October 21, 2018

JORGE MELQUÍADES

Melquíades (311 - 10 de enero de 314) fue el 32º papa de la Iglesia católica. Probablemente procedía de África del Norte, a pesar de su nombre griego, aunque no se poseen datos fidedignos sobre su biografía.
El historiador español del siglo XVIII José Antonio Álvarez Baena señala que era: «De padres africanos, emigrados a España, fue natural de Mantua de los Carpetanos (después Madrid), viajó a Italia en 299, y padeció mucho en la persecución de Diocleciano y Maximiano, con peligro de perder la vida».1​ No obstante, el resto de las fuentes lo consideran como natural del Norte de África.2​ 3
Durante el pontificado del papa Melquíades, ocurrió el triunfo del emperador Constantino I el Grande sobre Majencioen la batalla del Puente Milvio sobre el río Tíber, batalla en la cual Majencio murió ahogado cuando huía del avance de Constantino.
Poco tiempo después, en el (313) en Milán, Constantino proclamó el Edicto de Milán, con el cual garantizaba la paz y libertad de la Iglesia. El nuevo emperador, obsequió al pontífice una finca en el palacio imperial Lateranense, la cual comenzó a ser desde entonces la residencia oficial de los papas. En solar contiguo, el propio Constantino ordenará edificar la primera basílica romana; la basílica Laterana, sede oficial del papa. Hoy se la conoce como San Juan de Letrán.
Melquíades reunió un concilio para condenar a los donatistas y, según el Liber Pontificalis, comenzó con la práctica de repartir en las iglesias de Roma la eucaristía consagrada por el propio papa,4​ práctica atestiguada en Roma pero que la Enciclopedia Católica duda en atribuir a este pontífice.5
Melquíades murió el 10 de enero, o, según señalan algunas fuentes posiblemente, el día de su celebración (10 de diciembre), y fue enterrado en el cementerio de San Calixto; el último de los papas en ser enterrado allí. Se le recuerda como mártir, a pesar de haber muerto en forma natural, por los sufrimientos que padeció durante el reinado del emperador Maximiano.


Melquíades es un personaje ficticio de la novela Cien Años de Soledad, del escritor colombiano Gabriel García Márquez, ganador del Premio Nobel de Literatura.

Personaje[editar]

Melquíades es uno de los gitanos que acostumbraban visitar la población ficticia de Macondo, donde transcurre la novela, cada año en el mes de marzo, trayendo inventos y descubrimientos realizados en el mundo exterior a la aldea. Desde sus primeras visitas, traba amistad con José Arcadio Buendía. Esto le trae problemas con su esposa Úrsula Iguaran quien no aprueba las locuras de su marido.
Pero cierto día, Melquíades no se encuentra entre los gitanos que visitan la aldea. Al preguntarle a sus compañeros, José Arcadio Buendía recibe la noticia de que había muerto en Singapur debido a una epidemia. Pero luego llega a Macondo, sin ser reconocido por José Arcadio Buendía, debido a que la epidemia del olvido atacaba al pueblo. Al darse cuenta de lo que ocurría preparó una bebida y curó a todos los habitantes. Después de esto, declara haber regresado de la muerte porque no pudo soportar la soledad. Entonces, es invitado a quedarse a vivir con los Buendía. En esa casa es donde escribe unos pergaminos en su idioma materno que es el sánscrito, por lo que pudiera ser nativo de India o Nepal, que no se podrán leer hasta que no pasen 100 años de haber sido escritos y que tienen que ver con el destino de la familia. En ese lugar muere, un día que va a bañarse en el río cercano a la población, pero a través de la historia, posteriormente, aparece como un fantasma frente a integrantes de los Buendía que tratan de descifrar los pergaminos. Una frase recurrente pronunciada por Melquíades en vida y ya muerto es «He muerto de fiebre en los médanos de Singapur».

Los pergaminos de Melquíades[editar]

Los pergaminos escritos por el gitano Melquíades contenían versos cifrados precedidos de un epígrafe. Los versos pares fueron cifrados con la clave privada del emperador Augusto, y los impares con claves militares originarias de Lacedemonia. En alguna ocasión, el gitano hizo oír parte de los versos al personaje de Arcadio Buendía, nieto de José Arcadio Buendía, los cuales no entendió pero que, en palabras del autor, parecían "encíclicas cantadas". Los hermanos Aureliano Segundo y José Arcadio Segundo Buendía, en un intento prematuro de traducción, descubrieron, gracias a una enciclopedia inglesa, el idioma en que estaban escritos.
Aureliano Babilonia, nieto de Aureliano Segundo Buendía e hijo de "Meme" Buendía del Carpio y Mauricio Babilonia, quien había leído muchas veces los pergaminos, recibe en muchas ocasiones la visita del fantasma de Melquíades, de quien tenía recuerdos previos al momento de su nacimiento, y le da las pistas para poder hallar los textos que le permitan descifrar los pergaminos, en la librería de un sabio catalán. Solo lo logra luego de la muerte de su tía Amaranta Úrsula Buendía y del hijo habido con ella, al recordar el texto del epígrafe de los pergaminos: "El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas", y se da cuenta de que en esos pergaminos estaba escrito todo el destino de la familia Buendía y su futuro. Sin ninguna dificultad, descifra los pergaminos en voz alta y se da cuenta de su parentesco con Amaranta Úrsula, mientras Macondo comienza a ser destruida por un viento huracanado, porque la novela predice que esta destrucción ocurriría una vez que Aureliano Babilonia descifrara la última página de los pergaminos.


La cárcel Modelo ardió como una enorme falla el 22 de agosto de 1936, al inicio de la Guerra Civil. Una treintena de políticos fueron conducidos a empellones hasta el sótano para ser ejecutados. Ramón Serrano Suñer escuchó estremecido, durante horas, los disparos de los milicianos. Cuando Juan Simeón Vidarte, vicesecretario general del PSOE y fiscal del Tribunal de Cuentas, bajó al sótano de la prisión antes del amanecer, provisto de una linterna, tropezó con los cadáveres, para poco después identificar a los políticos que habían sido sus compañeros de escaño en las Cortes. Fernando Primo de Rivera llevaba aún el cigarrillo en la mano que pidió antes de morir, Julio Ruiz de Alda yacía también agujereado por las balas, Melquíades Álvarez mantenía los ojos abiertos... Vidarte se los cerró piadosamente.
Investigando en el Archivo Histórico Nacional para componer mi libro «Los expediente secretos de la Guerra Civil» (Espasa Calpe), pude rescatar varios documentos inéditos; entre ellos, la «autopsia», tal y como la calificaron de forma un tanto osada los doctores en su escrito al juez, ya que en realidad se limitaron a reconocer exteriormente el cadáver de Melquíades Álvarez, fundador del Partido Republicano Liberal Demócrata, señalado con el número 932 para su identificación en el cementerio del Este, a donde fue conducido tras su ejecución a sangre fría.
El informe de los forenses José Águila Collantes, que había presenciado la autopsia al cadáver de Calvo Sotelo el mes anterior, y David Querol Pérez decía textualmente: «Presenta las siguientes lesiones: heridas por arma de fuego en la región lateral derecha del cuello, no habiéndose procedido a abrir las cavidades por considerarse suficientes las lesiones observadas en el hábito exterior y poder afirmarse que la muerte ha sido consecuencia de hemorragia».
Por el desconocido Dietario de Manuel Portela Valladares, el jefe del Gobierno nombrado por Niceto Alcalá Zamora que acabó entregando el poder al Frente Popular, antes incluso de proclamarse el resultado electoral y sin esperar a la segunda vuelta, sabemos el gran impacto que produjo en el presidente de la República, Manuel Azaña, el asesinato de Melquíades Álvarez.
El 26 de octubre de 1939, Portela anotó en su cuaderno: «J. J. [Julio Just Gimeno, ministro de Obras Públicas en el Gobierno de Largo Caballero] me confirma el terrible día que pasó Azaña cuando el asesinato de Melquíades Álvarez: lleno de dolor, pensando en la dimisión y en el suicidio...». El propio Azaña evocó el trágico episodio en su diario, el 7 de noviembre de 1937. La fecha era tardía, pero Azaña no anotó en sus cuadernos otros sucesos de 1936 que los acecidos hasta el 20 de febrero de ese año; es decir, la fecha de la celebración del primer Consejo de Ministros, tras la victoria del Frente Popular.
El triste recuerdo se lo suscitó una visita de Mariano Gómez, presidente del Tribunal Supremo, a la cárcel Modelo el 23 de agosto de 1936, acompañado por varios magistrados. Gómez encontró allí «un espectáculo atroz». Y añadía Azaña, sobre el particular: «Cuando los magistrados, con el presidente, se presentaron en la cárcel, todavía sonaban tiros. Consiguieron que todo cesara, al entrar en funciones». Más tarde, Azaña dejó por escrito su estremecida constatación: «A las once y media, conversación telefónica con Bernardo Giner [de los Ríos], ministro de Comunicaciones. Primeras noticias del suceso: mazazo; la noche triste; problema en busca de mi deber: desolación».

El valioso testimonio del cuñado de Azaña, Cipriano Rivas Cherif, quien se hallaba en Madrid desde primeros de agosto, acreditaba la profunda aflicción del presidente ante los crímenes. Rivas encontró a su cuñado «sentado a una mesa de mármoles de colores, en el centro de la estancia». Eran las habitaciones del duque de Génova. Azaña tenía, según su cuñado, «la cabeza apretadamente entre las manos. Levantó el rostro y me miró como nunca yo lo había visto. Estaba desencajado». Y añadía Rivas Cherif, como testigo de excepción: ¡Cómo quieres que esté!», fue la respuesta, más agria que lamentosa, que dio [Azaña] a mi saludo habitual; pero en que se traslucía, no ya un simple enfado, sino cierta desesperada indignación. –¡Han asesinado a Melquíades!, volvía a su ensimismamiento. No me hacía caso. Cuando quise que me contara creyó que yo insistía cruelmente en que repitiera lo que tanto dolor le causaba, y que, a la verdad, no me era conocido sino por lo poco que acababan de decirme. No era sólo Melquíades Álvarez el muerto. También habían perecido Martínez de Velasco y algunos calificados fascistas, como Ruiz de Alda...»

En el prólogo que Azorín escribió en 1953 para la biografía publicada por Maximiano García Venero está la mejor descripción del político centrista español más importante del primer tercio del siglo XX: “Viste Melquíades Álvarez con pulcritud: americana cruzada con dos filas de botones, cuello de pajarita. Hubo un momento en que fue moda la corbata blanca de hilo, tiesa, bien en lazo, bien en nudo, bien en peto. Pasó la moda y Melquíades Álvarez perduró en el lacito blanco… Todo habla en Melquíades Álvarez. Al ponerse en pie, los diputados que estaban más cerca se han retirado un poco, a fin de dejar al orador espacio libre en sus idas y venidas… Lo que dominaba en Melquíades Álvarez era la intuición rápida y la conclusión clara. Los ojos fulgían y refulgían. En los momentos de pasión sus conminaciones al adversario eran terribles. Si yo tuviera que definirle con una frase diría: un ateniense en el ágora”.
Esos “ojos que fulgían y refulgían” que tanto impresionaron a Azorín como joven cronista parlamentario en las Cortes de la Restauración; esos “ojos que fulgían y refulgían” sobre la nariz ganchuda que fundía su rostro de frágil pajarito con el águila de la oratoria que subía a la tribuna o se ponía la toga; esos “ojos que fulgían y refulgían” que sedujeron a sus jóvenes alumnos de la Universidad de Oviedo pero también a Ortega y Azaña; esos “ojos que fulgían y refulgían” como centellas en los mítines de la plaza de toros o los banquetes del Hotel Palace, fueron los mismos que conmocionaron al vicesecretario general del PSOE Juan Simeón Vidarte cuando iluminó con una linterna su cadáver, en un sótano de la cárcel Modelo el 23 de agosto de 1936, un día después de su asesinato:
“Sus ojos, abiertos hasta querer saltarse de las órbitas reflejaban asombro. Parecía querer decir a sus verdugos que él era republicano, que quiso muchas veces salvar a la Monarquía, para convertirla de absoluta en constitucional y democrática, que él siempre había sido un hombre de izquierdas y había conspirado con Besteiro y Largo Caballero en la huelga de agosto; con Marañón y Fermín Galán en la sanjuanada…”.
Dice Pío Baroja, al reconstruir los hechos en su novela Miserias de la guerra, que “en las revoluciones y en todos los movimientos populares, se repite lo mismo, no hay casi nunca originalidad”. Desde luego los sucesos de la Modelo parecen calcados en su planteamiento, nudo y desenlace de las masacres de las cárceles parisinas de septiembre de 1792.
Lo primero fue demonizar como enemigos a los reclusos de mayor significación política. El mismo papel infame que cumplieron los periódicos de Marat y Hebert, lo desempeñó aquel agosto trágico el diario socialista Claridad, inventando el correspondiente “complot de las prisiones”.
Lo siguiente fue provocar un incidente que legitimara una intervención extrema. El amotinamiento de presos comunes tuvo su trasunto en el incendio provocado en la leñera de la tahona de la Modelo. Enseguida se atribuyó a quienes se entendían con el “enemigo a las puertas”, ya se tratara de prusianos o franquistas, y pronto los milicianos más fanáticos se apiñaron a las puertas de la cárcel.
Sólo quedaba permitir la entrada al recinto de los degolladores y la celebración de simulacros de juicios sumarísimos en el patio. “A quien más insultaban y de una manera más rabiosa era a Melquíades Álvarez”, asegura Baroja, preguntándose a continuación: “¿Por qué este grupo de gente asesina y mediocre odiaba a quien era un republicano y un gran orador?”. Él mismo aportaba la respuesta: “Probablemente por eso, por envidia”.
Ochenta años después de su asesinato tal día como mañana lunes, el recuerdo de Melquíades Álvarez ha quedado circunscrito a su Asturias natal
Aunque esta vez las víctimas fueron fusiladas, García Venero asegura que Melquíades Álvarez trató de hacer su último alegato como “ateniense en el ágora” y “un miliciano le asestó un terrible bayonetazo en la garganta”. Algo similar a una cicatriz en el cuello puede apreciarse en las fotocopias de las fotografías de su cadáver que constan en el sumario instruido por el juzgado número 5 de Madrid con motivo de la entrega de docena y media de cuerpos inertes en el cementerio del Este. Junto al de Melquíades Álvarez, estaban los del líder agrario Martínez de Velasco, los exministros Rico Avello y Álvarez Valdés, el falangista Fernando Primo de Rivera, el copiloto del Plus Ultra Ruiz de Alda, el africanista general Capaz o el ultraderechista doctor Albiñana.
Aunque Azaña se había alegrado cruelmente de que, tras la victoria del Frente Popular, la Comisión de Actas hubiera despojado de su escaño a 'don Melquis' –como le llamaba con sorna-, cuando se enteró de lo ocurrido, ya en calidad de presidente de la República, sufrió un gran disgusto y entró en depresión. “¡Han asesinado a Melquíades…!”, repetía acariciando la dimisión. “¡Esto no, esto no! Me asquea la sangre… Nos ahogará a todos…”. Según su cuñado Cipriano Rivas Cheriff, fue preciso llamar con urgencia a su amigo y confidente Ossorio y Gallardo para que le convenciera de que debía seguir en el cargo.
La reacción del ministro de Trabajo Indalecio Prieto fue de similar abatimiento. “Con esto hemos perdido la guerra”, cuentan que dijo. Se trataba de algo equivalente, en términos de legitimidad moral, a lo que acababa de ocurrirle al otro bando cuando cinco noches antes, “bajo una luna de pergamino” apareció en el camino de Viznar a Alfacar el cadáver del poeta que veía “muslos” en los “peces despistados” y soñaba con “dormir el sueño de las manzanas”.
Ochenta años después de su asesinato tal día como mañana lunes, el recuerdo de Melquíades Álvarez ha quedado circunscrito a su Asturias natal. Aunque en su fecunda vida política fue sucesivo compañero de viaje de quienes formaron los dos bandos de la guerra civil o más exactamente las dos Españas, entendiéndose con la una y con la otra –o tal vez precisamente por eso-, nadie ha reivindicado su figura ni durante el franquismo ni durante la democracia.
En Oviedo hay una calle dedicada a Melquíades Álvarez pero no en el Madrid donde tanto hizo e influyó
En Oviedo hay una calle dedicada a Melquíades Álvarez pero no en el Madrid donde tanto hizo e influyó. No sé si Paquita Sauquillo, Andrés Trapiello y demás miembros de la comisión de expertos nombrada por Carmena para democratizar el callejero están aún a tiempo de subsanar esta anomalía. Si no fuera así Begoña Villacís debería promoverlo desde el ayuntamiento. Y el asturiano Prendes y Patricia Reyes plantear desde la mesa del Congreso algún tipo de reconocimiento a quien fue presidente de la cámara dentro de un régimen constitucional. Es de justicia que ahora que la tercera España vuelve a estar representada con el peso que ha adquirido Ciudadanos, también recuperemos la memoria histórica de aquellos “ojos que fulgían y refulgían”, aquellos ojos que parecían querer salir atónitos de las órbitas hasta que el socialista Vidarte acercó de nuevo la linterna y cerró piadosamente sus párpados.

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