November 19, 2013

DE LA CÓLERA DE SÉNECA

Ésta es todo arrebato y a impulsos del despecho; en absoluto humana, furiosa en su ansia de guerras, sangre, tormentos; con tal de dañar al otro, descuidada de sí, precipitándose sobre sus propios dardos, y ávida de una venganza que ha de arrastrar con ella al vengador.

La ira como una locura transitoria; en efecto, es igualmente sin dominio sobre ella, del decoro olvidadiza, de los vínculos desmemoriada, en lo que ha emprendido terne y empeñada, a la razón y los consejos cerrada, convulsionada por motivos vacuos, para el discernimiento de lo justo y de lo verdadero incapaz, del todo semejante a las ruinas que sobre aquello que han sepultado, se quiebran.

Para que sepas, por lo demás, que no están cuerdos a quienes la ira ha poseído, repara en su aspecto mismo; pues como de los locos seguros indicios son un temerario y amenazador rostro, un sombrío semblante, una torva faz, un precipitado andar, nunca quietas las manos, el color demudado, frecuentes y exhalados con demasiada vehemencia los suspiros, así de los encolerizados son idénticos los síntomas: relampaguean, centellean sus ojos, intenso arrebato en todo su rostro al borbotarles de sus más recónditas entrañas la sangre, sus labios temblequean, los dientes se encajan, se horripilan y erizan los cabellos, una respiración forzada y jadeante.

¿Qué diferencia hay, entonces? Que las otras pasiones asoman, ésta desborda.

Contempla los cimientos, apenas reconocibles, de nobilísimas ciudades: las asoló la cólera.

Nos encolerizamos, afirma, por regla general no contra aquellos que nos han agraviado, sino contra los que nos van a agraviar, para que sepas que la ira no nace de la ofensa.

Mas hay que decir que las fieras carecen de ira y todos los seres, excepto el hombre.

Irritarse dice al enfurecerse, al abalanzarse.

A nadie sino al hombre le ha sido concedida la prudencia, la previsión, la diligencia, la reflexión y no tan solo de las virtudes humanas han quedado excluídos los animales sino también de sus vicios.

¿Qué hay más manso que él, cuando se mantiene dentro del equilibrio de su alma?¿En cambio, qué hay más cruel que la ira?

En efecto, una existencia humana consiste en las buenas acciones y en la concordia y no con el terror sino mediante un recíproco afecto se ahorma en un acuerdo y ayuda compartidos.

No es, por consiguiente, la naturaleza del hombre deseosa del castigo; por lo tanto, tampoco la ira es conforme a la naturaleza del hombre, ya que es deseosa de castigo...Si el individuo bondadoso no se goza con el castigo, no se gozará tampoco con esta pasión, para la que el castigo sirve de placer: en una palabra, no es connatural la ira.

Así pues, algunos reputan lo mejor domeñar la ira, no suprimirla y cercenado aquello en lo que desborda, constreñirla dentro de un límite beneficioso, pero preservar aquello sin lo cual languidecería la acción y la fuerza y el temple del espíritu se disiparían. En primer lugar, es más fácil excluir lo perjudicial que dominarlo y no admitir que moderar lo admitido; pues una vez que se han instalado en su posesión, son más fuertes que su moderador y no consienten en ser recortadas o menguadas. En segundo lugar, la razón misma, a la que se confían los frenos, es poderosa en la misma medida en que está alejada de las pasiones; si se ha entremezclado con ellas y se ha infestado, no puede contener a las que habría podido eliminar.

Lo mejor es desdeñar inmediatamente el primer aguijonazo de la cólera y luchar contra sus mismos gérmenes y poner el empeño en no caer nosotros en la ira. Pues si ha empezado a extraviarnos, difícil es el regreso al equilibrio, dado que nada de razón queda donde ya la pasión se ha infundido y algún derecho le ha sido otorgado por nuestra voluntad; hará del resto cuanto se le antoje, no cuanto le consienta.

¡Cuánto más humanitario es ofrecer un talante afectuoso y paternal ante los que delinquen y no perseguirlos sino atraerlos! Al que vaga a través de los campos por desconocimiento del camino, mejor es traerlo al itinerario buscado que alejarlo.

¡Cuán grande cosa es rehuir el mayor de los males, la cólera y con ella la rabia, la saña, la crueldad, el furor, los otros comportamientos de esta pasión!

Las aficiones más arduas incluso tienen que ser dejadas por los coléricos o, al menos, practicadas sin llegar al cansancio y su ánimo no debe desenvolverse en medio de demasiadas cosas, sino entregarse a artes gratificantes: que a aquél lo calme la lectura de unos poemas y la historia con sus relatos lo entretenga: trátesele con más suavidad y tacto; Pitágoras calmaba los sobresaltos de su alma con la lira; por lo demás, ¿quién ignora que los clarines y las trompetas son excitantes igual que otros sones son bálsamos con los que la mente se sosiega? A los ojos enfermos beneficia lo verde y ante ciertos tonos una vista debilitada descansa, por el brillo de otros queda deslumbrada: de esta forma a los espíritus enfermizos calman los estudios apacibles. El foro, las citaciones, los juicios debemos rehuirlos y todo lo que encona la pasión, igualmente prevenir la fatiga corporal.

Pues como las llagas empiezan a doler al menor roce, luego también ante la sospecha de roce, de la misma forma un espíritu afectado se molesta por minucias, hasta tal punto que a algunos un saludo, una carta, un discurso, una pregunta, los mueven a pleito: jamás sin queja los tullidos son rozados.

Así pues, lo más excelente es medicarse a la primera sensación del mal, conceder entonces incluso a las expresiones el mínimo de libertad y cohibir el impulso. Fácil es, por lo demás, atajar sus arrebatos en el mismo instante de originarse: los síntomas de las enfermedades se anticipan, como los barruntos de una tempestad o de una lluvia llegan antes que ellas, así de la cólera, del amor y de todas esas borrascas que vejan los espíritus, existen ciertos atisbos.

Beneficia el reconocer la propia enfermedad y ahogar sus achaques antes de que se explayen. Veamos qué es lo que sobremanera nos excita... No todos quedan heridos por idéntico avatar; así pues, conviene saber cuál es tu punto débil, para que lo guarnezcas al máximo.

La más cierta virtud es aquella que larga y detenidamente se examina y conduce y avanza lentamente y con un propósito.

Que nada te esté permitido, mientras estás encolerizado. ¿Por qué? Porque anhelas que todo te esté consentido.

Lucha contra ti mismo, si deseas doblegar la cólera, ella no podrá contigo. Empiezas a ganar, si ella es arrinconada si no se le concede asomo.

Presume en tus adentros que has de padecer mucho tú: ¿quién, por ventura, se sorprende de pasar frío durante el invierno?, ¿quién, por ventura, de marearse en el mar, en la calle de ser molestado?... "Ciertamente no me irrito, pero dudo, empero, si convendría irritarme"... Algunas cosas, si no son engañadas, no son curadas.

A otro dirás: "mira que tu iracundia no sea gozo de tus enemigos", a otro, "mira que la grandeza de tu alma y la fortaleza acreditada ante los demás se esfume".

Mas castigar al airado y dejarse llevar de la propia ira es incitarlo: lo abordarás de manera varia y suave.

Paz demos al corazón, la que otorgará un asiduo cumplimiento de las recomendaciones salutíferas y las buenas obras y una mente volcada en el anhelo de lo único honroso. A la conciencia dése satisfacción, nada con vistas a la reputación afanemos: siga, incluso, la calamidad, con tal de merecer bien. Pero la turba lo fogoso admira y los osados andan en honores, los serenos son tenidos por indolentes. Tal vez a primera vista, pero una vez que el equilibrio de su vida da fe de que no hay indolencia en su corazón sino paz, el pueblo los respeta y venera por igual.

Podremos, empero, esforcémonos tan sólo. Ninguna cosa aprovechará más que la reflexión sobre nuestra finitud. Cada uno diga a sí propio y al otro: ¿de qué vale si como engendrados para la eternidad, mover iras y perder una tan breve existencia?, ¿y de qué vale los días que es posible pasar en un solaz bueno, dedicarlos al sufrimiento y tortura del otro? No admiten estas cosas pérdidas ni el tiempo sobra para malgastarlo. ¿Por qué nos lanzamos a la pelea?, ¿por qué nos excitamos contiendas?

¿Por qué no mejor, amable mientras vives para con todos, añorado cuando hayas muerto, te haces?



De ira, Séneca  Año 42-43

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