February 21, 2014

EL SACERDOTE DE SAN JUAN DE ÁVILA

San Juan de Ávila trata del sacerdote como de un verdadero padre de las almas, que las engendra en Cristo a la vida sobrenatural, a base de oración y de sacrificio. Los labios y la lengua del sacerdote no se han hecho para otra cosa sino para predicar el nombre de Cristo, y la alegría del amor de Dios a los hombres.

La eficacia de la predicación depende también de la santidad del predicador, que ha de buscar cómo edificar las almas, en lugar de pensar en su interés o vanagloria.

Los sacerdotes han de vivir un proceso de continua conversión al Señor y, como mediadores que son entre Dios y los hombres, orarán por la conversión de los pecadores, a fin de ganar almas para Dios. La entera vida del sacerdote ha de ser glorificación de Dios. Desprendido de todo interés temporal-mundano, así como de la propia estima y vanidad, su corazón debe ser imperturbable, tanto a los halagos como a los desprecios.

¡Cuán grande es la misión del sacerdote -destaca nuestro santo- que así como la Virgen trajo al Señor a la tierra, así el sacerdote lo trae cada vez que celebra la santa Misa!¡Cómo ha de amar el sacerdote el santo Sacrificio del altar!¡Cuán grande ha de ser su santidad, pues realiza el mismo misterio que se obró en María, y no sola una vez, sino a diario, siendo en esto superior a los mismos ángeles!

¡Con cuánta delicadeza habrá de vivir la castidad y el celibato sacerdotal, sabiendo cortar con todo aquello que pueda empañarlo!... Para ello, el sacerdote deberá pertrecharse adecuadamente con las armas de la oración y de la penitencia, pasa así vencer la inclinación al pecado y ser fuerte en Cristo. Y así ganará innumerables almas para Dios, que serán el fruto de su entrega de amor.

Al igual que Cristo, el sacerdote debe revestirse de entrañas de misericordia y comprensión con las almas, para así conducirlas a Dios. Fruto de la caridad que mueve toda su vida, deberá poner en ejercicio la paciencia pastoral, que todo lo espera y todo lo sufre por amor del Señor. Igualmente lo exige el ministerio de la reconciliación: el sacerdote ha de ser celoso pastor de las almas, y para conducirlas a Dios, habrá de procurar acercarlas al sacramento del perdón. Para que este ministerio sea eficaz, el sacerdote ha de ser hombre de oración, profundamente unido a Dios y dotado de buena doctrina, a fin de discernir los espíritus y conducirlos por caminos de santidad.

A llorar aprienda quien toma oficio de padre, para que le responda la palabra y respuesta divina, que fue dicha a la madre de san Augustín por boca de san Ambrosio: "Hijo de tantas lágrimas no se perderá".

Muchas veces, padre, acaece en este oficio ser honrados y ser despreciados; mas el siervo de Dios, tan sordo debe pasar a lo uno como a lo otro, aunque más se debe alegrar con el desprecio que con la honra, cuanto más le hacen conforme a Cristo, que por buscar la honra del Padre fue Él deshonrado.

Mi ánima ama a la de vuestra merced, porque Dios la ama, y porque de su bien me ha de caber a mí no poca parte. San Pablo dice que aquellos a quien predicó eran su gozo y su honra, y su corona; porque, recibiendo por su boca la palabra de Dios, habían mudado su vida y entrado en el camino de Dios.

Por eso les llama corona; porque así como una como corona hermosea y honra la cabeza de quien se la pone, así los que fueren salvos por la predicación de uno le honrarán y alegrarán como hermosa corona de ricas piedras.

Grande es la flaqueza que en nuestros días se usa, donde apenas hay hombre de los que dicen que sirven a Dios que ponga hombros a cosas dificultosas. Todo lo queremos a nuestro sabor y que lo que decimos sea luego tomado; y siendo nosotros en muchas cosas flaquísimos, espantámonos mucho de flaquezas ajenas; blandos en las nuestras, airados en las ajenas, habiendo de ser al contrario, la paciencia en las ajenas y el celo ferviente contra nosotros. Sudores de muerte se han de pasar algunas veces en los negocios de Dios, y su siervo ha de estar como insensible, sufriendo y llamando al Señor. Longánimo y magnánimo le conviene ser al que en Dios espera y contra el demonio pelea; porque los otros o se tornan del camino, o andan tan flojos y con tantas caídas, que es como si no anduviesen. Pase vuestra merced con su cruz e invoque al Crucificado, que por las ánimas murió; y crea que no las tiene olvidadas, por mucho que las deje padecer; mas quiere Él que nos cuesten algo a nosotros, por hacernos merced de tomarnos por ayudadores en obra tan alta, y gualardonarnos como el Padre hizo a Él. Suya es la obra; ministros suyos somos nosotros, y quiere experimentar nuestra fe y caridad y paciencia, con que no veamos luego el provecho que deseamos, y así hácenos merced, y no poca, aun cuando parece que no nos oye.

(Nota de Jorge: Un sacerdote (hombre) no puede ir contra la supremacía de la Virgen (los sentimientos de las madres?) y de los ángeles.

Lo principal que deseo se trate es el buen orden del Seminario, eligiendo a gente de virtud y poniéndoles rectores espirituales o que tengan algo de ello; porque juntándose buen fundamento y doctrina, no faltará nada(?)...

"Turbóse el rey y toda Hierusalén con él" (Mt 2,3). Que el rey se turbase no es mucho, pero toda la ciudad. De donde veréis cuánto es menester que haya buen rey en la ciudad y buena cabeza que rija. Si hay mal obispo, mal regidor, mal cura, mal predicador, cosa difícil es que haya buen pueblo. Esto es lo que más habíades de rogar a Dios y lo que tenéis más olvidado. "Señor, danos buenos gobernadores; Señor, danos buenas cabeceras. Témante los reyes; danos buenos padres y predicadores" "Turbóse toda la ciudad con el rey", porque dijera: "¿A otro rey queréis más que a mí?".

El amor de Dios muy guardado ha de estar, como un hueso duro de un firme propósito de nunca hacer cosa contra él. No le ha de tocar nada. Aquel ama a Dios verdaderamente que no guarda nada de sí mismo para sí.
Con un incienso de carneros. El carnero que guía es el perlado. No hay cosa que más ha de amar y tener el que rige que la oración. El sacerdote que no ora no ha aprendido sus cerimonias, y si no ora, darme ha por consejo de Dios consejo suyo; por respuesta divina, respuesta de hombre. También ofrece "bueyes y cabrones". También recebiréis vos, Señor, cabrones, que son los lujuriosos. Ofreceros he mis pecados de carne muertos. Sí, que bien le huelen después de muertos. Viénete un mal deseo, átalo aunque te duela y ofrécelo a Dios. Señor, esta purga quiero beber por vos. Buey ofrece a Dios el que hace por Dios alguna cosa que mucho le duele.

[...] Hermano, si no trabajas en la viña de Dios, has de trabajar en la viña del diablo, que no te puedes escapar de una de dos.
[...] El Señor de esta viña Dios es, y de la otra el diablo. El denario de ésta será gloria y de la otra en infierno. ¿Qué más bien hallas en servir al demonio que a Dios? ¿Qué más interese esperas del infierno que de la gloria de Dios? Di: ¿Por qué quieres más trabajar con el demonio que trabajar con Dios? ¿No me responderías a esto? ¡Qué locura tan desconcertada y tan fuera de tino es esta que haces! (Sermón 8: Ciclo temporal: Domingo de Septuagésima).

Letrado ha de ser el predicador, y el cura, y el confesor; letrado y graduado en esta ciencia de cognocer las maldades y astucias de demonio. ¿Quién, pues, las destruirá? Dios nuestro Señor. ¿Y quién más? La Virgen María, nuestra Señora, que estuvo siempre llena de gracia, y no tuvo algún dominio el demonio algún tiempo sobre ella; que así lo dijo su bendito Hijo: Veniet princeps huius mundi, et in me non habet quid quam (Viene el príncipe de este mundo, que en mí no tiene nada: cf Jn 14,30). Ansí lo puede dicir la Virgen nuestra Señora, que tampoco tuvo parte en ella, porque siempre fue limpia y ajena de todo pecado, y ansí salió de aquella limpias entrañas aquel limpio Jesucristo.
A esta Señora, que siempre estuvo y fue limpia y está llena de gracia, nosotros, que tan faltos de ella estamos, nos encomendaremos, pues no podemos dicir ni oír cosa que a Dios sea agradable sin el favor de ella; y para que nos la alcance, digamos el Ave María (Sermón 9: Ciclo temporal: Domingo I de Cuaresma).

Curas, perlados, mirad y velad, catad que el demonio sabe que el bien de otros pende de vosotros y de vuestro ejemplo. Trabaja mucho por derribaros y hace que contra vosotros se acueste la mayor fuerza de sus engaños, pues derribando a vosotros, juntamente derriba a otros muchos. ¿No dice acullá que totum pondus praelii versum est in Saul, toda la fuerza de la batalla se acostó en Saúl? (1 Re 31,3). Porque derribado el capitán (nota de jorge: de 1 pasar a !), en quien todos tienen los ojos, luego desmayan. Y por eso la caída de los tales es más procurada y deseada del demonio que la de los otros hombres porque no va tanto en ella. Y por tener guerra contra él no te has de espantar ni acobardar, pues es cierto que el día que hiciste paz con el Señor, ése mesmo heciste guerra con demonio. Si el demonio es poderoso para te vencer y engañar, más fuerte y sabio es Dios para te defender y ayudar. Más te ayuda Dios que él te tentará.

Dióte, Dios gracia de predicar, de confesar, de hacer amistades.. No quieres entender en ello, sed dicis: "¿Quién me mete a mí en eso? Más quiero tomar lo seguro y procurar de salvarme a mí que ponerme en peligro de condenarme por ayudar a salvar a otros; yo no soy obispo ni cura; estarme ha en mi monesterio recogido; contentaos, Señor, con que no os ofenda".
¡Oh Señor! Pues a los que dicen que no te quieren ofender, sino vivir solos, porque no granjean y aprovechan a sus prójimos, teniendo talento, condenas, ¿qué harás a los que los andan pervirtiendo? Si a los que no dan limosna, teniendo, despides de ti para siempre en las tinieblas exteriores, ¿qué harás a los robadores y que tantos pecados cometen? (Sermón 24: Ciclo temporal: Domingo 21 después de Pentecostés).

Celosísimo es el Espíritu Santo, no penséis es así como quiera. Ego sum Dominus tuus (Yo soy tu Señor: Ex 20,2; cf. 34,14), dijo Dios a Moisés, para darte a ti a entender, hermano, que tienes puesto tu amor en el confesor, aunque bueno; y en el predicador que te da buenos consejos y consuelos, tienes puestos los ojos en él; no verná el Espíritu Santo hasta que quites el amor demasiado de las criaturas. El Espíritu Santo a solas quieres estar contigo.

Todo lo que hallare no haber procedido de fuego de amor de Dios, no lo recibirá Dios. No vengo a disputar aquí si las obras indiferentes o las moralmente buenas que no proceden de caridad, como de raíz, sean meritorias; basta, que todo lo que hallare hecho sin haber estado presente el Espíritu del Señor, no lo recebirá. Aunque sea hacer milagros, aunque sea derramar la sangre, si no está presente el Espíritu Santo, todo es perdido. ¡Oh Virgen María, qué de gente ha de haber engañado para aquel día!

No hay cosa más desconsolada que el que no tiene este consuelo. Que los mercaderes, que los negociadores, que los casados y los que están ocupados en negocios temporales no tengan esta consolación del Espíritu Santo, no es de maravillar.

No hay tristeza que el Espíritu Santo no consuele, por muy grave que sea.


(Nota de Jorge: El sacerdote ha de ser exigente como dice san Juan de Ávila).

Y si fue hermosura particular estar Dios hecho niño, reclinado en un pesebre y vestido de pobres pañales, no es, por cierto, menor ir mañana en las andas, consagrado y abreviado, con pobres vestiduras de accidentes de pan.

Y si la guirnalda de su sacratísima humanidad que le dio su santísima Madre -la cual Él no tenía- fue cosa muy maravillosa, también lo es que un sacerdote, aunque pecador, con las palabras de la consagración, ya que no dé a Cristo cuerpo de nuevo, dale que esté donde primero no estaba y un ser sacramental lleno de inefables maravillas, el cual no tenía antes de la consagración.

Salgan mañana los sacerdotes, a quien Él tanto honró, que los eligió por ministros suyos, y llévenlo encima de sus hombros con gran reverencia y amor, tiniéndose en esto por muy favorecidos, en recompensa de que el Señor llevó la cruz a cuestas y todos nuestros pecados encima de sí.

¿No veis cómo el sacerdote se lava los cabitos de los dedos cuando dice misa?, para dar a entender que, aunque esté limpio, todavía es menester limpiar los extremos de los dedos, cuando dice misa, que son los pensamientos. Las cositas, por pequeñas que sean, se han de limpiar. Y hemos de estar muy recogidos; recogidísimo y hecho ángel ha de estar el que allí fuere al altar a decir misa y tratar a Jesucristo con sus manos.

¡Y hallamos al mismo Señor en las manos del sacerdote, que aquéllos en los brazos de la Virgen!

Sacerdote regalado, holgado, no es de Cristo, sino de Baal, del demonio. Dice San Berardo: "Comer bien y holgar e dormir, e guardar castidad, es imposible, es miraglo, y es un miraglo que Dios nunca le hizo ni hará".

Y así entienda el hombre que aquello de que se ensorbece, presto se lo quitará Dios; y el tiempo que lo tiene le aprovechará muy poco, porque la soberbia o quita los bienes o los hace poner sin provecho.

Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombres conviene gran santidad. ¿Quién será aquel desventurado que, siendo de Dios tan preciado y honrado, dé consigo en el lodo y hediondo cieno de los pecados?

Luz del mundo y sal de la tierra nos llama Cristo: lo primero porque el sacerdote es un espejo y una luz en la cual se han de mirar los del pueblo, y, viéndola, conozcan las tinieblas en que ellos andan y remuerda en su corazón diciendo: "¿Por qué no soy yo bueno como aquel sacerdote?" Y llámanse sal, porque han de estar convertidos en un sabrosísimo gusto de Dios.

Esto, padres, es ser sacerdote, que amansen a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con él; que tengan virtudes más que de hombres y pongan admiración a los que los vieren: hombres celestiales o ángeles terrenales; y aun, si pudiere ser, mejor que ellos, pues tienen oficio más alto que ellos.

Avisar que tengamos hambre, y la principal hambre, de alcanzar la virtud, la gracia del Señor, el ser siervos suyos como David, que pedía una cosa (cf. Sal 26,4), y espiritualmente entendida era estar en la gracia del Señor. Y con este corazón pide aquí la bondad primero que todo. Mas, si como fuera rey fuera sacerdote, no se contentara con decir: Señor, dame bondad, sino dadme santidad. Porque, si la bondad, propia del rey, la santidad, propia del sacerdote; que el peso con que se pesaban las cosas del templo que se habían de ofrecer a Dios, era mayor que el peso que se usaba fuera del templo, para que entendamos que el peso de las virtudes de los que tratamos con Dios y andamos en su casa y le ofrecemos sacrificios ha de ser mayor que el de la gente común; y debemos exceder tanto en la santidad, cuanto en la dignidad; lo cual no es invención mía, mas verdad de la Iglesia.

Se ve lejos de tener aquel don de oración infundido por el Espíritu Santo, tan necesario para bien ejercitar el oficio sacerdotal de ser abogados por los hombres en el tribunal de Dios.

Libra, Señor, por tu misericordia a cuantos estamos aquí y a todos los que son tus ministros, no mofen de nosotros los demonios en el infierno, dándonos en rostro que, teniendo alteza de sacerdocio, tuvimos vida muy baja, indigna y desproporcionada de la dignidad. Temamos, padres, temamos; que Juez tenemos a quien dar cuenta, y cuenta más estrecha que la gente del pueblo, la cual, como ha recebido menos, dará menos cuenta; mas a nosotros se endereza de lleno en lleno aquella terrible y verdadera palabra que dijo el Señor: A quien mucho es dado, mucho le será pedido (Lc 12,48). Y en un salmo que el profeta David cuenta de la venida de Dios a juzgar, lo primero que cuenta es que dijo Dios al pecador: ¿Por qué cuentas mis justicias por tu boca? (cf Sal 49,16). Si rezar los psalmos, si las oraciones, si las palabras de Dios, es cosa indigna del pecador, y ha de entrar en juicio sobre ello, ¿qué será tomar en la boca, sin el debido aparejo, a Jesucristo nuestro Señor, y consagrarlo, y faltar en las cosas principales que el sacerdote debe hacer?

Poner cuidado cómo vivimos y entender que, si el asentarnos a la mesa de Dios es cosa dulcísima y de mucha honra, que debemos tener una vida conforme a tal dignidad y estar vestidos de justicia (cf. Sal 131,9), como dice David, y como se presenta en las vestiduras sagradas que nos vestimos; porque no nos diga el Señor: Amigo, ¿cómo entraste aquí sin vestidura de bodas? (Mt 22,12), y nos echen en aquellas tinieblas de fuera de la sala de Dios, donde está la lumbre, y paguemos el escote del manjar celestial que aquí comimos con comer allí asiensios y beber hiel de dragones, según dice la Escriptura (cf. Jer 9,15; Deut 32,33) (Nota de Jorge: el apóstol Tomás aun cuando no lo dice la escritura, al haber dudado de la resurrección de Jesús, y ante la evidencia, se volvió loco) (Por lo que quizás el traidor y el loco, fueron los dos apóstoles que tuvieron que sustituir)(Una duda contra el Espíritu Santo), y entenderemos, aunque tarde, de lo que aquí poco caso hicimos: El que come y bebe indignamente, juicio -que quiere decir condenación- come para sí (1 Cor 11,29). Súfrenos el Señor y calla, esperándonos a penitencia; mas líbrenos su misericordia de que se enoje con un oficial suyo, que el tiempo que le dan para hacer penitencia lo gasta en hacer más pecados.

Ha de arder en el corazón del eclesiástico un fuego de amor de Dios y celo de las almas. Bonus pastor animam dat pro ovibus suis (El buen pastor da la vida por sus ovejas: Jn 10,11), como hizo Cristo. Ait Chrysostomus (dijo Crisóstomo): todos los clérigos son pastores, hortelanos y soldados y labradores; quiere decir: han de entender bien en el bien de las ánimas con el oficio que tiene cada uno, según el talento que Dios le ha comunicado, y para sufrir el trabajo el predicador en predicar, el confesor en confesar y el que asiste al coro en cantar las horas, es menester que tenga amor de Dios. Mercenarius autem fugit, quia mercenarius accipit in malam partem (Sin embargo, el mercenario huye, porque es asalariado y no le da cuidado de las ovejas: Jn 10,13). El jornalero, que principalmente trabaja por el dinero, en viendo el lobo, salta por las tapias; el que asiste al coro y a los oficios eclesiásticos, en viendo al lobo, luego se sale del coro. (Nota de Jorge: ante el devorador, en esto el sacerdote no ha de guardar paciencia). Lobo, id este (este es el lobo): (Nota de Jorge: mi tío Jaime Miró de Barcelona se forró haciendo la publicidad "El lobo qué gran turrón", le dio para comprarse un chalé en Calella, y practicar submarinismo...cuando era joven espantó a una novia porque veía saltamontes grandes por el monte, sus dos únicas hermanas-una mi madre se suicidaron, su padre-mi abuelo Manel? ponía la iluminaria del monasterio de Montserrat).

En esto se fundan las rentas eclesiásticas: en mantener al obrero, y no enriquecerlo; y si no es obrero, ya véis en qué estado estará; y si se enriquece, también.

Luego, si el Evangelio les da que se mantenga, todo lo que a esto sobra se ha de restituir en obras pías; por el ius positivum no lo puede tomar para dárselo a clérigos que lo empleen en vicios.
Y ansí ellos estaban obligados a gastar en lo necesario al sustento y vestido, como de ministros de Dios, y lo demás empleallo en atender a ganar almas con obras pías (Plática 8, a sacerdotes).

Obligación de orar por todo el mundo universo y alcanzar bienes y apaciguar males; y ser tan grande este oficio y obligación y oración, que, para cumplir con él, es pequeña la confianza de Moisés y de Elías (...) remediará el Espíritu Santo, enseñándonos a pedir secundum Deum (según Dios:cf. Rom 8,26) como en esta autoridad doce San Pablo: que quiere decir que nos enseña a pedir lo que Dios quiere que le pidamos y lo que quiere conceder por medio de nuestra oración. Porque sentencia verdadera es que lo que Dios antes de los siglos ordenó de dar en tiempo, quiso que se efectuase mediante la oración de los suyos; y esta de la cual vamos hablando, la cual siempre alcanza lo que pide, porque es inspirada por el Espíritu Santo, cuyas obras no salen en balde.

El sacerdote en el altar representa en la misa a Jesucristo nuestro Señor, principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio; y es mucha razón que quien le imita en el oficio, lo imite en los gemidos, oración y lágrimas que en la misa que celebró el viernes santo en la cruz, en el monte Calvario, derramó por los pecados del mundo: et exauditus est pro sua reverentia (y fue escuchado por su reverencial temor: Heb 5,7), como dice San Pablo. En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los deseos y oración con Él; y, ofreciéndolo delante el acatamiento del Padre por los pecados y remedio del mundo, ofrecerse también a sí mismo, hacienda y honra, y la misma vida, por sí y por todo el mundo; y de esta manera será oído, según su medida y semejanza con Él, en la oración y gemidos.

Cuando el sacerdote está en el altar y consagra al Hijo de Dios, verá claro que pide tanta limpieza y tales condiciones, que para cumplir bien con ella es menester haberse guardado toda la vida de cosa inmunda.

Y así, el Señor manda a los pastores de las ovejas racionales que esfuercen lo flaco, que sanen lo enfermo, que aten lo quebrado, que reduzcan lo desechado y busquen lo perdido, para lo cual son menester muchas y muy buenas partes, porque no en balde dijo San Gregorio: Ars artium, regimen animarum (El arte de las artes: guiar las almas). Menester es mucha prudencia para saber llevar a tanta diversidad de gentes y explicar a cada uno su medicina según a cada uno conviene; menester es mucha paciencia para sufrir importunidades de ovejas sabias y no sabias; y que le dé Dios, como a Hieremías, una faz tan fuerte como diamante y pedernal, para que no sea vencido por amenazas y malas obras de los que no consienten que los saquen de sus pecados, ni que los reprendan, ni que los curas hagan su oficio.

De los predicadores del Evangelio dice Esaías. Super muros tuos, Ierusalem, constitui custodes. Tota die et nocte (in perpetuum) non tacebunt (Sobre tus murallas, Jerusalén, he puesto centinelas, que no callarán de día ni de noche: Is 62,6)... El Redemptor del mundo dice de ellos que son luz del mundo; que están puestos sobre candelero; que son ciudades asentadas sobre monte. Todo lo cual significa grande manifestación, grande comunidad.

Muchas veces vemos en la Escritura referidos solamente los pecados de los príncipes, y luego grandes castigos sobre todo el pueblo. Y es porque debemos creer que todo el cuerpo malea cuando el príncipe malea. Todos andan enfermos cuando la cabeza enferma; porque su vida es como regla de la vida de los otros; a él imitan y a él siguen; y basta que él viva mal para que, aunque no lo mande con sus palabras, sea seguido y imitado.
Por esto pide Dios en los príncipes, en los pontífices y sacerdotes, en los perlados y predicadores tanta limpieza, tanta santidad, no solamente en sus palabras, sino en sus vidas, porque más pueden obrando que hablando.

Conviene que el obispo sea inculpable, como administrador de Dios: no soberbio, ni iracundo, ni violento, ni pendenciero, ni codicioso de torpes ganancias; sino hospitalario, benigno, sobrio, justo, santo, continente: Tit 1,5-8).

Muéstrate en todo ejemplo de buenas obras, en la doctrina, integridad, gravedad, palabra sana e irreprensible, para que los adversarios se confundan, no teniendo nada malo que decir de nosotros: Tit 2,7-8).

Para esto dice Cristo que vino al mundo: para desengañar el mundo; para enseñarle verdad, para con su claridad y luz deshacer las tinieblas de los errores.

Ministros válidos de los sacramentos, aun estando en pecado.
(Nota de Jorge: esto no es cierto)

Mas si las atalayas son ciegas o se duermen, ¿cómo dirán al pueblo cuando viene el enemigo: ¡Alarma, alarma! Si el pueblo muriere, no sea, predicador ni perlado, por tu causa; avísale tú cuando viene el enemigo. ¡Oh pobres de nosotros, predicadores y perlados, que vemos menos de las cosas de Dios, que la otra gente! Somos atalayas ciegas, en cobdicias de dinero, y de cosas de tierra, y de mundo; no somos de los que dice san Pablo: Nuestra conversación es en los cielos (Flp 3,20); en las virtudes (obremos), que son las que llevan al cielo.

Quiso Jesucristo dar parte a los sacerdotes para que exteriormente pudiesen ofrecer sacrificio y a los cristianos hízolos sacerdotes en el espíritu. ¿Qué queréis decir? -Que, como un sacerdote ordenado por la Iglesia puede ofrecer sacrificio a Dios en este altar, ansí todo cristiano tiene poder para en el altar de su corazón sacrificar a Dios. En vuestro corazón ofrecéis a Dios una oración, una limosna y otra buena obra, y parécele a Dios bien. ¿Paréceos que es poquito bien éste que Cristo nuestro Redentor os hizo, que tengáis derecho para ofrecer a Dios en vuestro corazón y que le parezca a Dios bien? Ese poder os dio, para que ansí como los sacerdotes en la ley vieja ofrecían a Dios animales, vos, en vuestro corazón, le ofrezcáis y matéis también animales. Matá aquel animal que es la soberbia, matá la carnalidad y todos los demás vicios, y tened por cierto que en ello agradáis a Dios. Y por esto nos llamamos ungidos por reyes y sacerdotes: reyes, para matar los pecados; y sacerdotes, para agradar a Dios, sacrificándolos.

Lo que ha echado a perder toda la clerecía ha sido entrar en ella gente profana, sin conocimiento de la alteza del estado que toma y con ánimos encendidos de fuego de terrenales codicias; y, después de entrados, ser criados en mala libertad, sin disciplina de letras y virtud.
Conviene que ni la entrada sea tan fácil ni la vida tan sin regla, para que así se excluyan los que en la Iglesia buscan la tierra y sean admitidos los hábiles para ser ministros de Dios.

(Nota de Jorge: Evitar la gente endiablada
Los sacerdotes convierten hombres y mujeres en ángeles)

También hay que mirar en la edad de los que han de ser clérigos. Porque mientras mayor la tuvieren, más segura será la elección, y mientras más niños fueren, menos segura, porque en esta edad no ha hecho la naturaleza su fructo, ni declarado lo que será, aunque hayan parecido sus flores.



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