October 14, 2013

LA ORACIÓN DEL SILENCIO

La oración no es más que comunicarse con Dios como con un familiar y como debe de ser.

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La oración, prosigue el santo Bernardo, gobierna los afectos de nuestro corazón y encamina hacia Dios nuestras obras; pero, sin meditación, se inclinan hacia la tierra nuestros afectos, tras ellos van las obras, y todo anda en desorden.

Por tanto, quien deja la oración dejará de amar a Jesucristo. La oración es la feliz hoguera en que se enciende y conserva el fuego del santo amor. Santa Catalina de Bolonia decía: "Quien no frecuenta la oración, se priva del lazo que une al alma con Dios, por lo que no será difícil que el demonio, hallando al alma fría en el amor divino la arrastre a cebarse en cualquier emponzoñada manzana". Por el contrario, decía santa Teresa: "Si persevera en la oración, por pecados, y tentaciones, y caídas de mil maneras que ponga el demonio, en fin, tengo por cierto que la saca el Señor a puerto de salvación, como, a lo que ahora parece, me ha sacado a mí". Y en otro pasaje afirma: "El que no deja de andar e ir adelante, aunque tarde, llega. No parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración". E insiste otra vez: "¡Y qué bien acierta el demonio, para su propósito, en cargar aquí la mano! Sabe el traidor que el alma que tenga con perseverancia oración, la tiene perdida, y que todas las caídas que le hace dar la ayudan, por la bondad de Dios, a dar después mayor salto en lo que es su servicio: algo le va en ello". ¡Cuántos bienes se recolectan en la oración! En ella se conciben santos pensamientos, se encienden afectos devotos, se fortalecen grandes deseos y se forman propósitos inquebrantables de entregarse del todo a Dios; en ella el alma sacrifica a Dios todos los afectos terrenos y todos los apetitos desordenados. Decía san Luis Gonzaga: "No habrá mucha perfección donde no hubiere mucha oración".

El alma ha de darse a la oración para conocer cuál sea la voluntad de Dios (nota Jorge: aunque en silencio no lo sabes) y pedirle la necesaria ayuda para cumplirla.

Santa Teresa decía que el alma que abandona la oración (nota de Jorge:la misa y el sacerdote) no necesita de demonios que la lleven al infierno, pues por sí misma se encamina a él.

De este ejercicio de la oración procede que el alma piense siempre en Dios. "El verdadero amante en toda parte ama y siempre se acuerda del amado. Recia (Nota de Jorge: RECIO, el que juega a ir contra sí mismo) cosa sería que sólo en los rincones se pudiese tener oración", decía santa Teresa. Y de aquí procede también que las personas de oración hablen siempre de Dios, sabiendo como saben cuánto le agrada que los amadores se deleiten en hablar de Él y del amor que les profesa, procurando de este modo inflamar a los demás en el amor divino (Nota de Jorge: a veces callamos de Dios para hablar del amor).

Porque las personas dadas a oración deben amar la soledad y no distraerse con cosas vanas e inútiles; que es excelente medio para tener el alma unida a Dios. "Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa" (Cant 4,12).

Quien por el estudio abandona la oración da pruebas de que no busca a Dios, sino a sí mismo.

¿Cómo ha de durar la caridad si no da Dios la perseverancia?¿Cómo la dará Dios si no la pedimos?¿Cómo la pediremos si no hay oración...?
Sin la oración ni hay comunicación de Dios para conservar las virtudes adquiridas ni para adquirir las perdidas.

¿Qué mayor prueba de amor puede testimoniar un amigo a otro que decirle :"Pídeme, amigo mío, cuanto desees, que yo te lo otorgaré"? Pues esto es lo que nos dice el Señor: "Pedid, y se os dará, buscad, y hallaréis" (Lc 11,9). Por donde se ve que la oración se llama omnipotente ante Dios para alcanzar toda suerte de bienes. "La oración, a pesar de ser una, lo puede todo" escribió Teodoreto. El que reza obtiene de Dios cuanto quiere. Hermosas son las palabras de David: "Bendito sea Dios, que no apartó mi súplica ni su misericordia alzó de mí" (sal 65,20). Glosando san Agustín este pasaje, dice: "Si de tu parte no falta la oración, ten por cierto que tampoco faltará la misericordia divina". Y san Jerónimo añade: "Siempre se alcanza algo, hasta el momento de pedir". Cuando oramos al Señor, antes de terminar la oración ya Él nos tiene concedido lo que le pedimos; por tanto, si somos pobres, no nos quejemos de nosotros mismos, porque lo somos porque nos empeñamos en ello, y de ahí que no merezcamos compasión. ¿Qué compasión puede merecer un mendigo que, teniendo un señor sobrado rico, que desea otorgarle cuanto le pida, nada le pide, prefiriendo quedar en su pobreza antes de pedir al señor lo que es tan necesario? Pues bien, dice el apóstol: "Rico es el Señor para todos los que le invocan" (Rom 10,12).

Por eso escribió santo Tomás que, si quiere el hombre entrar en el cielo, ha de ser por medio de la continua oración. Y ya antes lo había dicho Jesucristo: "es menester siempre orar y no desfallecer" (Lc 18,1), y después el apóstol "Orad sin cesar" (1Tes 5,17), porque en el punto mismo en que dejemos de encomendarnos a Dios, el demonio nos vencerá. La gracia de la perseverancia es cierto que no la podemos merecer, como enseña el concilio de Trento y, con todo, la podemos merecer en cierto sentido, como dice san Agustín, si insistimos en la oración. El Señor nos quiere dispensar sus gracias, pero quiere que se las pidamos, y hasta, como dice san Gregorio, quiere ser importunado y como forzado por nuestros ruegos. Santa María Magdalena de Pazzi decía que cuando pedimos mercedes a Dios, no sólo nos escucha, sino que, en cierta manera, nos lo agradece. Y, en efecto, siendo Dios bondad infinita, que suspira por comunicarse, tiene, por decirlo así, infinito deseo de comunicarse a los demás, pero quiere que le pidamos esos bienes, y cuando se ve importunado por un alma, es tanto el gozo que recibe, que en cierto modo le queda obligado.

Dice san Bernardo que Dios es quien da la gracia, pero la concede por manos de María: "Busquemos, pues, la gracia, y busquémosla por María, porque lo que se busca se encontrará, y la oración no puede quedar frustrada". Si María ruega también por nosotros, estemos seguros de ser atendidos, porque sus ruegos son siempre atendidos y no pueden tener repulsa.


Práctica de amar a Jesucristo
San Alfonso María de Ligorio

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