En el reinado de Alfonso VI, en una de las muchas conquistas de este Rey, una vez que deseaba rendir una importante fortaleza, acudió a ella con cuanta gente pudo allegar, y solo los madrileños faltaban retrasados por imprevista circunstancia que la conseja no se para en referir. El Rey estaba furioso por la tardanza, y ya era cerca de la noche víspera del asalto cuando los madrileños se presentaron a engrosar su ejército. Acercóse al Monarca el que los mandaba y le pidió alojamiento para los suyos en el campo; pero el Rey, que estaba de muy mal humor, le dijo que no tenía alojamiento para él, y señalando al castillo de la fortaleza que iban a atacar pocas horas después, le respondió:
- Allí hay alojamiento para los que tan tarde se presentan en el campo.
Saludóle muy cortésmente el jefe de los soldados madrileños, que comprendió la indirecta, y yéndose para los suyos les contó lo que el Rey había dicho, añadiendo en su arenga que era preciso procurarse alojamiento aquella noche y buscarlo en la fortaleza enemiga; después de lo cual se fue muy decidido a ella, seguido de los suyos, que, llegados al foso, empezaron el asalto, sumamente difícil por estar la fortaleza cortada a pico; pero tal maña se dieron y a tal coraje tenían, que trepaban por los muros agarrándose a las más leves desigualdades de la piedra. El Rey, que acudió a presenciar el ataque, muy gozoso de lo que pasaba, estaba mirando a sus leales madrileños (LA FIDELIDAD ES EL SIGNO DISTINTIVO Y ORIGEN DE LA VILLA DE MADRID) cómo subían por las escalas con gran arrojo y no pequeña mortandad, y volviéndose a uno que le acompañaba le decía:
- ¡Miradlos, miradlos cómo suben!¡Parecen gatos! (ASÍ SE LLAMA A LOS NATURALES DE MADRID)
Envió refuerzos a poco, y la fortaleza se tomó enseguida, y aquella noche se alojaron ya en ella los madrileños, a quienes el Rey dio por buenos, olvidando enseguida su enojo, y antes por el contrario, muy satisfecho del efecto que habían producido.
II
Se dice que en una avenida arrastró el Manzanares varias Cubas de un ventero de la ribera y como una iba llena de vino, el hombre gritaba:
- ¡Una va llena!¡una va llena!
Y la gente que le oía creyó que iba por el río una ballena y salieron muchos a su encuentro con picas y chuzos, de dónde quedó el apodo de ballenatos a los madrileños.
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