November 20, 2011

MAITE Y LOS SANTOS: MAITE DE PABLOS








I

Cuantos cuentos,/ cuantas historias/ se reparte la gente/ la Virgen de Allende

A Maite siempre le ha caracterizado el florete verbal y la risa del pablear.













































ADOLESCENTE


Dulce adolescente
herida por mil espadas,
en su cuarto de niña
tendida está en la cama.

Sus sollozos rompen el aire
y sus quejas lo amargan
las lágrimas se deslizan
por su inocente cara.

Abrazando está un retrato
y besando una carta
que su amado está lejos,
está lejos de su alma.

Los recuerdos se agolpan
en su mente atormentada
su amado está muy lejos
ya no tiene su mirada.




























ESCRIBIR


Para mí es cuestión de honrilla
demostrarte que escribir
es la cosa más sencilla
que se te pueda ocurrir.

Ante todo, materiales
papeles sobre la mesa,
un bolígrafo en la mano
y una idea en la cabeza.

Te detienes un momento
y ¡oh! Maldición
que se acaba de escapar
la llamada inspiración.

Más con lágrimas y sudores
consigues sin desmayar,
unas líneas como estas
que me dispongo a firmar.




























ROSAS


Dos rosas ofrecerte quiero
que una sea roja
como mi corazón ardiente
por tu pasión
y otra que fuera negra
como mis desesperanzas
y mis lúgubres pensamientos
Dos rosas ofrecerte quiero
Y con ellas un beso.






































SALVAJE AMOR


Un salvaje deseo
que encadena dos cuerpos
en una febril lucha
que eleva las almas
al infinito
y las arroja después
al abismo del dolor
que hace susurrar
Mil Te Quiero entremezclados
o gritar con fuerte odio
mil acusaciones doloridas
que implanta un anhelo
del uno por el otro
o hiere a uno tan solo
dejando al otro en helada
indiferencia.
Juego entreverado de pasión
que hace gritar de dolor
o gemir de placer
¿Qué es esto?¿Qué es?
sino lo que siento por ti.
Que es esto sino Amor.

























FELIZ SAN VALENTÍN


Todo comenzó cuando abrí el estuche que la contenía en su interior: estaba ELLA, la pluma soñada, mil historias que pugnaban por salir de su brillante plumear.
En un acero y oro se reflejaban los cuentos que soñé.
¿Por cuál empezar?..., eso era quizás lo más difícil de determinar.
La historia de los niños, de la mujer, de la esposa, las fantasías que adornaron mi infancia y juventud, las esperanzas de mi vejez o el presente de mi edad madura.
Érase una vez...así comenzaban los cuentos en mi infancia...Érase una vez, una pequeña pluma con muchas historias que regalar, pasaba su triste existencia dentro de un gris mostrador, esperando, siempre esperando...a que alguien la comprara y ella despertando le regalara la magia que portaba, pero no llegaba nunca el día, mas la pequeña pluma no desesperaba.
Llegará un día (se decía) en que alguien me necesitará tanto que pasaré a pertenecerle para siempre; mientras tanto, paciencia, sólo paciencia.
Y así dejaba transcurrir sus días en una gris monotonía.
Mas, cuando parecía que así siempre sería, unos ojos la miraron ávidos tras el sucio cristal: eran unos ojos sin edad, jóvenes porque brillaban con ilusión, pero viejos porque sabían que la ilusión daba paso siempre a la realidad, y que los cuentos sólo quedaban en los libros y en los niños; unos ojos tristes porque no podían expresar lo que llevaban dentro, y los ojos se enmarcaban en un rostro melancólico y juvenil..., y la pluma supo que le pertenecía, era él a quien llevaba largo tiempo esperando, él a quien el dolor de mil años parecía perseguirle, él, que llevaba el dolor del mundo en sus hombros.
El escritor, pues eso intentaba, mientras tanto, contemplaba la pluma con doloroso anhelo, quien sabe, quizás esa era la solución, dejar la técnica a un lado, olvidándose del ordenador y recurrir a la vieja fórmula de siempre, escribir a mano y con tan bella pluma, quizás ella me haga autor de historias de donde hay un manantial ya seco.
La pluma todo lo supo de él, supo de su dolor por no poder expresar todo lo que bullía en su interior, no podía encontrar las palabras que tradujesen su fértil imaginación y sufría por todo lo que no había escrito y que el mundo nunca conocería, pues poseía la vanidad innata del escritor de conseguir fama inmortal y reconocimiento mundano.
La pluma se decía:¡quizás se decida!,¡oh sí, y entonces yo le ayudaré!, ¡le contaré historias y susurraré cuentos, que él crea salidos de sí pero que pertenecen de siempre, a mi mundo, a mi magia, y encontrará las palabras y sabrá enternecer a los hombres y encantar a los niños!
Entra, me decía, entra y cómprame y poblaremos el mundo de los hombres de imágenes nunca vistas, te ayudaré a encontrar las palabras, pondré en orden tus ideas y corregiré tus errores, pues mi magia es tan vieja como el mundo y mi belleza, la ilusión que lo envuelve.
Pero el rostro al otro lado del cristal seguía impasible, no entendía el lenguaje de la pluma, escribir como pintar, y no oía más que la voz de su Razón que opinaba que un gasto tan inútil como la pluma y tan caro, a esas alturas del mes, no se lo podía permitir.
Y con un suspiro de resignación y un triste encoger de hombros, desapareció del cristal.
Y la pobre pluma, llorando la tinta de sus historias nunca contadas, le llamaba una y otra vez, con esa voz inaudible de los sueños y las ilusiones. ¡Vuelve, oh Triste!,¡vuelve y volaremos en mil mundos de fantasía, vuelve y sabrás las palabras que buscas, escribiremos tus sueños y tus dolores, las alegrías que escondes y las tristezas que dibujas!
Pero él no se volvió y la pluma volvió a quedarse sola, esperando, siempre esperando, a aquél que sepa reconocer la magia y necesite de su ayuda para encontrar las palabras.
La moraleja de este cuento, sea quizás, tú mismo a quien está dirigido y para quien lo he creado, tú eres la pluma que me hace brotar las palabras, siempre te he afirmado que no sé escribir, que no sé poner en grafía lo que me gusta trovar como los antiguos juglares y trovadoras, pero creo que te debía este pequeño esfuerzo, tú, mi pluma, que me haces brotar las palabras y por la que me esfuerzo para que este pequeño cuento suponga mi regalo, el regalo para mi amor, compañero, marido, amigo, amante y padre de mis hijos.
¡Feliz San Valentín, Jorge!
































(12,15 minutos noche,
12 de abril del 2010)



Siempre me pregunto porque no escribo y nunca doy con la respuesta satisfactoria.
Acabo de darme cuenta de la verdad. No escribo porque cuando traslado mis ideas al papel me parecen cáscaras satisfactorias, sin vida, desprovistas de la luz brillante que tenían en mi mente.
Todo lo que escribo me resulta insulso, insatisfactorio, artificial, desprovisto de calidez, ni de verdad.
Cuando os cuento una historia realmente la vivo y me emociono, me gusta escucharme, creo que soy una brillante trovador, pero cuando intento transcribirlo al papel, me resulta falso, tan desprovisto de significado y sustancia como las plantas de plástico (las odio profundamente).
Antes cuando te he escrito la carta intentando describirte lo que significa para mi bailar, creo que no he podido reflejar bien mis sentimientos, parece como la excusa a que he llegado tarde, pero no es eso, no resulta nada fácil transcribir a un papel lo que piensas, quizás por eso me gusta tanto leer, el esfuerzo lo hace otro, admiro que te guste tanto escribir, a mí me gustaría saber crear con mis palabras un mundo como hizo Tolkien pero soy incapaz.
Ante un papel en blanco me inhibo, no sé qué decir y lo que anoto se me antoja baladí y nimio.
Sabes lo que me gusta, en la oficina cuando estoy inspirada enviarte un correo y que me contestes, ya sé que no siempre podemos hacerlo, pero es divertido, me recuerda cuando me escribía con mis amigos en la adolescencia.
Hoy en día nadie escribe, ¡hasta las Felicitaciones de Navidad las enviamos por SMS! Hoy en día en el buzón solo encuentras facturas, extractos del banco y publicidad y esto no es precisamente la correspondencia de Abelardo y Eloísa.
Para no gustarme escribir, hoy ya he cometido un exceso, no crees...


















VIAJE A LA CATEDRAL DE TOLEDO

Hoy he visto una imagen que quiero plasmar, antes de olvidarla, en el silencio de la catedral, sólo roto por la música que brotaba del órgano.
Una queda campanilla imponía respeto al paso de un sacerdote que transportaba la custodia a la Sacristía. La luz que traspasaba las vidrieras bañaba la nave en un mar de color, sentía paz y congoja, me sentía conmovida y miré arriba, al Cielo.
En el techo los frescos del transparente, con la imagen de la Virgen, pareció mucho más vivo. Miré a los rostros de los visitantes que llenaban el recinto y parecían iluminados por la luz, veía nítidamente sus rostros, pero no me identificaba con ellos, parecían de una raza distinta.
En el altar mayor, un sacerdote se interpuso en mi visión: “Apártense, por favor, voy a cerrar”. Y esas palabras, aún dichas en mi idioma, no significaban nada, solo el gesto me incitó a moverme y a dirigirme a la salida.
Allí me encontré con la tabla de la “Virgen Antigua”.
“Señores, diríjanse a la salida, la Catedral va a cerrar sus puertas”, sonó por el altavoz, profanando mi recogimiento y trasladando un algo frívolo donde hasta ese momento imperaba un sentimiento.































EL PRIMER DIENTE DE LECHE


Si bien es cierto que las madres no olvidan nunca las gracias de sus hijos, en este caso la anécdota es parte del acervo humorístico de nuestra familia, y es que la que con más frecuencia se menciona en nuestras reuniones.

Sucedió el pasado verano. Nos encontrábamos de vacaciones en un pequeño pueblo de la costa gallega; como de costumbre, viajábamos con mis padres, y en esta ocasión nos acompañaba incluso la pequeña tortuga Casilda.

Llevaba ya unos días mi hijo Andrés con un diente que se movía mucho y al que no hacía más que darle con la punta de la lengua, intentando que se cayera lo antes posible: ¡Había escuchado tantas historias del Ratoncito Pérez! En el cole, otros más afortunados que él habían recibido las monedas correspondientes.

Ya le había informado de su existencia; pero le advertí que en nuestro caso, el simpático animalillo, a cambio de la pieza dental, sólo dejaba pequeños juguetes o cuentos, pero no dinero. Andrés estaba encantado con la idea y deseando comprobarlo.

Por fin, tras un día de turismo galopante recorriendo la ciudad de Pontevedra..., ¡el diente cayó!

Todos le felicitamos y mientras encargaba a los hombres el cuidado del pequeño, ahora desdentado, mi madre y yo nos disponíamos a buscar una juguetería, tarea que preveíamos rápida y que no resultó nada fácil; por fin, efectuada la compra, volvimos al parque donde nos esperaban.

Andrés, sin sospechar nada, se entretenía jugando en los columpios.

Durante todo el viaje de vuelta al apartamento no se cansaba de hacer preguntas sobre el Ratoncito. Infatigable como sólo un infante de cinco años puede ser.

- Mamá...¿Cómo es el Ratoncito Pérez?
- No sé, nadie le ha visto.
- ¿Cómo sabe que a un niño se le ha caído un diente?
- Pues...(titubeo, no se me ocurre nada). Pues..., verás, como es mágico..., su magia le debe avisar.
- ¿Y no se le puede hablar?
- No, cariño, porque es invisible.

En el fondo me divierte su nerviosismo. Intento recordar mi infancia, pero de este período mi mente está en blanco, no recuerdo cuando perdí mis dientes de leche, ni si me dejaron algún regalo.

- Mamá...¿Qué me dejará el Ratoncito?

De nuevo comienza el aluvión de preguntas.

Llegamos a nuestro destino bastante anochecido, y a Andrés se le empieza a poner carita de preocupación.

El pobre pequeño aún no se ha acostumbrado a dormir solo; durante mucho tiempo y por distintas circunstancias fue un ocupa en mi cama: le asusta la oscuridad y la habitación extraña a la que no está habituado.

Esta noche recurrí al Ratoncito con el fin de evitar la pelea de todas las noches por dormir con nosotros.

- ¿Ves, Cariño? Si duermes solo en tu habitación vendrá el Ratoncito.
- Pero...¿No puedo dormir contigo?
- No cariño, ya sabes que eres mayor y no puedes dormir en nuestra cama.
- ¿Ni con la abuela? –Intenta.
- No cariño, además si no estás solo no podrá venir el Ratoncito.

Es superior a sus fuerzas y le empiezan a brillar los ojos con lágrimas contenidas.

- Venga, Andrés, tú eres un hombrecito, no se puede llorar, tienes que dormir en tu habitación.

Me voy a la cocina a preparar la cena, dejando a Andrés con mi madre, escucho el sonido de su charla, aunque no entiendo lo que hablan, por lo menos ha dejado de lloriquear y está tranquilo.

Durante la cena, le noto excitado, pensando en la visita nocturna.
Por fin llega la hora de acostarse y frente a mi sorpresa no hace ademán de protesta. ¡Por fin! –pienso– ¡se va convencido! Tendré que inventarme algo similar, por lo menos hasta que se acostumbre con la llegada de mi amor Jorge.

Le leo un cuento, volvemos a contarle la historia del Ratoncito Pérez, jugamos a las cosquillas, nos besamos, y por fin, tras varios ¡Buenas Noches! le arropo bien con un último beso.

Me dirijo a mi dormitorio junto con mi nuevo marido, y dejamos la puerta entreabierta: en cuanto oiga su respiración pausada –señal de que duerme profundamente-, pasaré a dejarle el regalo.

Estoy tan nerviosa como el niño, deseo tanto que le haga ilusión el detalle (es una pequeña nave galáctica de la película que tanto le gusta).

Empiezo a leer, pero los ojos se me cierran, todavía no se ha dormido; sigo leyendo, a mi lado Jorge se ha dormido, y su respiración es pausada. No puedo más, doy cabezadas, pero aún el niño no se ha dormido; le oigo levantarse, voy a su cuarto.

- Andrés...¿Qué haces?¿Por qué no te duermes?

Hablo quedamente, no quiero despertar a los demás.

Andrés, sorprendido, me mira, está de pie, en la oscuridad, al lado de la puerta.

- No hago nada, mamá.
- Pero...¿Por qué no duermes?¿Sabes la hora que es?
Venga, acuéstate, que te arropo.

- No, mamá, quiero hacer pis.
- Bueno, hazlo, pero acuéstate, ¡ya!

Doy a mi voz un tono imperativo; la verdad, es que empiezo a estar enfadada, la ira me invade por momentos, estoy cansada, tengo mucho sueño, y estoy deseando poder dormir.

Hago que Andrés se acueste, le arropo y le doy un beso.

- ¡Venga, duérmete!
- Vale mamá –me contesta muy serio.

Vuelvo a la habitación, Jorge, con voz adormilada, me pregunta:
- ¿Se ha dormido?
- Todavía no –le contesto–, pero ya no creo que tarde.

Miro el reloj, son casi las dos de la madrugada. No puede ser, me digo, Andrés se está pasando y mañana tendré que hablar seriamente con él.

Sigo leyendo, un momento más, oigo ruido de pasos: es el abuelo yendo al cuarto de baño.

Vuelvo a mi lectura, los párpados me pesan cada vez más. No puedo más, le dejaré el regalo y me iré a dormir.

Paso a su habitación, y le veo en la misma postura de antes; a oscuras y de pie al lado de la puerta. Esta vez sí que me enfado de veras, le regaño y Andrés se pone a llorar (muy nervioso y cada vez más alto) y por fin confiesa.

- Mamá, es que la abuela me dijo que podía ir a su cama, cuando os durmierais.
- Pero Andrés, ¿cómo te va a decir eso la abuela? Eso no es verdad, además...¿Qué te he dicho?
- Que tengo que dormir solo...

Llora cada vez más alto. Intento calmarlo, pero los demás se levantan, y vienen al cuarto.
Jorge muy enfadado:
- Se acabó, el Ratoncito Pérez, no va a venir esta noche.
Ya está bien, son las tres de la madrugada. Tienes que dormir, y no hay regalo por hoy (lo coge y se lo lleva al armario).

Andrés, con la cara congestionada (su llanto es cada vez más nervioso y ahogado), me preocupa, no es normal, se empieza a parecer a un ataque de nervios, sólo repite una y otra vez entre sollozos, con voz entrecortada:

- La abuela, mamá, me dijo que podía ir a su habitación...

Esto no deja de repetirlo una y otra vez. La acusada, en bata rosa, entra en el cuarto, intentando consolarlo.

- No cariño, no llores, me entendiste mal. ¿Cómo te iba a decir yo eso?
- Sí, tú me lo dijiste, tú me lo dijiste...

Andrés clama por su inocencia. La incomodidad que noto en mi madre me hace sospechar, pero..., no, ¿cómo le va a decir eso?; ya sabe que llevo un tiempo intentando que duerma solo.

Andrés, desesperado, se abraza a su abuela.
- Me lo prometiste, abuela, es verdad, tú me dijiste que cuando mamá se durmiera (un acceso de llanto y tos apaga sus palabras)

Jorge se ha metido en la cama y pasa del asunto. Ya no dormirá profundamente. Me siento impotente: Andrés abrazado a su abuela, intuyo que ella tiene la culpa, pero es mi madre..., son las cuatro de la madrugada, y no quiero discutir. Me invade la ira:
- ¡¡Está bien!! –exploto–, ¡iros los dos a la cama, a la calle o adonde queráis!, yo me acuesto, no aguanto más, pero desde luego el ratoncito no vendrá esta noche, y no sé si lo hará mañana.

Y volviéndome a mi madre:

- ¡¡Mañana hablamos!!

Me acuesto llena de indignación y bloqueada. ¿Qué puedo hacer? Me siento derrotada por mi propia madre, llena de celos. ¡La prefiere a ella!, estoy dolida en mi sentimiento materno.

Jorge me acusa a su vez:
- Está muy mimado. ¿Te das cuenta? Hace lo que quiere, y nos toma el pelo, hoy desde luego no le vas a dejar el regalo, lo he escondido, y no sé siquiera si dárselo mañana, no me ha dejado dormir, ya no sé si conseguiré dormir...

Sus reproches, es lo único que me faltaba, estoy tan harta que todos tiren de mí, que reciba los golpes, me invade la autocompasión. De mí, ¿quién se ocupa?¿Por qué siempre yo? Mi madre me trata como a una niña y se salta mi autoridad; mi hijo, creo que le he fallado, y me duele que esté durmiendo con su abuela, en cierta manera la ha preferido, y por último, Jorge me hace responsable de la situación. Me invaden las ganas de llorar. ¿Quién se preocupa de mí?..., sí yo debo hacerlo por todos.
Por fin concilio el sueño.

Al día siguiente me despierta la vocecita alegre de mi hijo, hablando con su abuela, como si no hubiera pasado nada. Con el semblante serio acudo a la cocina, todavía muy disgustada. Y con el propósito de aclarar el espectáculo.

Me confiesa, que sí, que le dijo al niño que podía dormir en su habitación, como venía haciéndolo, desde hace varios días, pues no soportaba el oírle llorar.

Andrés, al oírnos, exclamó:
- Ves mamá, la abuela me lo dijo.

El pobre no hacía más que decir la verdad.
- ¡Es el colmo!, ¡abuela y nieto conspirando a mis espaldas!

Me indigno:
- Que sea la última vez, ¿no te das cuenta de que todo lo que estoy intentando lo echas por tierra?¿Dónde dejas mi autoridad?¿Es que no pinto nada?

Ante esto mi madre baja la cabeza.
- Es cierto, no quería disgustarte, es que no soporto oírle llorar todas las noches, y suplicarme cuando viene a mi cama.

Estando reunidos para desayunar entra el abuelo.
- ¡Buenos días!¿A que no sabéis lo mejor?
Ante nuestro gesto de extrañeza, continúa:
- Anoche, cuando me levanté, al pasar por su habitación, le veo de pie, al lado de la puerta, me acerco y le pregunto: ¿Qué haces aquí? Y me contesta: ¡Abuelo, tú cállate, y a lo tuyo! El muy tuno estaba esperando a que apagarais la luz de vuestra habitación para irse corriendo a la de los abuelos.

La carcajada fue general, y sirvió para disipar la oscura noche de malhumor que había invadido nuestra pequeña familia: los celos, el resquemor y el desaliento se disolvieron ante la risa.

Andrés nos miraba sorprendido, debía pensar: ¡Estos mayores están locos!

Prometió que esa noche no se levantaría; estaba muy triste porque el Ratoncito no le había visitado la pasada noche.

- Claro, cariño, te portaste mal y el Ratoncito no vino –le digo.

Y Jorge añade:
- He visto al Embajador del Ratoncito y me ha dicho, que si esta noche duermes solo, vendrá a dejarte el regalo...

A Andrés se le iluminan los ojos:
- ¿Viste al Ratoncito?
- No, al Ratoncito, no, a Su Embajador.
- ¿Cómo era?

Improvisa:
- Pues..., una luz que se movía, no sé..., pequeñito, gracioso...

Conozco a Jorge, Andrés le ha pillado de sorpresa.

Hechas las paces en nuestra diminuta colmena, pasamos el resto del día en la playa.

Durante la noche Andrés se comportó como un ángel y no se despertó en toda la noche. Al poco de acostarle, su pausada y suave respiración, me indicó que se había dormido; le dejé el regalo junto a la almohada, pero al ir a recoger el pequeño diente de leche, la sorpresa fue mayúscula: ¡Había desaparecido!

Las pesquisas del día siguiente fueron infructuosas, el diente había desaparecido; por más que buscamos no logramos encontrarlo.

Todavía tengo una sospecha:

“¿Se lo llevó el Ratoncito Pérez?”




























NANA PARA JAVIER


La luna ya está aquí
la noche ya llegó
el día terminó
tenemos que dormir

La luna ya está aquí
y con su luz tendrás
un sueño muy feliz
palacios de cristal

La noche llegó al fin
no es hora de jugar
Javier se va a dormir
mamá cantando está

La luna ya está aquí
el día se acabó
el sueño ya llegó
Javier durmiendo está




























AL TRABAJO DE CADA DÍA


Papeles sobre la mesa
un barullo en la cabeza
el teléfono sonando
y el jefe siempre mirando.

Una cabeza asomando a la ventanilla
sinónimo de desesperación,
es un proveedor que reclama
¡Señorita una solución!

A todo esto yo pienso
murmurando una maldición,
Señor un poco de tranquilidad
sería una Bendición.

Pero no hay descanso
pues el jefe reclama la atención,
más cartas y talones
¡no se puede hacer el ganso!

Mas cuando en casa
ya tranquila y relajada
pienso en la oficina
esbozo una sonrisa al decir
el trabajo es alegría.






















(NOMBRE DE LA EMPRESA), LOA A LA ESCLAVITUD


Teniendo en cuenta la fauna y el ambiente interno y dado que hay dos puertas de entrada a la oficina, sería bueno dejar grabado en el frontispicio de la principal “DEJAD TODA ESPERANZA LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS” parafraseando a Dante Alighieri en su descripción del infierno, es la frase que está grabada en la puerta del mismo. Y en la secundaria y recordando la burda ironía nazi “EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES”.
Aunque no sería justo llamarlo cárcel sino convento ya que además de poseer la preceptiva Madre Abadesa, estilo prusiano, se ejercen los votos por tanto podemos considerarnos hermanos de la pobreza se cumple –Dado el mísero salario que recibimos el VOTO DE POBREZA, Con el nivel de exigencia que sufrimos– soportamos el VOTO DE OBEDIENCIA y dado lo anterior y lo que nos jod...el VOTO DE CASTIDAD está por descontado.
Con lo que somos perfectas Hermanitas de la paciencia infinita.


































CON UN OJO NEGRO Y OTRO A MEDIO PINTAR

La luz doraba la verdosa transparencia, el mar en calma absoluta, dejaba transparentar los diversos colores de los arrecifes, rojos y azules se alternaban para crear un caleidoscopio mágico. Sonreí a mi compañero y nos sumergimos en las frescas aguas, más que nadar, sobrevolábamos las olas, gritos alegres de los nativos nos rodeaban y llenaban de música el aire. Me sentí feliz y volviéndome a mi adorado le...
Un ruido discordante, un estrépito horrible inunda mi mundo y me arranca del paraíso. El maldito despertador trayéndome a la realidad. Lo apago, cierro los ojos queriéndome reintegrar a la paz perdida, pero...¡OH NO!, llego tarde, llego tarde. Esta letanía como el conejo blanco de Alicia, me va a acompañar durante los próximos minutos. Como siempre, me juro a mí misma, sabiendo que no lo voy a cumplir, que será la última vez que lo haga.
Rápido, rápido...¡Gracias a Dios!. Dejé la ropa preparada anoche, bragas, sujetador, medias...¿Dónde está el estuche de las lentes?
Miro el reloj: el minutero, como siempre, en mi contra, y el frío de la mañana muerde mi piel, ¿muerde?, más bien devora.
Mientras me ducho empiezo a organizar mi jornada laboral, planificada cada minuto y hasta las conversaciones, esfuerzo inútil, por otra parte, ya sé que no lo llevaré a cabo pero parece que la que me prepara el día...
Una malhumorada vocecita me vuelve a arrancar de otro de mis mundos.
- ¡Mamá! –grita con exigencia.
- ¡Mamaaaa!¡Mamaaa! –empieza a lloriquear.
Preocupada por las buenas relaciones de vecindad acudo rauda al cuarto de mi tirano.
El angelito Andrés con los ojos soñolientos me inquiere:
- ¿Cuándo bajamos a casa de la abuela?
- Dentro de un momento, duerme un poco más.
Le susurro, pensando, ilusa de mí, que me daría tiempo a maquillarme.
- No quiero dormir más...¿Qué haces?
“¡Encaje de bolillos!”, se me viene a la cabeza y un instante después con la paciencia infinita de LA MATERNIDAD:
- Estoy arreglándome para ir a trabajar.
Entonces me dice con una vocecita melosa:
- ¿Puedo ir al cuarto de baño, contigo?¡Anda, déjame, no quiero estar solo!
Una alta sombra se interpone en la luz, Jorge, se despereza:
- Os contratarán los vecinos ¿NO?...porque como despertadores, no tenéis precio...
Intento fruncir el ceño y ponerme en situación “regañona”, pero las risas de ambos me superan. Sintiéndome en desventaja huyo al cuarto de “arreglo”, me miro al espejo y casi me asusto.
- ¡Esas ojeras, esos pelos de punta!¿Eso, eso soy yo?
Respiro hondamente, unas cuantas veces, y comienzo el “alicatado”
Unos toques suaves en la puerta y una voz cariñosa:
- ¿Te preparo el Cola-Cao?
Le doy un beso a Jorge:
- ¡Gracias, gracias mi amor, prepáralo que ahora mismo voy!
Unos rápidos pasitos, un leve ruido que enseguida identifico.
- ¡Andrés, Andrés!¡Ponte enseguida las zapatillas!
Un pequeño cuerpo entra lanzado:
- ¡Mamá, me hago pis!¿Puedo?
- Antes de que me despidan, ¿podría terminar por favor?
Me vuelvo a mirar al espejo, y esta vez sí que pienso en el... Circo, un ojo pintado y otro no, pero claro me crecerían los enanos.
Por fin, tras un apresurado adiós, ponemos rumbo a la casa de los abuelos.
Llevo a remolque a mi pequeño dormido, y en casa de mi madre se volverá a acostar.
Tras esta breve parada, de nuevo en marcha, esta vez a la dura lid. Siempre hay un hijo de puta que se me cruza en la rotonda antes de las siete de la mañana en que empieza mi dura jornada de coordinadora de siete grupos.
Resignación; intento pasar lo mejor posible la condena diaria; siempre hay un momento para el humor, la risa o por qué no el cotilleo con las colegas. Se habla con las compañeras a entregas, interrumpiendo el hilo de la charla. Una y otra vez el sonido del teléfono, oyendo las mismas preguntas y emitiendo automáticamente las mismas frases de respuesta.
Por fin el momento esperado de liberación a las tres, unos alegres “¡Hasta mañana!” y cada mochuela a su olivo.
De nuevo la contrareloj, y debo darme prisa si quiero comer algo antes de recoger al peque del cole y hoy es...Martes, “Día de la Biblioteca”.
Preparo la merienda, iremos andando; la tarde es apacible, otoñal, invita a disfrutar de la última bonanza antes del crudo frío del invierno en que tengo que rascar los cristales del coche con una cinta casete.
De repente me acuerdo del sueño, será el sol que lo evoca. Pienso debo mirar su significado. No es que sea supersticiosa, pero por si acaso, hago el firme propósito, en cuanto regresemos, de buscar en el libro pertinente.
Vamos charlando, Andrés hoy está más silencioso que de costumbre. ¿Qué preocupaciones tendrá mi angelote?
- ¿Qué tal en el cole?
- Andrés, Andrés cariño... ¿Qué tal en el cole?
Me mira con expresión lacónica:
- ¡Bien!
Debe pensar, ¡qué pelmaza!, insisto.
- ¿Qué habéis hecho?
- Matemáticas.
Así las llama aunque solo son suma y resta...
- ¿Habéis leído?
Silencio de nuevo.
- Andrés.
- ¿Qué Mamá?
- ¿No quieres hablar del cole?
- No.
- ¿Por qué?
- ¡Jo, mamá!¿Por qué todos los días me preguntas lo mismo?
Reflexiono, y me doy cuenta, de que sí, que tiene razón, las madres somos todas un auténtico peñazo, con insistir y fiscalizar su vida... pero, ¿de qué manera podríamos saber...cuál es su mundo?
De repente, olvidado ya el tema de las clases, me empieza a preguntar, como de costumbre, por todo lo divino y lo humano.
Y claro yo, ya se sabe, ¡SANTA PACIENCIA!
Llegamos a la biblioteca, ritual de la semana, y como de costumbre, Andrés juega un rato en el ordenador; en casa, dada mi aversión a la informática, está desconectado.
Aprovecho el regalo de ocio y escojo un Mortadelo para leer, aunque no resulte muy intelectual, es mi lectura preferida para estas tardes especiales con Andrés.
El tiempo transcurre rápido, y un beso en mi pelo me sobresalta: Jorge acaba de llegar a la biblioteca.
- ¡Hola cariño!¿Qué tal el día?
Es el suyo un cariño tranquilo, hogareño, seguro, lejos de la pasión turbulenta. Quizás de tanto en tanto haya alguna discusión sin importancia. Le miro satisfecha, es un atractivo ejemplar a sus cuarenta años, alto, moreno y delgado, con unos preciosos y expresivos ojos almendrados, aunque a veces los oculta tras unas gafas. Aparenta una elegante indiferencia en el vestir, pero yo sé lo coqueto que es: le gusta sentirse joven tanto como lo que aparenta, cinco años menos.


































LA NAVIDAD ES DE LOS PEQUES


¡Navidad, mi época favorita del año, luces, bullicio, alegría, hermosos escaparates..!
¡Fiesta del consumismo!¡Sí!¡Pues, bienvenido sea!, ¡si una vez al año, somos felices!
Disfruto más que mi hijo Andrés contemplando juguetes, redactando interminables cartas a los Reyes Magos, tachando juguetes de la lista cuando descubre otros que le gustan más, viendo las luces del Centro de Madrid, más hermosas que nunca, la musiquilla que suena por las calles.
Comparamos juguetes, ¿cuál será mejor? Andrés sabe que no puede pedir mucho, por tanto la elección se presenta ardua.
Buen momento para descubrir el corazón de oro de mi angelote.
- Andrés, en cuanto se aproxime la Navidad, tenemos que hacer un repaso de juguetes en tu habitación.
- ¿Por qué mamá?¿Qué haremos?
Frunce un poco el ceño.
- Andrés, hay demasiados, si te parece elegimos unos cuantos y los llevamos para que puedan repartir a niños que no los tengan.
Piensa, hace un gesto y sonríe.
- ¡Ya lo tengo! Mamá los cogemos, todos, menos mi tren eléctrico. ¡Claro!, y los llevamos al Hospital para los niños que estén enfermitos.
Sin aviso previo, se echa a llorar.
- ¡Mamá!, ¿y cuando yo esté enfermito y me lleves a la Paz podré ver mis juguetes?
Pobre alma inocente, quiere ser generoso, pero le duele desprenderse de sus tesoros.
Le doy un beso y un achuchón.
- ¿Pues claro que los verás, pero lo mejor es que no lo hagas!
- ¿Por qué?
- Cariño, porque yo no quiero que estés enfermo.
Con la rapidez de la infancia, se consuela y de nuevo empezamos con el interminable Por qué de las Cosas.
Si volviera a creer en mis Reyes de la infancia pediría Tiempo. Tiempo para mí y los míos.
Apenas llegas a casa y terminas las tareas más urgentes, me doy cuenta de que no dispongo de ese preciado tesoro.
Reproches que me hago.
No he jugado con Andrés, tenemos ajedrez, Oca y Parchís y semanalmente les quito el polvo.
No he leído la novela que tanto interés tengo en acabar, apenas la cojo y por más interesante que sea caigo dormida al momento.
Ni siquiera tiempo de reflexionar.
Jorge, a veces, llega retraído y triste, le influye la gente, la temperatura y en esos momentos, no sé cómo llegar a él.
Quizás no haga falta llegar, solo acompañar, me iré a leer...


Ajetreo de compras navideñas, ¿cómo pude pensar que me gustaba la Navidad? Codazos, empujones, alerta constante del bolso para evitar problemas. Gente por todas partes, no se puede aparcar el coche, ¡coja el transporte público!, Slogan de estas fechas. Pero, ¡qué transporte!, ¡lleno de gente con paquetes, niños gritando, golpes...
¿Me gusta la Navidad?
Llego a casa, y volteo los paquetes, más que soltarlos los tiró en el sofá, dejándome caer después...
¡Esto es la guerra!


Por fin calma, Andrés está acostado , y Jorge y yo nos sentimos dueños del sofá.
Una vez que el sultán no está presente, leemos en compañía, en silencio y en paz.
Fuera hace frío, dentro el calor del hogar. La luz se refleja en las bolas multicolores del árbol de Navidad.
Como todos los años, viene Santa Cecilia, y cumplimos con el rito de adornar el árbol.
- ¡Mamá, mamá!¿Qué haremos hoy? –me pregunta como de costumbre, Andrés, al recogerle del colegio.
- Hoy, haremos algo muy especial –dije sonrisa gatuna, expectante.
- ¿Especial? Me encantan las cosas especiales. ¿Qué es?
- Algo que te gusta mucho.
- ¿Vamos al Parque de Atracciones? –con carita de iluminado-.
- No, algo totalmente distinto, vamos a despertar al “Amigo”.
Amigo, nuestro viejo árbol, que tiene los mismos años que Andrés, cuando llega la Navidad le despertamos y después de la Epifanía de Reyes le volvemos a acostar.
- ¡Bien! Vamos a poner el árbol.
No quise esperar al regreso de Jorge de la oficina, para darle una pequeña sorpresa.
Movida típica de casa pequeña. El árbol por supuesto está en el trastero, y yo no soy tan alta necesito una escalera.
Bajamos primero la caja de los adornos y después de muchos esfuerzos, ¡y unas cuantas flexiones!, por mi parte, el árbol estuvo en el salón.
- ¡Andrés!, ten cuidado, Andrés, cariño, vas a tirar las bolas, Andrés, las bolas, si se caen se rompen...y ¡Cras!, ¡Andrés!
- Lo siento mamá, de verdad...
Andrés con la carita compungida, y los ojos llenos de lágrimas, me mira.
- Ha sido sin querer, de verdad...









LA CABALGATA DE REYES


Llegó el día tan esperado para Andrés, las fiestas han transcurrido en un suspiro. Dulce ambiente familiar...
Es la víspera de Reyes y no nos podemos perder la Cabalgata.
Miro con pena la carita ilusionada de mi hijo. Quizás sea el último año que cree en ellos.
- ¡Mamá!¿Tirarán cohetes?
Es una de sus obsesiones, no soporta ningún ruido fuerte, y por supuesto, no aguanta los fuegos artificiales, le asustan.
Abre el grandioso desfile la banda municipal, tocando alegres tonadas, después aplaudimos las vistosas carrozas de las distintas asociaciones de Alcobendas, alegres gnomos, hermosas sirenas, tiernos pastorcillos. Gritamos alborozados pidiendo caramelos, y protegiéndonos de la lluvia dulce que nos apedrea...
Mire a mis dos amores viendo ilusionados señalándose el uno al otro lo que más les gusta. Jorge le cuenta cómo eran sus cabalgatas, evoca nostálgico sus años de niño y se mira en los ojos de Andrés recuperando su infancia.
Se hace un silencio expectante, y por fin, entre los gritos de los niños que intentan llamar su atención, hacen una entrada Triunfal Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente.
Andrés les grita una y otra vez:
- ¡He sido bueno!¡He sido bueno!
Y volviéndose a mí:
- ¿Verdad Mamá?¿Me traerán lo que les pedí?
- Bueno ya sabes que de los regalos que pusiste los Reyes eligen varios y el resto lo reparten entre los demás niños del mundo.
- Pero –frunce el ceño, de repente preocupado-...El otro día, cuando fuimos a comprar, vi a muchos padres que llevaban juguetes en el carro. ¿Eso, está mal, no?
Se me encoge el corazón. No puedo decir la verdad, y justo hoy, destrozar una ilusión.
- Verás, cariño –contesto apurada-, como los niños del mundo sois tantos y los Reyes Magos no pueden atender a todas las cartas, eligen ayudantes en todas partes, que se encargan de recoger juguetes en las tiendas...
- Pero, ¿cómo pueden repartir a tantos niños?
Salvada por la campana. De repente el Cielo se ilumina, y alegres palmeras de colores hacen la felicidad de los niños. Bueno, no de todos, porque Andrés tapándose los oídos, echa a correr de repente, dejando en suspenso, al menos de momento, la espinosa cuestión.
A la carrera, volvemos a casa, una vez alejados del Centro, Andrés obedece mis sugerencias, y aparta las manos de la cabeza.
- ¿Lo ves?, desde aquí ya no se oye.
La gente he sentido, miraba sorprendida nuestra alocada carrera.
- Andrés, los fuegos artificiales no son más que pólvora de colores –oigo a Jorge.
- ¿Nada más? –responde, no muy convencido. ¿De verdad? Pólvora que hace dibujos en el cielo...
Jorge le cuenta el origen de los fuegos artificiales.
- Verás, hace muchos, muchos años en China, mezclaron varios productos químicos como el azufre...
Dejo que se pierdan en el mar de la Historia, charlando alegremente, Son capaces de remontarse al final de los tiempos, Un recuerdo acude a mi mente...
Víspera de Reyes de Hace ¿Cuántos? Muchos, Muchos años ya, tendría unos seis años, la misma edad que mi hijo, mi hermano y yo acostumbrábamos a pasar esta Noche en la casa de mis abuelos, siempre les decíamos a mis padres, que aquí los Reyes llegaban antes, ya que para ir a nuestra casa tendrían que coger el autobús, y mis padres sonreían y nos daban el permiso ansiado...
Pero esas Navidades sorprendí a mis abuelos poniendo los regalos en el salón, y tuvieron que explicármelo todo.





































12/10/2010


Querido esposo
Son las 11,30 de la noche, acaba de empezar a llover y hace rato que estáis dormidos, mis muchachos, mis tesoros
Te acuerdas que siempre me pides cartas y que escriba...
Ésta es para darte las gracias por animarme a bailar de nuevo y por ayudarme a que lo haga.
No te imaginas el bien que me hace, cuando bailo soy otra, brillo con luz propia, ensayando la coreografía de la fiesta, no soy yo, soy la misma Liza Minelli, una gran artista que baila para un público, soy una estrella; siempre lo has sabido que el baile me da vida, y sé que sin esos pequeños ratos no soy yo.
Desde que he vuelto a bailar te quiero más porque aprecio y valoro tu comprensión para esta pasión mía.
Sabes que nunca correrás peligro, porque bailo simplemente, para lo demás te tengo a ti.
Sabes que Andrés, Javier y tú, sois para mí lo más preciado y nunca os pondría en peligro.
Otro capítulo aparte es para tus maravillosos masajes, que me relajan y me agradan profundamente, no suelo pedírtelos a menudo porque no quiero que te canses de dármelos, ¡pero ni te imaginas como disfruto de ellos!
Es cierto que cuando una persona se siente realizada es más feliz y se le refleja en el semblante, pues bien, tú dices que cada vez me ves más guapa y es cierto, soy feliz.
No estés inquieto cuando vaya a bailar con mis compañeros de clase, son solo eso compañeros y compañeras y ya sabes que estaría encantada si tú también vinieras a bailar, pero sé que no te gusta y lo respeto.
No te desanimes ni deprimas, estoy segura que saldremos adelante, tú crearás una nueva profesión “Conseguidor” ya que o por suerte o por talento lo consigues todo.
Pronto saldrá algo bien de Infojobs, o del boca a boca, o incluso Más Vida puede que recapacite, pero seguro que tenemos suerte, siempre la hemos tenido.
Estamos en la mitad del camino y todavía tenemos mucho por recorrer y lo que más deseo es hacerlo contigo, ver crecer a nuestros hijos, disfrutar de la pareja, viajar juntos y malcriar a los nietos.
El camino es largo y qué mejor que hacerlo contigo.
Te quiere
Tu esposa Maite

P.D.
Son ya las 12, voy corriendo a abrazarte
Felices Sueños

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