October 14, 2013

EL ATAQUE DEL CIUDADANO

En el Génesis se describe con imágenes vivas y muy expresivas la Creación del universo, y solamente al hablar del hombre se dice que fue "hecho a imagen y semejanza de Dios" (Gen 1,26). Lo cual pone bien a las claras cómo en el hombre se manifiesta en forma incomparable toda la dignidad y la grandeza que le presta al ser un vivo reflejo Suyo.

No es el hombre como la bestia que nace, crece, se reproduce y muere (Nota de Jorge: del nihilismo). El hombre es animal racional, inteligente y libre, y como tal, capaz de determinarse en un sentido u otro de acuerdo con su razón y bajo el imperio de su voluntad. Y, en concreto, el hombre individualizado, considerado como persona, es por sí mismo respetable portador de derechos inviolables: tiene una dignidad tal, que le hace merecedor de ser elevado por su Creador al orden sobrenatural.

Se dice del hombre que es un animal social, en el sentido de que precisa de los demás para el pleno desarrollo de su personalidad. Es solidario con ellos. Y a la comunidad social le debe interesar mucho el individuo como tal, porque ella misma será lo que sean los sujetos que la componen.

Todo hombre tiene derecho a su buena fama, a su buena reputación como persona, como individuo, con la sola excepción de que mantener esa buena fama perjudicara al prójimo.

Sea como fuere, el hombre tiene derecho a ser honrado -tiene derecho al honor- y a nadie le es lícito faltar a este deber de honrar al prójimo, pudiendo el interesado proceder en su propia defensa, apelando a todos los medios lícitos que tenga a su alcance. No olvidemos que, muchas veces, mantener el propio honor en alza es tan importante como la vida misma. Por eso dice Calderón de la Barca:

Al Rey, la hacienda y la vida
se ha de dar.
Pero el honor es un patrimonio del alma,
y el alma sólo es de Dios.

Muchas veces la defensa personal del honor y de la buena fama constituye una obligación ineludible, no tanto por salvar el propio prestigio, como por limpiar las salpicaduras que irremediablemente caerían sobre sus más allegados, ocasionándoles, muy probablemente, perjuicios irreparables.

Los injustos ataques al honor y a la buena fama -originados, no pocas veces, por el nefasto adagio popular "piensa mal y acertarás"- (nota de Jorge: otras por los trabajos ridículos y esclavistas que se ofrecen contra la dignidad del hombre) quedan también incluidos en el octavo precepto del Decálogo.

La difamación, la calumnia, la murmuración y la injuria son baba viciosa que chorrea sin cesar de la lengua de la infame (o del infame), perjudicando gravemente su alma y ocasionando verdaderos estragos a la sociedad de la que forma parte. Muchas pueden ser las causas que originan estas situaciones, pero nunca jamás estará justificado este comportamiento, ni siquiera por el afán de resarcirse de la injusticia de los hombres actuando por cuenta propia: nunca es lícito acumular injusticia sobre injusticia. Porque pecados contra la justicia y la caridad son éstos.


Sinceridad y Fortaleza
José Antonio Galera

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