September 21, 2015

PERO LÓPEZ DE AYALA (1374)

Nace en 1332 en el seno de una importante familia alavesa, posiblemente en la residencia paterna de Quejana.
Es el mayor de los once hijos de don Fernán Pérez de Ayala, uno de los hombres más ricos e influyentes de Álava, y de doña Elvira Álvarez de Ceballos, de orígenes y fortuna no menos brillantes.

Parece ser que ejerció notable influencia en la formación humanística del joven su tío el cardenal Pedro Gómez Barroso. Incluso es posible que pasaran juntos algún tiempo en Aviñón donde el prelado residía con frecuencia.
Así se explicarían los conocimientos de francés de López de Ayala.
En un documento que ha llegado a nosotros se dice que "fue, quando mozo, clérigo e canónigo de Toledo e de Palencia".
Es éste un punto que no esta suficientemente aclarado de ahí podrá proceder su dominio del latín y de las Sagradas escrituras.
Aun en el caso de que no hubiese recibido una educación eclesiástica, no cabe duda de que fue muy esmerada y completa.

Junto a este influjo humanístico no tarda en hacerse notar el que ejerce la personalidad política de don Fernán sobre su hijo.
Comienza muy pronto su carrera pues en 1353, a los 21 años, nuestro personaje es ya doncel de Pedro I, según nos cuenta él mismo en la crónica que dedica a este rey.
Empieza así su larga experiencia cortesana.
En 1359 es nombrado capitán de la flota castellana que lucha contra Aragón.
Afirma Joset que, sin embargo, "no era soldado en el alma; se sentía más a gusto en la política, diplomacia y administración".
En 1360-61 es alguacil mayor de Toledo.

Por estos años arde la guerra civil entre Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastamara.
López de Ayala apoya al rey, pero en 1366 cambia de bando y lo vemos en la batalla de Nájera al lado del pretendiente.
Éste es derrotado. A Pero se le declara traidor y sufre prisión durante seis meses.

Al subir al trono Enrique II, ve recompensados sus servicios. Obtiene numerosas mercedes, entre ellas la ratificación de algunas propiedades en Álava que venía reclamando su familia.
Desempeña cargos importantes: alcalde mayor y merino de Vitoria (1374) y alcalde mayor de Toledo (1375).

Con Juan I las tareas diplomáticas le llevan a Aragón y a Francia, donde tiene una actuación muy destacada al lado de Carlos VI.
Interviene también en los sucesos relacionados con el cisma de Occidente que se había producido en 1378.

A pesar de las reservas que tiene sobre el particular, apoya a Juan I en su tenaz intento de apoderarse de Portugal.
Cae prisionero en agosto de 1385 en la batalla de Aljubarrota y permanece encerrado en los castillos de Leiria y Óbidos hasta abril de 1388.

Al quedar en libertad sigue desempeñando importantes misiones diplomáticas al servicio de Juan I.
Cuando muere este monarca en 1390, forma parte del consejo de regencia que gobierna durante la minoría de Enrique III, hasta 1393.
Entretanto sigue atendiendo a la política interior y exterior.
En 1398 obtiene la máxima dignidad, el nombramiento de canciller mayor de Castilla, cargo en el que le sucederá su hijo.
Su actividad se va reduciendo.
Pasa sus últimos años en el convento jerónimo de San Miguel del Monte cerca de Miranda de Ebro, en cuya fundación había colaborado.
Muere en Calahorra en 1407 a la edad de 75 años.

López de Ayala no es un escritor enciclopédico al estilo de don Juan Manuel, pero con su producción original y con sus traducciones contribuye notablemente al avance de la lengua castellana.
Su afición por los clásicos latinos le hace abandonar la inspiración árabe que hasta ese momento había dominado en la prosa.
Se ha valorado muy especialmente su labor histórica, que se apoya en los conocimientos librescos de un hombre culto y en la observación directísima y el análisis minucioso de los hechos descritos, todo ello impregnado de las inquietudes del moralista.

Junto a ello no hay que olvidar sus dotes poéticas puestas de relieve en una de las obras más importantes del mester de clerecía: el Rimado del palacio, que abandona "el estilo narrativo para mostrar el desborde íntimo". El tono admonitorio de sus versos se tiñe de pesimismo.

Para enmarcar la obra de López de Ayala en su entorno hay que tener en cuenta que su vida se desarrolla unos años más tarde que la del Arcipreste de Hita y don Juan Manuel, cuando los cimientos de la vieja sociedad se tambalean y están a punto de resquebrajarse.
Frente a la época de Juan Ruiz, "la de la peste negra, que incitaba a gozar de todos los placeres vitales", la de Ayala "fue sobre todo la del gran cisma de Occidente, la del desmoronamiento de los ideales, la de las revoluciones y rebeliones, del banditismo, la de los enfrentamientos políticos".
Es un momento de crisis total y absoluta, de grandes trastornos que explican el pesimismo existente en la obra del canciller.

López de Ayala nos ha dejado la crónica completa de tres reinados, analizados año por año: el de Pedro I, Enrique II y Juan I, y los seis primeros años del de Enrique III.
Abarcan el largo periodo comprendido entre 1350 y 1396.
Too ellos resultaron nefastos. Solo el de Enrique III el Doliente puede escapar en alguna medida a este calificativo.
Aunque el canciller intervino en muchos de los acontecimientos que narra, su actitud en las crónicas es fundamentalmente la de un observador.

Nada hay en estas crónicas que recuerde la aridez de muchas de las obras históricas precedentes. Ayala procura animar el relato y romper la monotonía mediante el cambio de técnica narrativa y la utilización de artificios literarios. Hay diálogos, descripciones, epístolas, arengas.. Además del retrato físico de los personajes, que anuncia ya el arte de Fernán Pérez de Guzmán, nos ofrece un sutil análisis sicológico de su conducta: "no se detiene en lo exterior, sino que aspira a penetrar en las almas". Revela gran interés por los temas sociales y administrativos. Recoge múltiples noticias de la historia extranjera contemporánea.

Insiste constantemente en dos conceptos esenciales: la justicia y la necesidd de que la ley controle todas las acciones. Por eso es partidario de que el poder no quede exclusivamente abandonado a las arbitrariedades de un rey.

Por otro, desarrolla la doctrina fundada en esa experiencia y da consejos, uno con validez general y otros específicamente dirigidos a los gobernantes. En la glosa del Libro de Job encontramos también un amplio corpus doctrinal.
No falta alusiones autobiográficaa. Así, por ejemplo, Ayala expresa el grandísimo pesar que le ocasionó su encarcelamiento tras la batalla de Aljubarrota:

Non puedo alongar ya más el mi sermón,
ca estó tribulado en cuerpo e en coraçón
e muy mucho enojado con este mi prisión,
e querría tornar a Dios mi coraçón.
Quando aquí escrivía estove muy quexado
de muchas grandes penas e de mucho cuidado;
con muy grandes gimidos a Dios era tornado
rogarle que quisiese acorrer al cuitado.

Comienza el libro con la declaración y arrepentimiento de los propios pecados, que son tantos y tan graves que se ha llegado a dudar de la veracidad del poeta. Creemos que no hay por qué interpretar estas palabras al pie de la letra. Muy probablemente se trata de una confesión de los pecados de todos los hombres, no solo de los suyos propios.

En la parte llamada "Fechos de palaçio" traza un cuadro muy poco lisonjero de la vida de la corte. El rey no es en definitiva más que un prisionero que tiene que hacer frente a las muchas preocupaciones y sinsabores del mando "maguer señor lo llaman, saz está quexao"
En medio de las directrices políticas encontramos también lecciones de ética individual dirigidas a todo el mundo. Insiste en la importancia de la paz interior, el ejercicio de la caridad y el perdón y la huida de lo vanos deleites. Reflexiona sobre la fugacidad de la vida dentro de los tópicos esquemas del "ubi sunt?":

¿Dó son los muchos años que vemos durado
en este mundo malo, mesquino e lazdrado?
¿Dó los nobles vestidos de paño muy onrado?
¿Dó las copas e vasos de metal muy preciado?

Culmina sus consideraciones con una visión terrorífica de las penas del infierno:

Allí son los tomentos e las llamas ardientes
[e] las bestias muy fuertes e las bravas serpientes...

Su pensamiento político, de signo conservador, se refleja en todo el poema, pero muy especialmente en Consejo para governamiento de la república. Se acoge a los principios de la tradición medieval. El rey es el representante de Dios, pero, si no cumple con su cometido, deja de ser acreedor a esta dignidad. La institución monárquica queda libre de toda mácula; tan solo los individuos concretos pueden ser censurados. Alude constantemente a la figura del privado como uno de los elementos clave del buen gobierno; le aconseja la conducta que debe seguir.

Viene a continuación el desahogo lírico religioso. Hay invocaciones a Dios y a la Virgen teñidas de la honda devoción que siempre caracterizó al canciller. No es casual su vinculación con la orden jerónima caracterizada por la tendencia a la efusión íntima y a la tolerancia.

La última parte del Rimado, desde la copla 922 hasta el final, es una versión del Libo de Job y del comentario hecho por San Gregorio que se conoce con el nombre de Morales de Job. Insiste de forma constante en la brevedad de la vida y en la necesidad de aguantar con paciencia todos sus sinsabores confiando siempre en la Providencia.

La sátira social está hecha de forma implacable, sin ningún tipo de concesiones. La tópica comparación con el Arcipreste de Hita no lleva a una conclusión inmediata. Frente al regocijo que campea en las invectivas de Juan Ruiz, "López de Ayala es escritor austero y la sátira suya, mas fustigante, se caracteriza por una honda actitud moralizante. Su ironía es mordaz y su humorismo amargo". El pesimismo aleja al canciller del tono cómico y burlesco.

Comienza lamentando la terrible división que sufre la cristiandad por culpa de las altas jerarquías. Critica las disputas escolásticas absolutamente estériles que no hacen nada en pro de la concordia:
Aquí estorvaron mucho algunos sabidores
por se mostrar letrados e muy disputadores;
fizieron sus questiones como grandes dotores:
por esto la Eglesia de sangre faz sudores.

El clero es puesto en la picota por la falta de vocación y la ignorancia de sus miembros, que viven completamente apegados a las honras mundanas y solo piensan en enriquecerse:

Agora que el papadgo es puesto en riqueza,
de le tomar qualquier non toman grant pereza;
maguer [que] sean viejos, nunca sienten flaqueza
ca nunca vieron papa que muriese en pobreza.

Con igual saña arremete luego contra el poder temporal. Retrata la lamentable situación en que se encuentran el país cuyo peso recae exclusivamente sobe las espaldas de los pobres. La figura del privado ambicioso, lisonjero y guiad tan solo por el afán de medro, polariza gran parte de las sátiras. Alude a sus conciertos con los judíos que tan directamente intervienen en las cuestiones de hacienda:

Allí vienen judíos, que están aparejados
para bever la sangre de los pobres cuitados;
presentan sus escriptos, que tienen conçertados,
e prometen sus joyas e dones a privados.

Los dardos del poeta se vuelven luego contra los mercaderes, en especial los de paños que tanto relieve tuvieron en la Edad Media. Nos habla de su codicia, de sus engaños y sus trucos en un tono que roza la caricatura:

Fazen escuras sus tiendas e poca lumbre les dan;
por Brujas muestran Ipre e por Mellinas Roán;
los paños violetes bermejos paresçerán;
al contar de los dineros las finiestras abrirán.

Luego le toca el turno a los letrados que arruinan a las gentes con sus pleitos largos y engañosos. Alza su voz contra las guerras y contra aquéllos que las utilizan para su lucro personal. Clama por la administración de la justicia, por que no se cometan más abusos y deje de venderse como una mercancía más.

El Libro de la caza de las aves se inscribe en una corriente muy cultivada durante la Edad Media. Gayangos lo editó en 1869 con el título erróneo de Libro de las aves de caza. En el prólogo dice Ayala que lo escribió durante su cautiverio en el castillo portugués de Obidos en 1386.
Consta de 47 capítulos. Habla muy por extenso de todo lo relativo a los halcones, de su cuidado educación y remedios de las enfermedades. Se ocupa después de otras aves como los azores, gavilanes, esmerejones y alcotanes. Refleja unos conocimientos muy completos.
Los capítulos comprendidos entre el X y el XXXIX son una traducción casi literal del Livro de falcoaria de Pero Menino, halconero del rey portugués Fernando I; Ayala añade muchas observaciones personales y comentarios de todo tipo. El resto de la obra no sigue directamente a nadie; se apoya en su indiscutible experiencia.

Las Fores de los Morales de Job toca un tema muy caro al autor, al que vuelve reiteradamente. Son un conjunto de sentencias adaptadas de la obra de San Gregorio.
Se atribuye al canciller un libro no conservado sobre el Linaje de Ayala en el que traza la genealogía de su familia.
Su obra poética se completa con alguna composición recogida en el Cancionero de Baena como la repuesta a Fernán Sánchez de Talavera o Calavera sobre el libre albedrío y la predestinación.
Asimismo vertió al castellano De consolatione philosophiae de Boecio, De summo bono de San Isidoro, las Décadas I, II  IV de Tito Livio, la Historia troyana de Guido delle Colonne y los ocho primeros libros de De casibus virorum et foeminarum illustrium de Boccaccio, con el título de Caída de príncipes.

No comments:

Post a Comment