September 09, 2018

LAS MAZMORRAS DEL ISLAM EN IBERIA

EN TOLEDO y su provincia hubo de antaño una población mozárabe que se mantuvo durante todo el período de dominación musulmana. En la ciudad del Tajo los mozárabes eran muy numerosos, y como en Zaragoza y Córdoba se mezclaban con los musulmanes. En tiempos del emir Muhammad I había una iglesia muy próxima a la Gran Mezquita. Durante el siglo XI los mozárabes tenían un arzobispo y celebraron su culto en seis parroquias intramuros: San Lucas, San Sebastián, Santorcaz (Santo Torcuato), Santa Olalla (Santa Eulalia), San Marcos y Santas Justa y Rufina. Ésta última emplazada en el centro de la ciudad. En un escrito posterior, el arzobispo Don Rodrigo Jiménez de Rada mencionaría nueve parroquias en la ciudad de Toledo.

En Toledo la población mozárabe se dedicaba al comercio y a diversos oficios artesanales, como plateros y herbolarios; en el barrio que después de la Reconquista se convertiría en el barrio de los Francos, había alfareros, bruñidores, drogueros, y peleteros; cerca de la Gran Mezquita en el emplazamiento de la actual catedral de Santa María, se alojaban los vidrieros y los tintoreros.

A finales del siglo XII no quedaba más que un puñado de cristianos que se dedicaban a labores agrícolas, y según narra el historiador andaluz Ibn-al-Sayrafi, estaban acostumbrados desde hacía tiempo al menosprecio y a la humillación. ¿Acaso Ya´qub al-Mansur, el vencedor de Alarcos, no se jactaba de haber desarraigado el cristianismo y el judaísmo de la España musulmana y de no permitir que existieran iglesias ni sinagogas? Sin duda habría que incluir a los descendientes de este puñado de mozárabes andaluces entre los infieles que a principios del siglo XIV pagaban la capitación (yizya) a la que estaban sujetas las Gentes del Libro que vivían en tierras del Islam (este tributo fue destinado a la constitución en bienes de manos muertas de los baños próximos a la Gran Mezquita de la Alhambra).

En el campo, los cautivos cristianos araban y layaban la tierra, guardaban el ganado y accionaban norias y molinos. Recibían una porción de comida más bien escasa: cebada, mijo y una ración diaria de pan de una libra y media. El castigo más frecuente consistía en la privación de alimentos, y a veces se infligían varios latigazos. Los cautivos estaban sometidos a una vigilancia estricta y por la noche se les encerraba con grilletes en los pies, en unas cuevas más o menos grandes y de techo muy bajo que habían servido de silos durante los primeros tiempos del reino nasrí. La única luz que recibían estas matmuras (de donde procede la voz española mazmorra) situadas en los castillos penetraba a través de unos tragaluces muy estrechos.

Estamos bastante mal informados acerca del número de cautivos, ya que variaba enormemente debido a los intercambios establecidos en las treguas y a los rescates. En fuentes cristianas aparecen algunas evaluaciones en relación a la fase final de la Reconquista. En 1485, 400 cristianos recuperaron la libertad en Ronda, y al año siguiente fueron liberados 144 cristianos en Loja. La campaña del año 1489 significó la liberación para 1500 cautivos. Un mercenario francés de nombre desconocido que asistió a la toma de Granada en las filas castellanas, vio salir de la ciudad "una larga procesión de cristianos que llegaba a los 700 prisioneros, hombres y mujeres [...] en penoso estado", con las manos sujetas con los grilletes y cadenas que había arrastrado durante años.

Más de una vez, los cautivos cristianos abrazaron el Islam para escapar a su triste suerte. Así, en el siglo XIII, un tal Juan Martínez, originario de San Martín del Pino, y sus trece compañeros de infortunio vieron su única salvación en la conversión. Entre los cazadores y pastores de la Marca de Jaén que se adentraban por los montes cercanos a la frontera nasrí, hubo algunos que, al ser capturados por los musulmanes, abrazaron la fe de sus nuevos amos. El caso de estos renegados (elches o tornadizos) fue tratado en la correspondencia intercambiada en 1479 entre el Consejo de Jaén y los gobernadores granadinos de Arenas y de Colomera. Los súbditos del sultán nasrí se negaron a devolver a una cristiana que, capturada por las gentes de Cambil, se había convertido al Islam por su propia voluntad y se había casado con musulmán.

En los tratados concluidos por Aragón y los soberanos nasríes en los siglos XIV y XV, figuran explícitamente intercambios de cautivos. En junio del 1324 Ismail I exigía la liberación de sus súbditos detenidos por Jaime II antes de soltar a los cristianos. En 1328 el tratado de paz firmado por Muhammad IV y Jaime II estipulaba la liberación de los cautivos de ambos campos. En 1413 Fernando de Antequera, rey de Aragón, amenazaba a Yusuf III con no concluir la tregua si antes no le eran devueltos los cristianos en Granada. No obstante en 1405 Muhammad VII había prometido a Martín I castigar a los gobernadores de Vera y Vélez si los cautivos aragoneses no eran enviados a Orihuela.

En cualquier caso, las incursiones granadinas no fueron tan frecuentes en los Estados de la Corona de Aragón como en el reino de Castilla, principal enemigo de los nasríes. A menudo, los castellanos fieles a la religión cristiana tenían que permanecer en esclavitud durante mucho tiempo antes de ser redimidos por su familia o sus amigos, ya que el rescate exigido solía ser muy elevado.

Es digna de mención la iniciativa de las órdenes religiosas que se consagraron desde el siglo XIII a la redención de cautivos y organizaron colectas para tal fin. Durante los últimos años del siglo XIII, Juan III, abad de Silos, consiguió en cuatro años arrancar de la esclavitud de los granadinos a 250 cautivos cristianos. Un religioso de la orden de la Merced, san Pedro Pascual, obispo de Jaén desde 1296, fue capturado por súbditos del sultán nasrí mientras ejercía su ministerio en Arjona en 1297. En Granada, ciudad donde fue conducido, se dedicó a aliviar los sufrimientos de sus compañeros de cautiverio y a avivar su vacilante fe. Irritados por sus predicaciones, los musulmanes le decapitaron en el año 1300.

En 1447, después de la incursión granadina contra Cieza, en tierras murcianas, la población masculina de la pequeña ciudad fue trasladada a Granada. Dos religiosos de Nuestra Señora de Guadalupe, portadores de sumas reunidas para el rescate de los cautivos, consiguieron llevarse a 50 habitantes de Cieza a Extremadura. Los rescates efectuados por los mercedarios en Granada entre 1218 y 1492 fueron compendiados en el siglo XVIII por fray Fernando del Olmo (en 1462, fray Cristóbal Solís y fray Alonso Perero rescataron en Granada a 186 cristianos; en 1478, 56 cautivos recobraron la libertad, y se pagó el rescate de otros 120 en 1482. Dos misioneros redentores, Juan de Zaragoza y Juan de Hueza, volvieron a tierras nasríes, donde fueron martirizados.

Según la definición formulada en tiempos de Alfonso el Sabio en el Código de las Siete Partidas, los alhaqueques o alfaqueques (del árabe al-fakkak) eran hombres buenos que prestaban juramento para poder negociar los rescates de cautivos. Los archivos españoles demuestran que la institución de los "redentores" (exeas), designados por el soberano y juramentados, apareció en Aragón en el siglo XIII (su tarea consistía o bien en actuar como intermediarios entre las familias de cautivos y los musulmanes que los tenían prisioneros, o bien en tratar directamente con los cautivos a los que adelantaban el rescate; más adelante, este les era íntegramente devuelto. Por otra parte, los redentores percibían unos derechos por estas transacciones. Los monarcas aragoneses escribieron en varias ocasiones a los soberanos nasríes para pedirles que los exeas o los alfaqueches gozaran de plena libertad en territorio del emirato granadino.

En 1476 Fernando e Isabel invistieron a Fernando Arias conde de Saavedra y mariscal de Castilla, con las funciones de alhaqueque mayor; formó parte del Concejo de Sevilla, nombró a sus subordinados (alhaqueques menores) y se ocupó de todos los litigios relativos a los rescates de cautivos. La institución fue desapareciendo en el transcurso de la guerra de Granada y, sobre todo, después de la caída de Ronda.

La populosa aldea de Lucena era ya en tiempos de los omeyas y en el período de las taifas la metrópoli del judaísmo andaluz después de Córdoba, y uno de los centros más prósperos del comercio judío hacia la cuenca occidental del Mediterráneo a través del puerto, relativamente cercano, de Almería. Cuando Yusuf b Tasfin intentó obligar a los judíos de al-Andalus a convertirse al Islam en masa, la comunidad judía de Lucena consiguió alejar el peligro pagando al almorávide una considerable suma de dinero. En 1148, los almohades se apoderaron de Lucena y persiguieron implacablemente a los judíos, hechos que inspiraron una emotiva alegría al poeta hispanohebraico Abraham b. Ezra. Muchos judíos de Andalucía no hallaron más alternativa que refugiarse en tierras cristianas, sobre todo en Castilla, Cataluña, Portugal y Francia.



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