July 10, 2013

LA NOCIÓN DE AUTOR EN INTERNET


Así se realiza la predicción de Julio Cortazar en el Fin del mundo del fin:

"Como la cantidad de escribas irá en aumento, los pocos lectores que quedan por el mundo cambiarán de oficio y se convertirán también en escribas..."

En primer lugar, porque lo que constituía el itinerario singular del lector, que no tenía que dar cuenta a nadie, se ha convertido en el discurso prescriptivo de los nuevos medios:
¡Nomadismo y caza furtiva!

La cultura escrita contemporánea, despiadada con aquellos que prefieren preguntar para saber, hacer y discutir para comprender, los que prefieren capturar el tiempo, confiar en la palabra de alguien y no obedecer las órdenes escritas por máquinas. En un fenómeno se cristalizan todas estas realidades dispersas, confusas, contradictorias, fenómeno que tiene un nombre y un rostro: Internet.

De modo que está por nacer una nueva escritura que supone una nueva lectura, que podría ser tan rigurosa como la anterior, al rechazar las limitaciones y las ilusiones engendradas por la antigua retórica. La mayor ilusión de todas era la del cierre del texto. En una producción inacabable, trabajo en progreso a perpetuidad, ¿todavía tiene sentido la noción de autor?

Como escribe Antoine Compagnon:

"Las formas de la escritura cambian con la electrónica que permite a los autores crear libros digitales nunca acabados, sean los propios o los de los autores del pasado, revisarlos indefinidamente incluyéndoles notas, comentarios, imágenes, planos. El texto electrónico se convierte indefectiblemente en un hipertexto. Ahora bien, ¿soy el autor de un hipertexto cuando proliferan los vínculos y el diámetro de la red (la distancia máxima entre dos puntos) es inferior a los veinte clics de ratón?¿Son compatibles los conceptos de autor y de hipertexto?

Sin embargo, cuando permite que se lean los textos on line, fuera de toda limitación editorial, el creador se convierte en su propio editor y, para colmo, en editor pirata de las obras de otros cuando difunde el corpus reunido en su propia biblioteca para su uso personal. Existe la posibilidad técnica de hacerlo, pero ¿existe el derecho? Por otra parte, ¿cómo podría saber el lector si las obras difundidas son las originales o si pueden haber sido modificadas? ¿Y qué crédito se le puede otorgar a las producciones de un sitio? Cuando entre el productor y sus receptores ya no existe un trabajo editorial que se ocupa de verificar y controlar y compromete jurídicamente su responsabilidad ante un texto, ¿cómo seleccionar entre las investigaciones científicas, los ensayos de aficionados, las mistificaciones, los delirios y los escritos de carácter aun más inquietante (textos racistas, negativistas, difamatorios, que tratan de inmiscuirse en la vida privada...)?

Las preguntas que se plantean son inmensas, inquietantes, apasionantes. Ponen en tela de juicio las modalidades de escritura, los derechos y el estatuto del autor, las jurisdicciones existentes, con frecuencia muy reducidas ante el vacío jurídico internacional, el porvenir de la edición, la misión de las bibliotecas y las formas futuras de la lectura. En cuanto al lector, que no cree que su suerte ya esté echada, presa de una curiosidad sumamente legítima, se pregunta: ¿se trata de una revolución?



La lectura de un siglo a otro (1980-2000)
Anne-Marie Chartier y Jean Hébrard

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