November 12, 2012

LA ORDEN DE SER MENORES DE LOS FRANCISCANOS

1. En nuestra fraternidad los preferidos han de ser los enfermos, los desanimados, los conflictivos, los que han tenido la desgracia de no ser fieles a sus compromisos, o los que se sienten marginados, o son de hecho víctimas del pecado estructural de nuestra institución, o del abuso del poder; en suma, los pequeños. Solo podemos ser signo del Reino si la regla de oro evangélica ("haced a los demás lo que quisierais que ellos os hiciesen") regula nuestras relaciones. El ideal de humanidad reconciliada comienza por casa.

2. No, la fraternidad no se hace proyectando nuestras necesidades infantiles en un ideal de amor sin conflictos. Por el contrario, es necesario amar desde el olvido incondicional de sí; es necesario evitar el airarse y perder la paz, escandalizándose ante la mediocridad o la debilidad del hermano. Es necesario amar como una madre, e incluso más, pues la fraternidad se sustenta, en última instancia, de la gratuidad del amor de Dios.

3. Cuanto más se me niega visiblemente comprobar el cariño mutuo y el deseo común de vivir el Evangelio, todavía me queda el amor, el que "todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta", el que vence al mal a base de bien, como Jesús, el entregado por los pecadores.

4. Mucho más que título oficial de la Orden: ser y actuar evangélicos. Se trata de ser discípulos de Jesús y asemejarse a Él.

5. Deben gozarse cuando conviven con gente baja y despreciada, con los pobres y débiles, con los enfermos y leprosos, y con los mendigos que están a la vera del camino.

6. Los preferidos del Reino: no solo se les ayuda sino que se comparte la vida con ellos.

7. El conjunto de los textos traza una vida religiosa inserta en el mundo de los marginados. Mucho que revisar para nosotros, los franciscanos, y para cualquiera que se identifique con la sensibilidad evangélica de Francisco de Asís.

8. 

Cuando los hermanos van por el mundo,
no lleven nada para el camino: ni bolsa, ni
alforja, ni pan, ni pecunia, ni bastón. Y en
toda casa en la que entren digan primero:
"Paz a esta casa". Y, permaneciendo en la
misma casa, coman y beban lo que haya en
ella. No resistan al malvado, antes bien, a
quien les pegue en una mejilla, preséntenle
también la otra. Y a quien les quita el
manto, no le impidan que se lleve también
la túnica. Den a todo el que les pida, y a
quien les quita lo suyo, no se lo reclamen (?).

9. Hemos sido enviados al mundo. Nuestro claustro es la ancha tierra: las calles, los campos, las fábricas, las oficinas, los lugares de reunión y controversia, las misiones, las playas, las chabolas, los hospitales... Nuestra misión comienza por insertarnos en la condición de nuestros hermanos, los hombres, especialmente los que sufren.

10 Queremos una humanidad nueva, igualitaria y fraterna, reconciliada entre sí y con Dios, según la paz prometida por los profetas y anunciada como don del Mesías, Jesús. no nos hacemos ilusiones sobre este mundo insolidario, violento e injusto. Somos conscientes de que solo podrá ser transformado por hombres a los que el amor les exponga a la persecución y al despojo. Nuestro modo ha de ser escandalosamente evangélico: vivir las bienaventuranzas del Reino, apacibles, pacíficos y mesurados, manso y humildes. Creemos en este amor que no reivindica nada para sí, que parece pasivo y es más fuerte que la muerte.

11. Subordinamos la palabra a la praxis. Nos urge la predicación; pero queremos gritar y actuar el Evangelio, sobre todo con nuestras vidas. Nos gusta acercarnos a los hombres devorados por la angustia y desearles con sencillez y franqueza la paz del Señor; pero no queremos caer en la tentación de la eficacia, ni siquiera bajo razones pastorales. Hemos de permanecer menores, a pesar de todas las presiones, especialmente las intra-eclesiales y las de los "hermanos prudentes" de la fraternidad. Preferimos el uso de medios pobres, aunque puedan parecer convenientes los medios ricos, para tareas que se consideran necesarias.

12. Nos hacemos presentes en la cultura, pero sin poder ideológico. Dedicamos nuestras vidas a promover la justicia, pero sin liderazgo social. Anunciaremos el Evangelio, pero valoraremos más la persona humana que su adhesión a la fe. El camino más certero es la fidelidad a nuestra misión de minoridad y fraternidad, adoptando el modo de vida de los más desfavorecidos.



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