September 01, 2018

DIARIO DE UN CURA RURAL DE GEORGES BERNANOS

Yo tengo mis preocupaciones y él tiene las suyas. Pero a mí me cuesta callarlas. Y si no hablo es menos por heroísmo que por ese pudor que también conocen los médicos, según me han dicho, al menos a su manera y que según el orden de preocupaciones que le es propio. Él, en cambio, se callará las suyas, ocurra lo que ocurra, con su naturalidad franca, pero más impenetrable que la de aquellos cartujos con quienes me crucé en las crujías de Z...

Comprendo que Nuestro Señor toma parte en mis penas, incluso las más fútiles y que no desprecia nada. ¿Pero por qué fijo sobre el papel lo que, por el contrario, debería esforzarme en olvidar? Lo peor es que hallo en estas confidencias una dulzura tan grande que debería bastarme para ponerme en guardia. Mientras garabateo a la luz de la lámpara estas páginas que nadie leerá jamás, tengo la sensación de una presencia invisible, que no es seguramente la de Dios, sino mejor la de un amigo hecho a mi imagen, aunque distinto de mí, de otra esencia...
Ayer por la noche, esta presencia se me hizo de pronto tan sensible que me sorprendí a mí mismo adelantando la cabeza hacia no sé qué imaginario auditorio, con unos repentinos deseos de llorar que me avergonzaron.

Más vale, por lo demás, llevar la experiencia hasta el final... al menos por algunas semanas. Me esforzaré en escribir, sin elección previa, lo que me pase por la cabeza (me ocurre aún que a veces vacilo en la elección de un epíteto, que me corrijo), luego meteré mis papelotes en el fondo de un cajón y los reeleré más tarde, con la cabeza reposada.

Efemérides de mi nombramiento para el puesto de Ambricourt. ¡Tres meses ya! Esta mañana he rogado por mi parroquia, mi primera y última parroquia, pues a veces me acometen deseos de morir. ¡Mi parroquia! Una palabra que no puede pronunciarse sin emoción -¿qué estoy diciendo?-, sin un impulso de amor. Y, sin embargo, no despierta en mí más que una idea confusa. Sé que existe realmente, que somos uno de otro para toda la eternidad, pues ella es una célula viva de la Iglesia imperecedera y no una ficción administrativa. Pero quisiera que Dios me abriera los ojos y oídos, me permitiera ver su rostro y escuchar su voz. ¿Es acaso pedir mucho?¡El rostro de mi parroquia!¡Su mirada! Debe ser una mirada dulce, triste, paciente, que imagino debe parecerse un poco a la mía cuando dejo de debatirme, cuando me dejo arrastrar por esa gran corriente invisible que nos arrastra a todos, en confusión, hacia la profunda Eternidad. Y esa mirada sería la de la cristiandad, la de todas las parroquias o incluso... acaso, la de la pobre raza humana. Lo que Dios vio desde lo alto de la Cruz. Perdónales porque no saben lo que hacen...

"Sufrir por las almas", me he repetido durante toda la noche. Pero a pesar de la frase consoladora, el Angel no ha vuelto.

Ninguno de aquellos hombres, fuera por el motivo que fuera, creía que la Iglesia estuviera en peligro. Mi confianza no es tampoco menor, pero probablemente de otra especie. Su seguridad me horroriza.

(Lamento haber escrito la palabra orgullo y, sin embargo, no puedo borrarla, falto de cualquier otra que convenga mejor a un sentimiento tan humano y tan completo. Después de todo, la Iglesia no es un ideal a realizar, sino que existe y ellos están en su interior).

Se decía solamente que el cristianismo había sembrado por el mundo una verdad que nada detendría porque se hallaba de antemano en lo más profundo de las conciencias y que el hombre se había reconocido inmediatamente en ella: Dios nos ha salvado a cada uno de nosotros y cada uno de nosotros vale la sangre de Dios. Puede usted traducir eso como desee, hasta en lenguaje racionalista -el más estúpido de todos- y le obligará a pronunciar palabras que estallen al menor contacto. Si la sociedad futura trata de sentarse encima, le quemarán sus partes traseras, eso es todo.


(CONTINUARÁ)

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