July 26, 2013

EL AFÁN DE EMULACIÓN DE LA CLASE OCIOSA

Desde que nació la propiedad privada -cuenta Thorstein Veblen en su Teoría de la clase ociosa-, en toda sociedad hay una clase ejemplar que cuenta con los haberes suficientes como para pagar a otros que harán los trabajos de supervivencia, los trabajos serviles encomendados en un tiempo a mujeres y siervos. La clase ejemplar puede dedicar su tiempo a la ciencia, al sacerdocio (nota Jorge: salvo los misioneros en el Tercer Mundo y el lumpen), a las ocupaciones aristocráticas, y es ésta su ocupación ociosa un signo externo de su poder económico.

Sin embargo, el nacimiento de la sociedad industrial y de la vida urbana hicieron cada vez más difícil el ocio ostentoso; las ocupaciones de ocio perdieron visibilidad social y poco a poco fue ganando terreno el consumo ostentoso como forma de hacer visible la potencia económica. La clase económicamente fuerte emprende el camino del consumo visible, pero consumo de aquellos objetos que no son necesarios para la vida, de bienes superfluos, porque quien gasta en lo vital es a todas luces pobre.

Y como existe una motivación inscrita en la naturaleza humana que es "el afán de emulación", las demás clases sociales tratan de imitar a la clase ejemplar, para ponerse a su altura o para rebasar a las demás, y emprenden también la aventura del consumo en bienes superfluos, cuyo significado es exclusivamente simbólico. El propósito de esta investigación -afirma Veblen al comienzo de su libro- es discutir el valor y lugar de la clase ociosa como un factor económico en la vida moderna, precisamente porque no solo ella consume de forma visible sino que induce a consumir a las demás clases, movidas por el afán de emulación.

Aunque suela suceder que quien está pendiente de los García para igualarse a ellos rara vez mira hacia los Pérez, que están muy por debajo, y no digamos a los Restrepo, que caen bajo los mínimos de subsistencia. Como también sucede que puede perder el sosiego y la salud por objetos que, si bien lo piensa, le importan poquísimo, mucho menos que otros que está perdiendo por lograr los que no le interesan.

Lo que importa, o eso queremos defender en este libro, es que conociendo motivaciones, sistemas de creencias, estilos de vida, elija desde su propia identidad moral, y no desde voluntades ajenas, en qué estilos quiere insertarse, cuáles cree indispensable crear para una vida justa y buena.

La clase ociosa consume bienes sumamente costosos, las clases inferiores se esfuerzan por alcanzarle a fin de ganar estatus y el consumo se hace inevitablemente ilimitado.

Por eso Roy Harrod distingue entre riqueza democrática, que es accesible a todos y surge con el nivel medio de productividad, y riqueza oligárquica, que es accesible a unos pocos, pero no a todos, independientemente del incremento de la productividad.

Mientras una sociedad es estamental, los individuos asumen su lugar en el estamento correspondiente, sea nobleza o servidumbre; pero la modernidad ha puesto sobre el tapete social la idea de igualdad ante la ley y de igualdad política, encarnando en ellas la convicción religiosa de que todos los seres humanos son iguales, en tanto que hijos de Dios, y la convicción filosófica de que lo son en tanto que fines en sí mismos. La contradicción entre el reconocimiento de la igual dignidad y de la igualdad política y la asombrosa desigualdad económica es un motor potente de la historia, que debe orientarse a disolver tal desigualdad, también en lo que se refiere al consumo.

No puedo exigir para mí un derecho que no esté dispuesto a pedir para cualquier otro que se encuentre en las mismas circunstancias que yo. Y como la base de comparación es la dignidad humana.



Por una ética del consumo
Adela Cortina



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