a Nicómaco).

San Agustín, a lo largo de Las confesiones, hace hincapié en que ningún dolor es digno de ser amado.

Bien es verdad, que antes que Descartes, Montaigne, en sus Ensayos (1571), desaprueba la severidad estoica en la lucha contra la enfermedad.

.. pues lo importante no es guardar la compostura, sino impedir que el sufrimiento nos haga perder la razón.

Y casi un siglo más tarde, con Montesquieu, cuando el dolor pierde su condición filosófica y se transforma en una manifestación de un desarreglo corporal, que debe ser combatido con medios más prosaicos, mediante pócimas que nos ayuden a recobrar la alegría.

Schopenhauer criticó las utopías racionalistas de su época porque vio en ellas un ejercicio de optimismo totalmente infundado toda vez que la enfermedad y, consiguientemente, el dolor era un hecho necesario y universal.

Más lejos fue el Marqués de Sade en la búsqueda del dolor como único estímulo vital posible. Pasión y desenfreno se enfrentan descaradamente a la armonía y la razón.

Y Giacomo Leopardi en su Zibaldone de pensamientos equipara el máximo dolor corporal con toda pasión intensísima, pues uno y la otra pueden llegar a sobrepasar las posibilidades afectivas del hombre hasta el punto de hacerle perder el conocimiento o causarle la muerte.

Marcel Proust en El tiempo recobrado, aquejado de una enfermedad respiratoria, pasó los últimos quince años de su vida retirado en su habitación. Las penas son servidores oscuros de la verdad y de la muerte.

La espiritualidad del padecimiento puede ser también una clave para entender la mentira de la civilización. El Iván Ilich de Tolstoi descubre, tras una vida de probo funcionario, en el lecho de la muerte, la falsedad del papel social al que había sido tan fiel durante toda la vida. Ilich comprueba en su agonía cómo los demás rehuyen la mirada de la muerte que se proyecta desde sus ojos. La verdad de esa mirada, que busca piedad, amor y consuelo en tan doloroso trance.

Thomas Mann va más allá de la consideración del dolor como un hecho espiritual. En La montaña mágica, la enfermedad no aparece como la forma depravada de la vida, sino como la esencia de ésta. Para Mann, el enfermo es el ser más espiritual que existe porque sabe instintivamente que su estado no entraña una desviación, sino que supone la constatación de la esencia patológica de la propia vida.

Nos falta por descubrir si, al igual que los ataques epilépticos de Santa Teresa eran el camino para su acceso místico a la intimidad de Dios, la enfermedad es acicate del genio y motor de la pulsión creativa. Si la sordera de Beethoven, la angustia de Kant, la tisis de Bécquer, la neurastenia de Baudelaire y Chéjov, la esquizofrenia de Van Gogh, la sífilis de Dürer(o),con sus consiguientes brotes de locura, de Maupassant y Nietzsche, la peculiar demencia de Charlotte Brönte, Wilkie Collins o Dostoievsky, la gota de Conrad, la tuberculosis de Stevenson, la grave enfermedad de André Gide, el glaucoma de Joyce, el alcoholismo de Lowri y Turgueniev, la leucemia de Rilke, los problemas estomacales de Thomas Mann o la pulsión de muerte de Yukio Mishima tienen algo que ver en su incuestionable genio artístico.

Pero de lo que sí podemos dar fe es de que el primer loco que dio un impulso determinante a la literatura fue Don Quijote de la Mancha y que, cuando recobró la cordura, fue precisamente cuando enfermó irremediablemente.


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Para escribir hay que sufrir lo menos posible.

La enfermedad es solo un anuncio de muerte. Otra cosa es el dolor: el físico anula y el psicológico tensa el arco del alma, y en esa medida puede ayudar a la creatividad.
(Luis Landero)

Cuando tienes dolor de verdad lo único que quieres es que desaparezca. Hay dolores insuperables, dolores que te invalidan.

La enfermedad no es fuente de creatividad pero a veces impide autodestruirte porque te da conciencia de tus límites aunque, en sí misma, la enfermedad no sirve para nada. Para tener creatividad hay que estar en forma, encontrarle el gusto a lo que haces; Flaubert decía "esto empieza a marchar porque me divierto con ello", y es así, si estás enfermo no te diviertes, lo único que quieres es salir de la enfermedad.
(Salvador Pániker)

¿La convalecencia?, solo en la convalecencia (un estado irreal) se puede leer Guerra y Paz.

La literatura ofrece la capacidad del vaciamiento, de la huida de uno mismo, de salir y contemplar las cosas de otra manera y aporta un valor terapéutico; por todo eso, el dolor funciona de maravilla como motor creativo.
(Nuria Barrios)

El miedo excesivo, que es contagioso, nos abruma y puede arruinarnos la vida porque bloquea las emociones placenteras, nos obnubila, nos paraliza.

Ahí surge otro enigma clásico: producción o buen carácter, convalecencia creativa o pura vida
(nota de Jorge: la determinación por la santidad)

El dolor es un ladrón de la felicidad -junto con el miedo, la depresión y el odio-. El motivo es que puede llegar a destruir nuestra autonomía y la capacidad de conectarnos con nosotros mismos y comunicarnos con los demás.





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