July 07, 2010

LA FAMILIA

I

Una familia está constituida por un padre, una madre y uno o varios hijos, ya sean naturales o adoptivos.

La familia es como un Estado. Entre familias hay política interior y exterior.

Se debe cenar viendo las noticias para que entre la realidad en casa e ir comentando e inculcando los valores.

Un niño no tiene que dar amor a un padre o a una madre que lo maltrata.

Hay que velar por la familia creando un entorno seguro.

Respetarse a sí mismo. Siempre es más difícil querer y respetar a quienes no se quieren ni se respetan a sí mismos.

Cuanto mayor es el niño, las recompensas dan mejor resultado que los castigos; los elogios dan mejor resultado que las críticas.

Si añadimos los elogios de alguien que significa algo para nosotros, la sensación de bienestar es inmensa.

No cambiar el humor a los adolescentes (y adultos), porque persiste ahora, a diferencia del cambiante de los niños.

Un niño pequeño lo que más ansía en el mundo es ser el centro de la familia, el foco absoluto de su atención.

Reducir el malestar familiar es a la larga más gratificante para todos.

Si siempre le prestamos atención cuando se porta mal, él aprende que la forma más segura de obtener nuestra atención es, sin duda, portándose mal. Los padres rara vez se percatan de que están enseñando a sus hijos a portarse mal, y desde luego no hay nada más alejado de su intención. Tampoco los niños son conscientes de que se están portando mal.

Cuando los niños se portan bien, necesitan una mirada o una sonrisa, unas cuantas palabras de aprobación, aliento, que fomenten su autoestima y reconozcan sus logros. Y cuando no se portan bien, deje de mirarlos directamente a los ojos, desvíe la mirada hacia otro sitio, quítelos de su vista.

Contar hasta tres antes de esperar algo del niño. La pausa obligada ante las travesuras.

Si sus hijos se están portando mal, pero eso no le afecta directamente, su mejor táctica puede ser ignorarlos. Métase en el cuarto de baño. También enseña a sus hijos que una buena pelea es una forma infalible de captar su atención. Si usted interviene cada vez que riñen, lo único que conseguirá es tener un trabajo ímprobo y animarlos a que no se esfuercen por solucionar las cosas por sí solos.


II

Elija una habitación para enviar al niño. Dígale al niño que vaya a su habitación y regrese cuando esté dispuesto a pedir perdón y volver a portarse bien. E imponga un período de tiempo. Una buena regla empírica es un minuto por año de edad. Durante la pausa obligada, no interactúe con el niño. Si necesita hacer pis puede esperar unos cuantos minutos. Si sale de la habitación, el tiempo vuelve a correr desde el principio. Ponga un cerrojo en su puerta si es necesario. Si destroza la habitación, no diga nada, ya la ordenará que es su responsabilidad. No reponga los juguetes o libros que él haya roto.

Tiene que asumir la consecuencia lógica de su acción.

Castigar a sus hijos sin salir es una forma poco afectiva de imponer control a menos que usted quiera tener en casa a un niño aburrido y de mal humor. Tener ininterrumpidamente con usted a un adolescente malhumorado y agresivo es tanto castigo para usted como para él.

Recuérdele que si quiere beber Coca-Cola y comer hamburguesas, tener una asignación o que usted lo lleve en coche a casa de un amigo, va a tener que ganarse esos privilegios portándose bien y colaborando. Crecer en un país rico le ha inducido a creer que ciertas cosas le corresponden por derecho. Tenga cuidado, no obstante, en no amenazarlo con lo que usted no puede o no está dispuesto a llevar a cabo. Siéntese, con él, hagan una lista de sus privilegios y pregúntele qué cree él que debería pagar por ellos. ¿Qué esperaría él de ser usted?

Permitir que un niño coseche las consecuencias de su conducta le enseña a asumir la responsabilidad de sus actos. Si se niega a ponerse los guantes, tendrá frío en las manos. Si se deja el libro en el césped, se le mojará. Si suavizamos el impacto, no le enseñamos nada. Si se olvida de llevarse el almuerzo a la escuela, pasará hambre. Si un niño es muy despistado, tal vez le resulte útil enseñarle a preguntarse: "¿Lo tengo todo?", antes de salir de casa, o colgar una lista en la pared de su dormitorio que deberá consultar antes de ir a la escuela. Evidentemente usted no puede permitir que un niño sufra las consecuencias peligrosas de sus actos.

Un cachete rápido y firme al año no hace daño.

Habría que elogiar y recompensar los esfuerzos, pequeños o grandes, de los niños.

Un "golpecito ceremonial" a un bebé es un ligero cachete en la mano que no duele pero capta la atención. Y luego, póngase al nivel del niño, mírele a los ojos y dígale qué ha hecho mal. Los golpecitos no son como los cachetes -un signo de que se ha incumplido la disciplina-, sino una herramienta para captar la atención del niño. Estarán de más cuando tenga alrededor de tres años y medio.

Ser el primero todos alguna vez, pero recuerde que para los niños menores de tres años dos minutos son una eternidad. Mírelos, sonríales, interrumpa lo que está haciendo una o dos veces para decirles alguna palabra de aliento.

Los siete años son la edad de la razón, es decir, la edad a la que nuestros hijos deberían empezar a responsabilizarse de sus actos. ¿Por qué iba un niño a acordarse de llevarse el almuerzo a la escuela si sabe que hay alguien dispuesto a correr tras él si se lo olvida? Retírese, permita que cometa errores y sufra las consecuencias. Ésa es la única forma que tiene de aprender.


III

Somos responsables de mostrar amor a los niños. Los niños merecen abrazos, besos y palabras de amor. Y sentir el "te quiero" al decirlo. Los niños están ávidos de amor y las palabras de ternura significan mucho para ellos. Cuanto más pequeño es el niño, menos memoria tiene y más proclive es a creerse el mensaje más obvio. Una demostración es que les quieres para ellos. No sea rencoroso, perdone y luego olvide. Tenga un Banco de Amor. Transmita a sus hijos el mensaje de que los quiere con mucha claridad. Abrazos y muestras de afecto.

Respete siempre los deseos de sus hijos. No se entrometa. "Sé que es doloroso. ¿Quieres que hablemos de ello? Si necesitas un hombro donde apoyarte, aquí me tienes".

El amor se muestra a un niño de múltiples formas, muchas de ellas sutiles. Velando por su seguridad; prestándole apoyo; fomentando su independencia y, en último término, dejándolo marchar. Por encima de todo, se halla presente en nuestra capacidad para aceptarlo como a un individuo único y digno de ser amado. Son estas cosas las que nos convencen.

Cuando los niños se acercan a la pubertad, también son conscientes de que el amor puede coartar, controlar y manipular. De que a veces el amor se prodiga para beneficio de quien lo da y no de quien lo recibe. En esta etapa, los niños juzgan si los queremos, pero también la calidad de nuestro amor, y en ocasiones lo encuentran deficiente. Sienten que son poco queridos, o que sólo los queremos cuando cumplen las condiciones que, según su percepción, nosotros les hemos puesto para quererlos. El amor es una forma de vida. No sólo las palabras "Te quiero".

Los bebés son indefensos y dependientes y necesitan los cuidados constantes que les prodigamos, y actuar de otra forma sería una negligencia por nuestra parte. El amor universal los arropa, los hace felices y los deja crecer.

Pero el amor que es apropiado en una etapa no siempre lo es en otra. Seguir queriendo a los niños como si fueran bebés cuando ya no lo son coarta su desarrollo. Nuestros hijos no pueden evolucionar a nuestra sombra. Es difícil que un niño de cuatro años a quien seguimos queriendo como a un bebé desarrolle una vida emocional separada de nosotros, como deben hacer todos los niños para ser capaces de formar buenas relaciones fuera de la familia.

Cuando el amor coarta la independencia emocional, los niños tienen dificultades para formar relaciones maduras.

Dejar gradualmente de querer a nuestro hijo como al bebé que era es duro, pero es necesario si queremos que alcance la madurez emocional. Tenemos que conceder a nuestros hijos su independencia y retirarnos para querer a la persona en que se convierten.


IV

Deberíamos darles sonrisas, besos y abrazos, a cambio de nada, lo damos de forma gratuita.

A casi todos los niños les resulta más fácil concentrarse por la mañana que a última hora de la tarde y es sensato programar más actividades absorbentes en esa franja horaria. A media tarde les tocará el turno a las actividades relajantes, y cuando anochezca habrá un rato para que su hijo pueda desahogar sus energías antes de calmarse e irse a dormir.

Incluso si se lo permitiéramos, los niños pequeños no podrían organizar su vida. Ellos no saben ordenar tareas, recordar secuencias, comprender el paso del tiempo ni hacer planes. Eso no significa que no quieran orden -los niños pequeños están ávidos de organización y previsibilidad-. Si les diéramos a elegir libremente, casi todos comerían lo mismo y llevarían la misma ropa todos los días. Les gusta beber en "su taza", sentarse en "su sitio", ver el mismo vídeo y escuchar el mismo cuento una y otra vez. Eso es lo que hace que se sienta seguro. Impongámosle la regularidad, la pauta y la estructura hasta que sean mayores y les cedamos gradualmente la responsabilidad de estructurar sus vidas.

En todos los casos, el estrés los enoja y los altera y trastorna los procesos de comer y digerir. Algunos niños reaccionan comiendo únicamente pasteles. Otros no comen casi nada mientras están en la mesa, pero les entra hambre en cuanto se levantan y se tranquilizan. Lo cual puede volvernos locos a los padres. Modifique los elementos que desencadenan el estrés de su hijo. Haga comidas en el jardín, o picnics en una mesita del salón; consiga un mantel y un plato especiales. Ahora vuelva a empezar y, de forma muy gradual, introduzca una dieta equilibrada.

No estreses a tus hijos: la vida ya los estresa demasiado.

Si anticipamos que van a ser traviesos, destructivos y agresivos, es posible que lo perciban y actúen así.

El estrés. ¿Es pues extraño que a veces estén tristes o enojados o se porten mal, y que haya días en que no se concentren ni sepan organizar sus pensamientos y sentimientos? Si eso nos frustra y no somos capaces de disimular nuestra frustración, empeoramos las cosas.

El coche se detiene y ellos salen corriendo, empujándose, haciéndose la zancadilla. Podríamos denominarlo efecto "palomitas de maíz". Esta repentina explosión de actividad es algo que hacen todos los animales mientras son cachorros. Lo más importante es recordar que esta liberación de energía es inevitable -y si usted intenta coartar a sus hijos, ellos se pondrán nerviosos y se volverán dispersos-. Reserve siempre un rato para que sus hijos puedan liberar su energía. Persígalos alrededor del sofá, vayan a pisar charcos, perseguir hojas caídas, corran alrededor de la manzana.

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