February 14, 2012

EL LADRÓN DE QATAR

I QUE YO ESTÉ EN CASA Y ESTÉN SUCEDIENDO ESTAS COSAS.

II

– A ti te han criado mal, colega –le dijo un día el Pillastre-. Deja que te eduque Fagin. Lo quieras o no, terminarás siendo ladrón. […]

– No te preocupes, Bill: en cuanto consigamos convencerlo de que es un ladrón, será nuestro. ¡Nuestro para siempre! […]

- ¡Oh, Dios mío!¡Líbrame de ser autor o víctima de crímenes tan espantosos! […]

- Escucha, Monks –dijo Fagin-, a ese muchacho era imposible convertirlo en un ladrón. En todo el tiempo que ha estado aquí, no he conseguido ennegrecer su alma ni un poquito siquiera. […]

Oliver Twist, Charles Dickens

III

“¡Ahora, te he visto hacerlo!”, cuando TODO es capaz, con gran facilidad, de ser cambiado por CUALQUIER COSA y NADA existe, pero pensarlo lo hace real. Ahora también percibo mi primera experiencia de la sensación cansina –que volvería a menudo en el futuro- de ser incapaz, al día siguiente, de contemplar el aburrido y socorrido mundo; de querer vivir para siempre en la luminosa atmósfera que he abandonado; de adorar a la pequeña hada, con su varita como palo de barbería celestial, y suspirando con ella por la inmortalidad del hada. ¡Ah, ella regresa de muchas maneras, mientras mi ojo desciende por las ramas del árbol de Navidad, y se marcha a menudo, y jamás ha permanecido a mi lado! […]

¡Pero escucha!¡Toca la murga de Nochebuena y rompe mi sueño infantil!¿Qué imágenes asocio con la música de Navidad mientras las veo exhibiéndose en el árbol? Conocidas por encima de todas, manteniéndose lejos de las demás, se reúnen alrededor de mi pequeña cama. Un Ángel, hablando con un grupo de pastores en un descampado; unos viajeros con los ojos levantados hacia arriba siguiendo a una estrella; un bebé en su pesebre; un niño en un templo espacioso hablando con hombres serios; una figura solemne de cara apacible y hermosa resucitando una niña muerta; otra vez le vemos cerca de la puerta de una ciudad, volviendo a la vida, desde su féretro, al hijo de una viuda; una muchedumbre mirando por el techo abierto de un aposento donde está sentado mientras deslizan con cuerdas a una persona enferma a su cama; también, caminando sobre el agua hacia una barca en medio de una tempestad; de nuevo en la playa enseñando a una gran multitud; ahora con un niño sobre sus rodillas y otros niños alrededor; devolviendo la vista a los ciegos, el habla al mudo, el oído a los sordos, salud al enfermo, fuerza al lisiado, conocimientos al ignorante; después, muriendo en una cruz, vigilado por soldados armados; la llegada de una espesa oscuridad, la tierra que empieza a temblar mientras se oye una voz sola, “Perdonadlos, porque no saben lo que hacen”. […]

El árbol de Navidad, Charles Dickens

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