September 03, 2015

FRUTOS DE LA CIVILIZACIÓN PERFECCIONADA DE CHAMFORT

Las tres cuartas partes de las locuras solo son idioteces.

La Opinión es la reina del Mundo, porque la Tontería es la reina de los Tontos.

Hay que saber hacer las tonterías que nos pide nuestro carácter.

Un enamorado es un hombre que quiere ser más amable de lo que puede: he ahí la razón de que casi todos los enamorado sean ridículos.

Las mujeres tienen fantasías, entusiasmos, algunas veces gustos. Pueden incluso elevarse hasta las pasiones: de lo que son menos susceptibles es de cobrar afecto. Están hechas para comerciar con nuestras debilidades, con nuestro desvarío, pero no con nuestra razón. Entre ellas y los hombres existen simpatías de epidermis, y muy pocas de inteligencia, de alma y de carácter. Esto se demuestra por el poco caso que hacen de un hombre de cuarenta años, aun aquellas que son más o menos de esa misma edad. Observad que, cuando le conceden una preferencia, es siempre en función de algunas expectativas deshonestas, de un cálculo de interés o de vanidad, y entonces la excepción confirma la regla. Y añadamos que no se trata aquí del caso del axioma: Quien demuestra demasiado no demuestra nada.

Cuando un hombre y una mujer conciben una pasión violenta y correspondida, siempre me parece que, sean cualesquiera los obstáculos que los separen, un marido, padres, etc..., los dos amantes son, por ley de naturaleza, un del otro y para el otro, que se pertenecen por derecho divino, a pesar de las leyes y las convenciones humanas.

El amor, tal y como existe en la sociedad, no es sino el intercambio de dos fantasías y el contacto de dos epidermis.

A veces, para animaros a visitar a tal o cual mujer, os dicen: Es muy amable.. ¡Pero si yo no quiero amarla! Mejor sería decir: Es muy amante, porque son más los que quieren ser amados que los que desean amar ellos mismos.

Si uno quiere hacerse una idea del amor propio de las mujeres en su juventud, juzgue por el que les queda una vez que han pasado la edad de agradar.

En política se dice que los prudentes no hacen conquistas: esto puede aplicarse también a la vida galante.

Damisela hay que encuentra el modo de venderse y no encontraría el de entregarse.

El comercio de los hombres con las mujeres se asemeja al que los europeos llevan a cabo en la India: es un comercio guerrero.

Para que la relación de un hombre con una mujer sea realmente interesante, conviene que haya entre ellos gozo, memoria o deseo.

Una mujer inteligente me dijo un día unas palabras que bien podrían encerrar el secreto de su sexo: que toda mujer, al tomar un amante, tiene más en cuenta la manera en que las demás mujeres ven a ese hombre que el modo en que lo ve ella misma.

Me acuerdo de haber visto a un hombre dejar a las mujeres públicas porque había visto en ellas, decía, tanta falsedad como en las mujeres decentes.

En la vida galante de hoy en día, el tiempo ha hecho que al acicate del escándalo le suceda el del misterio.

Harto desdichado sería uno si, en compañía de las mujeres, no se acordara en absoluto de lo que sabe de memoria.

Parece que la naturaleza, al dotar a los hombres de un gusto por las mujeres enteramente indestructible, hubiese adivinado que, sin esa precaución, el desprecio que inspiran los vicios de su sexo, principalmente su vanidad, constituirá un gran obstáculo para el mantenimiento y la propagación de la especie humana.

Tanto el matrimonio como la soltería tienen sus inconvenientes; entre ambos estados conviene preferir aquél cuyos inconvenientes no son sin remedio.

En el amor basta con que los amantes se gusten por sus cualidades amables y por sus atractivos. Pero en el matrimonio, para ser dichosos, es preciso quererse, o al menos acomodarse a los mutuos defectos.

Lo más razonable y comedido que se ha dicho sobre la cuestión de la soltería y el matrimonio es lo siguiente: "Tomes el partido que tomes, te arrepentirás". Fontenelle se arrepintió, en sus últimos años, de no haberse casado. Olvidaba los noventa y cinco pasados en paz y sin preocupaciones.

Se casa a las mujeres antes de que sean nada y de que nada puedan ser. Un marido no es más que una especie de operario que incomoda el cuerpo de su mujer, fraga sus entendederas y desbasta su alma.

El matrimonio, tal como se practica entre los grandes, es una indecencia convenida.

El divorcio es tan natural que, en más de un hogar, se mete en la cama todas las noches entre dos casados.

Gracias a la pasión de las mujeres, es menester que el hombre más honrado sea o un marido, o un chischisbeo; o un crápula, o un impotente.

La peor de todas las coyundas desiguales es la del corazón.

El amante amado con exceso por su querida parece amarla menos, y viceversa. ¿Sucederá con los sentimientos del corazón como con los favores? Cuando ya no se espera poder pagarlos, se cae en la ingratitud.

La mujer que se estima más por las cualidades de su alma o de su inteligencia que por su belleza, es superior a su sexo. La que se estima más por su belleza que por su inteligencia o por las cualidades de su alma, es de su sexo. Pero la que se estima más por su cuna o por su rango que por su belleza, está fuera y por debajo de su sexo.

Una de las mejores razones que se pueden tener para no casarse nunca es que no se es del todo víctima de una mujer hasta que ésta no sea la vuestra.

Por muy mal que un hombre pueda pensar de las mujeres, no hay mujer que no piense de ellas todavía peor.

Una mujer no es nada por si misma; es lo que le parece al hombre que de ella se ocupa: por eso se muestra tan furiosa contra aquellos a quienes no les parece lo que ella querría parecer. En esa situación, pierde su existencia. El varón se siente menos herido en tales casos porque sigue siendo lo que es.

M..., viejo solterón, decía jocosamente que el matrimonio es un estado demasiado perfecto para la imperfección del hombre.

Cuán sorprendente y singular es el imperio de la moda. M. de la Trémoille, separado de su mujer, a la que no amaba ni estimaba, se entera de que ésta ha enfermado de viruela... Se encierra con ella, contrae el mismo mal, fallece y le deja una inmensa fortuna junto con el derecho de volverse a casar.

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