May 26, 2018

LA ATMÓSFERA DIVINA QUE NECESITAN PARA DESARROLLAR TODA SU VIRTUALIDAD SOBRENATURAL

Basta tener en cuenta la corrupción de la naturaleza humana como consecuencia del pecado original con el que todos venimos al mundo. Las virtudes no residen en una naturaleza sana, sino en una mal inclinada por el pecado. Y  aunque las virtudes infusas, en cuanto depende de ellas, tienen fuerza suficiente para vencer todas las tentaciones que se les opongan, no pueden, de hecho, sin la ayuda de los dones, vencer las tentaciones graves que pueden sobrevenir inesperadamente y de súbito en un momento dado. En estas situaciones imprevistas, en las que la caída en el pecado o la resistencia es cuestión de un instante, no puede el hombre echar mano del discurso lento y trabajoso de la razón, sino que es preciso que se mueva rápidamente, como por instinto sobrenatural, esto es, bajo la moción de los dones del Espíritu Santo, que nos proporcionan, precisamente, esa especie de instinto de lo divino. Sin esa moción de los dones, la caída en el pecado sería casi segura, dada la inclinación viciosa de la naturaleza humana, herida por la culpa original.

La propiedad más fundamental de los dones del Espíritu Santo es su modo deiforme: sus actos emanan de nosotros, pero bajo la inspiración divina. Dios es su regla y su medida, su motor especial.

En el régimen común de las virtudes teologales y morales (infusas) cuando el hombre, divinizado por la gracia de adopción, realiza actos elícitos que, en sustancia, pertenecen al orden sobrenatural, pero cuya manera de realizarse sigue siendo humana.

Este obrar deiforme reviste entonces la manera de pensar, amar, querer y obrar del Espíritu de Dios, en la proporción posible al hombre, sin salirse de sus condiciones de espíritu encarnado... El hombre a quien anima el soplo del Espíritu está como arrebatado y sostenido por las raudas alas de un águila todopoderosa (Nota Jg:?).

La vida espiritual del hombre viene a convertirse como una proyección en él de las costumbres de la Trinidad, en cuyo seno entra, a imitación del Hijo único del Padre, no haciendo más uno con Él, místicamente, en la unidad de una misma persona, transformándose el cristiano en otro Cristo que camina por la tierra, identificado con todos los sentimientos del Verbo encarnado, glorificador del Padre y Salvador de los hombres. El cristiano avanza así por la vida, iluminado en su inteligencia por la claridad del Verbo, con su vida de amor al ritmo del Espíritu Santo, actuando en toda su conducta interior y exterior según el modelo de la actividad ad extra de las tres personas divinas en la indivisible unidad de su esencia. El Espíritu de Dios se hace no solo inspirador y motor, sino también regla, forma y vida de esta actividad al modo deiforme y cristiforme propia del cristiano, cada vez más revestido por la fe, por el amor y por la práctica, de todas las virtudes de la santidad de Cristo.

Lo esperamos todo de la omnipotente y misericordiosa Trinidad, pero en virtud de los méritos de Cristo. Nuestra vida de amor a Dios, nuestro Padre, y a los hombres, nuestros hermanos, se expande en una amistad con todos en la persona de Cristo. E igual sucede con las demás virtudes y con los demás dones del Espíritu Santo. Toda nuestra vida espiritual se desarrolla en nosotros, según la expresión de San Pablo, en Cristo Jesús.

Animado por el Espíritu Santo en cada uno de sus actos, el cristiano debería pasar por la tierra a la manera de un Dios encarnado.

No todos los actos que proceden de la gracia tienen razón de frutos, sino únicamente los más sazonados y exquisitos, que llevan consigo gran suavidad y dulzura. Son sencillamente los actos procedentes de los dones del Espíritu Santo.



EL GRAN DESCONOCIDO
El Espíritu Santo y sus dones
Antonio Royo Marin
BAC

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