June 15, 2014

LA PLEGARIA Y EL PARTO DE PRASKOVYA SHEREMETEVA (1802)

[...] Oh, misericordioso Señor, fuente de toda bondad y caridad infinita, te confieso mis pecados y pongo ante tus ojos todos mis hechos pecaminosos e ilícitos. He pecado, oh Señor, y mi enfermedad, todas estas llagas en mi cuerpo, son un castigo muy duro. Cargo con un parto muy pesado y mi cuerpo desnudo está mancillado. Mi cuerpo está mancillado por lazos y pensamientos pecaminosos. Soy mala. Soy orgullosa. Soy fea y lasciva. Hay un diablo en el interior de mi cuerpo. Llora, ángel mío, mi alma ha muerto. Está en un ataúd, yace inconsciente y oprimida por el dolor, porque, Señor, mis acciones viles han matado a mi alma. Pero comparado con mis pecados el poder de mi Señor es muy grande, más grande que la arena de todos los mares, y desde las profundidades de mi desesperación de ruego, Dios Todopoderoso, que no me rechaces. Ruego tu bendición. Oro por tu misericordia. Castígame, Señor, pero por favor no me dejes morir.

Praskovya




El embarazo sin problemas de tu madre anunciaba un resultado feliz; te trajo al mundo sin dolor, y yo no cabía en mí de contento cuando vi que su buena salud no cejó después de darte a luz. Pero debes saber, mi querido hijo, que apenas sentí esa alegría, apenas cubrí tu tierno rostro de bebé con mis primeros besos de padre, una enfermedad grave afectó a tu madre y luego su muerte convirtió los dulces sentimientos de mi corazón en un doloroso pesar.
Recé con fervor a Dios para que le salvara la vida, mandé llamar a doctores expertos para que le devolvieran la salud, pero el primer doctor se negó a colaborar como un inhumano, a pesar de mis reiterados ruegos, y luego la enfermedad se agravó. Otros pusieron sus mejores esfuerzos, todos los conocimientos de su oficio, pero no pudieron ayudarla. Mis gemidos y sollozos casi me llevaron a la tumba a mí también.

Creía que tenía amigos que me querían, me respetaban y compartían mis placeres, pero cuando la muerte de mi esposa me dejó en un estado de desesperación descubrí a nuevas personas que me reconfortaron y que compartieron mi pena. Experimenté la crueldad. Cuando llevaron su cuerpo para enterrarlo, pocos de los que se llamaban mis amigos demostraron tener alguna sensibilidad ante aquel triste acontecimiento o cumplieron con la obligación cristiana de acompañar el ataúd.


el conde Nikolái Petrovich Sheremetev

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