Personas con probados conocimientos lingüísticos que habitualmente leyeran textos con faltas de ortografía, correrían el riesgo de acabar inconscientemente repitiendo alguna. Cosa parecida sucede con las conductas humanas donde a fuerza de “leer” como normales, comportamientos que padecen graves “faltas de ortografía”, también se corre el riesgo de acabar asimilándolas. Más grave aún es, cuando los observadores “lectores” de tales conductas son personitas en periodo de formación: la actual fobia por todo lo que significa exigencia de adecuación a unas reglas, unida al rechazo del ejercicio de corregir –conceptuado como un execrable acto de represión– les producen unos efectos absolutamente desorientadores; lo malo no es equivocarse, sino desconocer cuál es el error y poder rectificar.
Si habitualmente manejáramos textos donde las comas y los puntos, las equis y las haches, las bes y las uves, los acentos y las eses, estuviesen colocados al antojo de un sentimiento superficial, la mayoría acabaríamos con tal confusión ortográfica que nos impediría comunicarnos por escrito. En “la ortografía de la vida”, al toparnos frecuentemente con la exposición de conductas comprobadamente erróneas que tantos medios de comunicación insisten en vendernos como normales, finalmente hasta lo más sencillo se convierte en algo ininteligible, y nos acaba resultando un oscuro jeroglífico el amor, la amistad, el matrimonio, la fidelidad, la familia..., y hasta el mismo sentido de la vida, por no hablar del dolor y el definitivo sentido de la muerte, dos voces que parecen provenir de una lengua perdida.
(Cartas al Director, ABC)
October 26, 2010
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