February 19, 2013

LOS PREMIOS GOYA DE LOS MADRILEÑOS

Los días que no son de fiesta me echo a la nana que me canto en voz baja casi susurrando como una febrícula de las calles de Madrid y de sus gentes que me resulta una canción triste y melancólica donde por todas partes se ve una tierra de pardal sin atisbar el mar que nos refresca descendiendo de la meseta castellana y que no tiene que ver con los aprendizajes de peregrinaje sino con la escapada de un aire asfixiante de calles y edificios acuartelados y seccionados por el humo de los coches dondequiera que se erija el Ayuntamiento.

La gente chirriquitifláutica de los Premios Goya estaba en el metro, con esas ojeras y muecas de okupas, con menos seriedad que en un mercadillo medieval, con los ojos saltones de Platero y yo, como quien no ha podido dormir antes de la noche del juicio del despido, como quien lleva esa navaja de Albacete en el bolsillo y pone los pies sobre el asiento, como quien es atropellado por el tren ligero en un lunes de piano-piano mas no tropieces, como con la mirada de un bandolero tapado con la manta zamorana en el vagón, como Danny de Vito esparciendo la copa por la pista de baile, como si fueras con guantes y paraguas y una mano libre de condestable andaluz, como quien se mueve con el cuerpo inflado por el metro en horas que no son punta, como quien tiene una infección de imbecilidad y no va al médico, como quien hace la compra y se deja las bolsas en el mostrador, como un circo de payasos que tienen que fichar la hora de entrada y de salida, como una beata de vida ascendente que te pide que pagues las octavillas y el garaje del cura, como una mujer que te pide que estés pendiente de sus compresas, como un funcionario que marea la perdiz y acaba matándola, como un reloj que se retrasa dos minutos, como un viandante médico de la seguridad social que no recoge al que se cae en la calle, como un escarnio de tumulto de gitanos en urgencias del insalvable Hospital Infanta Sofía, como en los hospitales que nunca te dan de comer pero que tratan de curarte si caes enfermo, como la negra que lleva cadenas en los zapatos con el tintinear por el metro a cuenta de qué y como la china siamesa que se restriega las legañas antes de salir y como un camión pasando por el casco histórico... no hay nadie que tenga moral para poner un peso ahí para que no se vuelen los papeles democráticos.

Como si en el naos de mi casa viviera la estatua de un dios y en la  explanada de mi ciudad todos los días sacrificara mi comportamiento educado y virtuoso, te puedo decir que no todos hacen lo mismo y se dedican a manchar el templo celoso, de mis procederes que se reducen a huir de las ansias que tiene la gente de trapichear, yuxtaponer, conjuntar y de las miras de apareamiento de las hembras, y tómate esto como un palmitato de napalm del pensamiento apsicológico y del malestar social para lo que hay que llegar a una simplicidad de todos los conceptos conocidos por la experiencia pero qué se le va a hacer si las mujeres son mi debilidad porque me gusta verlas florecer con sus amaños y sus defectos a modo de tientas a la luz del fenómeno Eva.

Tuve que contar con minuciosidad las escalinatas de 392 escalones del mausoleo de Sun Yat-sen para comprobar que el puente sobre el río Loira también se hizo con piedrecitas unas seguidas de otras, y así han ido llegando todas las ideas de las universidades y de las cortes europeas para que ahora nos hayamos quedado en el callejón sin salida de la corrupción, y de la falta de flujo del capital, todo ello en base a un mayor conocimiento de las cosas y un espacio más reducido para pasar desapercibido en el mundo.

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