March 03, 2014

EL CUADRO CLÍNICO DE LOS ESQUIZOFRÉNICOS

La esquizofrenia, o la locura por antonomasia, esta enfermedad -este grupo de enfermedades, más correctamente- sigue siendo uno de los mayores problemas psiquiátricos y sociales. A pesar de los indudables avances en su tratamiento, se observa, con dolorosa y reiterativa constancia, que los esquizofrénicos siguen mereciendo la calificación social de locos, lo que en el lenguaje de la calle significa tanto como persona extraña, peligrosa y marginada, aunque en realidad este calificativo no exista en los libros de psiquiatría, ni tan siquiera como mero sinónimo de nada. Tal calificación en buena parte se debe a que las esquizofrenias son enfermedades crónicas, deteriorantes y que impiden a los que las padecen su integración plena en el marco de la convivencia familiar y social. En este sentido podríamos aceptar que muchos esquizofrénicos son sociofrénicos. Dado lo anterior, no es de extrañar que muchos acaben siendo vagabundos, pordioseros, mendigos, delincuentes, personas sin techo o, simple y literalmente muertos de hambre o de frío. Son los que en alguna ocasión se han llamado esquizofrénicos ambulatorios, los que ahora se llaman técnicamente homeless, que pululan por las calles de las grandes ciudades, asustando a los cuerdos e impolutos transeúntes.

A estas personas las denominábamos, en el citado estudio, esquizofrénicos peripatéticos, abusando tal vez de la concepción aristotélica del término, ya que uno de sus rasgos más sobresalientes es su constante vagabundeo, su ir y venir por el mundo, de calle en calle, de ciudad en ciudad, huyendo de todos y también de sí mismos, de estación en estación (de las del tren y también de las climatológicas). Se les ve en albergues de transeúntes, en busca de cama y comida; otras veces en las urgencias de los hospitales, en busca de cama, comida, calor y pastillas; y otras aparecen -o desaparecen- debajo de los puentes o bajo un simple cobijo de cartón, donde guarecerse del frío y del miedo, donde morir aletargados tan tranquilos o acabar apuñalados por otros vagabundos que tratan de robarles las botas.

Cuando ingresan en los hospitales, estos enfermos se dividen en dos grupos: los que quieren quedarse para siempre y no ser nunca más dados de alta, y los que quieren ser dados de alta lo antes posible y no quedarse ni un día más de los necesarios para comer y calentarse. En ambos casos, rechazan todo lo que representa el modelo psiquiátrico, las entrevistas, las pastillas, las normas, las revisiones, en una postura que más que antimedicina se podría definir como antisocial. Su postura es una paradójica protesta, que bien podría ser considerada como una representación dramática, una caricatura sarcástica de la vieja antipsiquiatría. Ellos son hoy los verdaderos anti-psiquiatras.

En las últimas décadas esta situación, lejos de mejorar, se está agravando. A este progresivo desajuste entre locura y sociedad contribuyen diversos factores. Por ejemplo, la mayor complejidad en las estructuras, relaciones y exigencias sociales adaptativas, que hacen que los más enfermos sufran más inadaptación. También la menor tolerancia y acogimiento social de lo anormal, ejemplificable de modo gráfico en las grandes diferencias entre el modelo de relación humana típico de la gran ciudad versus el característico del pequeño pueblo.

Por otra parte, es conocida la creciente desestructuración de la familia tradicional la que con frecuencia era el único soporte válido para estos enfermos. Además, el envejecimiento y muerte de los padres de los esquizofrénicos crónicos es un hecho palpable, así como el envejecimiento de los propios esquizofrénicos que ahora tienen mejor salud física, viven más años, casi nunca son ingresados para siempre en los viejos -pero ineficaces- manicomios y que, en general, salvo honrosas excepciones, no tienen hermanos, ni tíos, ni otras personas que quieran saber algo de ellos.

La insuficiencia, cuando no carencia, de los recursos sociales específicos es otro grave problema: Dicho de otro modo, los esquizofrénicos no encajan en el modelo Imserso, -están locos, pero no son tontos; tampoco en el modelo Insalud son enfermos crónicos, no agudos-; ni tampoco en el modelo Diputación -ya que ellas dicen que no son instituciones sanitarias-; y por supuesto, no disponen de recursos suficientes para acceder a los modelos privados. No es que tengan libertad: libertad es lo único que tienen y ni siquiera saben dónde reclamar algo de benigna esclavitud, o a qué malignas cadenas culpar de su permanente servidumbre. Antes se decía que eran los psiquiatras los carceleros, y los hospitales psiquiátricos las cárceles de estos enfermos. Ahora los psiquiatras y los psiquiátricos son su único recurso, y ambos somos usados -y abusados- para suplir las carencias sociales y sanitarias. Ahora es muy difícil ingresar a uno de estos enfermos: nunca hay camas, pero aun es más difícil darles de alta, como bien sabe su señoría, la magistrada de MIranda de Ebro.

Los progresos en el tratamiento ambulatorio y en la lucha contra la institucionalización crónica de los enfermos mentales son evidentes, pero curiosamente han generado un nuevo problema. Han transferido a la sociedad un conflicto que antes no tenía, o mejor que antes mantenía a buen recaudo entre las paredes malditas de los psiquiátricos. Una vez en la calle, los enfermos tienen un acceso limitado al trabajo, a los bienes y recursos de protección, e integración social, e incluso a los de mera distracción o solaz. Estas personas son de carne y hueso, pero no son de primera, son de segunda, o de última. No constan ni siquiera en la lista de los parados con derecho a subsidio de desempleo, ni entre los beneficiarios de las vacaciones del Imserso.

Para describir cómo y quienes son estas personas con esquizofrenias peripatéticas, hemos revisado las historias clínicas de todos/as los esquizofrénicos/ as ingresados durante el año 1996 en la Unidad de Hospitalización del hospital Divino Valles de Burgos. En total fueron 92 mujeres y 136 hombres, que permanecieron ingresados una media de 19 días, pues se trata de una unidad de hospitalización breve, aunque en ella acogemos también enfermos que precisan estancias más prolongadas. Esta unidad es la única de la provincia, y a ella van a parar tanto los enfermos agudos, como los crónicos, tanto los casos más puramente psicopatológicos, como los sociales, tanto los de la propia provincia, como los transeúntes y los vagabundos sin domicilio.

De entre todos ellos hemos seleccionado, releyendo sus historias clínicas todos los que presentaron vagabundeaje o que podían ser encuadrados en ese grupo denominado los sin hogar o sin techo. Hemos analizado sus características clínicas y sociales más sobresalientes. En total fueron 46 personas. Para calcular las estadísticas que presentamos a continuación, no ha sido necesario ordenador, ni esos programas que representamos a continuación, no ha sido necesario ordenador; ni esos programas tan sofisticados, como el famoso SPSS. Nos ha bastado con la ayuda de lápiz y papel.

Lo primero que nos llamó la atención es que, por desgracia, la frecuencia de este tipo de conductas es mayor de lo que pudiera pensarse. En nuestra población afecta a más del 20% de los esquizofrénicos ingresados y, a continuación, resumimos sus rasgos más sobresalientes.

Suelen ser personas de edad mediana (41 años de media) y, sobre todo, hombres (78%). En cuanto a los estudios realizados o los trabajos desempeñados, fueron casi siempre escasos y transitorios, aunque la falta de información fiable sobre ello fue la norma más habitual. No obstante, la mayoría eran inactivos crónicos, sin oficio ni beneficio, y como mucho cobraban pensiones de enfermedad (35%), o esos mismos subsidios de protección social que ahora facilitan las Autonomías (20%).

Todos presentaban los que en psiquiatría se denominan síntomas negativos o defectuales, -¡como si los pudiese haber positivos!- pero, además, muchos (65%) sufrían a la vez los síntomas que paradójicamente llamamos positivos, es decir, alucinaciones, delirios y cosas parecidas, constituyendo el conjunto un patrón de enfermedad de tipo paranoide crónico y residual.

Muchos fueron hospitalizados a través de cauces judiciales (50%), y es frecuente que hubiesen intervenido las fuerzas de Orden Público en la detención y traslado al hospital (45%). Cuando ingresaron, se observó que casi todos estaban en pésimas condiciones de higiene y vestido. El 47% querían quedarse y no ser nunca dados de alta; el 53% eran de los que querían ser dados de alta al segundo o tercer día del ingreso, en cuanto se habían repuesto mínimamente de su dolencia gastrointestinal más habitual: el hambre. Casi todos eran verdaderos expertos en el mundillo de la psiquiatría, se les había prescrito, o habían tomado y abandonado, muchos tratamientos previos, habitualmente neurolépticos y los conocían de sobra (90%), incluso los nombres y los colores de las pastillas y, sobre todo, los efectos adversos. Por eso la mayoría (74%) rechazaban de entrada cualquier tratamiento, ponían todos los inconvenientes posibles, se quejaban en exceso de los escasos efectos secundarios, o no cumplimentaban bien el tratamiento durante el ingreso. Con frecuencia, además de la esquizofrenia, presentaban también consumo abusivo y/o errático de sustancias, sobre todo alcohol (25%), y fumaban todo lo que podían. La mayoría había hecho varios viajes a ninguna parte, regresando sucios, lastimados y hambrientos (30%). Era habitual que contra ellos existieran denuncias de vecinos, o de familiares lejanos (sobre todo, en el afecto), que habían motivado el ingreso (35%). El 25% tenían familias fantasmas -aparecían un instante al principio y luego nunca más- o ilocalizables, lo que de hecho es lo mismo que decir que no las tenían, tal y como constaba en las notas de enfermería, según las cuales el 32% nunca recibían visitas durante el ingreso, y en muchos casos, en los que se sabía que tenían alguna familia, ésta no aparecía ni siquiera el día de alta.

Curiosamente, pocas veces son los agentes sanitarios o sociales (trabajadores sociales, médicos de cabecera, etcétera) los que propiciaron el ingreso (15%). Con frecuencia, eran enfermos muy conocidos, reincidentes (70%), aunque no se ajustaban a los llamados enfermos de puerta giratoria (sólo el 10%); es decir, de ésos de "déme el alta hoy, que quiero darme un garbeo y reingresar mañana", sobre todo porque casi nunca tienen ni dónde ir, ni con qué.

Como se puede observar son enfermos difíciles, que con frecuencia plantean conflictos o incumplimiento de las normas durante los ingresos (65%), pero a pesar de todo bastantes de ellos mejoran de sus enfermedades y síntomas (50%), aunque no sabemos con certeza cuántos de ellos mantienen después del alta los tratamientos que les han beneficiado. 

(Nota de Jorge: tan solo RISPERIDONA MABO Genérico 100 ML SOLUCIÓN ORAL-dosis 2,40 diaria con subida a 11 en caso de 3 ó 4 días de insomnio prolongado (crisis cambio estaciones de otoño y/o primavera) y si fuera necesario una pastilla rosa de TRANSILIUM 10-diaria. Superada la crisis noctámbula se debe bajar a razón de dos diarias y suprimir automáticamente el TRANSILIUM. Todo esto se toma por la noche al acostarse).

Como se ve, todo un cuadro. Un verdadero collage de negros sobre grises. ¿Quién puede hablarles a ellos de libertad? Desde luego ni Fromm, ni tampoco Freud, que cuadros de estos vieron más bien pocos. Si acaso que lo haga Foucault, ante quien me descubro por su ardor en la defensa de la gente de la sinrazón, y su denuncia contra la tortura y la marginación de los locos. A él le debemos mucho los psiquiatras de nuestra generación, por su claridad de miras y por su oportunidad al publicar su famoso libro, el cual, obviamente, leí, subrayé y he releído, pero que tampoco voy a utilizar. El que quiera saber de los manicomios, de las naves de los locos, de las cadenas de Pinel y de los señoritos de la burguesía francesa, no tiene más que comprarle y leerlo. No sé si se va a divertir, pero es seguro que se le pondrán los pelos de punta. No tiene una sola página de concesión a la galería, todo él es puro compromiso con la libertad.

Como compromiso fue el de otro francés, cuyo ejemplo nos viene como anillo al dedo para representar el devenir y deambular de estos enfermos, y para honrarles en sus miserias: Arthur Rimbaud. Me ha parecido oportuno recordar el esfuerzo por superar el destino maldito, que mantuvo este insigne poeta y escritor, probablemente no-esquizofrénico, pero igualmente viajero y psicópata o, al menos, sufridor de una vida, vagabundeo y muerte, que representan fielmente el drama de estas personas enfermas mentales, a las que ennoblece con su grandeza artística. Rimbaud, en sus páginas escritas desde el Infierno o desde las Iluminaciones, resume su patobiografía y sus vagabundeos, su lucha contra la adversidad grabada en sus genes y sus batallas para escapar de la cárcel de falso cariño que le construye su madre; para alejar, a su vez, los fantasmas del caos que persiguieron siempre a la familia. Son pocos los que le han dedicado alguna atención, aunque ésta haya sido memorable. De nuevo, como les ocurre a los esquizofrénicos, lo extraordinario y lo morboso de sus vidas y mentes es lo que más atrae a los turistas lectores, aunque incluso contando con ellos siga siendo escasa y superficial la mirada de los otros.



Los apellidos de la libertad, Jesús J. de la Gándara

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