September 23, 2012

DE LOS DEMONIOS Y LOS HOMBRES

JUAN: Dios ha querido digáis esa palabra para que yo apoye lo que os quiero decir. Habréis de saber, mi hermano, que ha muchos días que tengo algunas sospechas, fundadas en las palabras ahogadas que que me decís y en tantas penas como padecéis, que he estado por decir muy claro que no es la vuestra enfermedad espiritual ni corporal que haya tenido su principio y origen en el propio espíritu, sino de fuera, ora sea (permitiéndolo Dios) por medio de los demonios, o por medio de los hombres; que hombres y demonios, en materia de mal, corren a las parejas y aun no sé si los hombres se les aventajan algunas veces. Estas dos maneras de gentes se sirven los unos a los otros ayudándose para los males que pretenden, de suerte que unas veces los demonios toman por instrumentos a los hombres para hacer males, otras veces los hombres con pacto y concierto se sirven de los demonios para sus venganzas y maldades, que son tan infames y quedaron por el peccado tan viles que no se avergüenzan de ser criados de hombres peccadores y bajos.

Ahora, pues, como me habéis contado, hermano Pedro, que el officio en que catorce años ha os habéis ocupado, ha sido en procurarle almas a Dios, sacarlas del siglo y ponerlas en seguro, officio y trato que se debe dar el infierno todo por avergonzado y afrentado y obligado a salir a la causa y defensa de su partido. Por otra parte, según muchas cosas que en secreto me habéis dicho, es imposible dejar de tener a muchos hombres agraviados, enojados y airados, según las leyes y fueros que llaman del mundo, todos los cuales se los habéis quebrantado por anteponer la ley de Dios y los servicios que con voluntad y gusto le pretendíades hacer posponiendo el vuestro. Pues decidme: quien tiene enojado al infierno y a los hombres y por otra parte se ve como cada día me contáis -que como no son cosas que queréis las sepa nadie, es bien no decirlas, que, como dicen, las paredes oyen y podría alguien estarnos escuchando-, no hay que espantar de cosa que yo diga ni de nada que vos padezcáis. Decidme, hermano Pedro, ¿qué queréis?


San Juan Bautista de la Concepción 1609

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