¡Cuánta razón tenía nuestro Fontes! No hay mayor bien para una nación que un clima suave y luminoso como en Portugal. Riqueza, fuerza, grandes industrias, minas de oro, un comercio rebosante... Para la felicidad de un pueblo portugués nada vale tanto como un hermoso sol y un aire aterciopelado. Todo se simplifica en una región templada y clemente. El contento de un cuerpo en medio de la luz y del calor contrapesa, calma, hace casi desaparecer el descontento público. Las diferencias de suerte y de fortuna, que son el origen de los males sociales, pierden parte de su aspereza y de su amargura bajo un cielo benévolo, donde respirar, pasear o contemplar son placeres superiores que Dios concede incluso al mendigo errante por los caminos. La belleza exterior del mundo exterioriza la vida, el alma no se concentra ni se pliega en sí misma, ni mucho menos a sí misma se consume. Una tierra de atmósfera transparente no es propicia al rencor, al resentimiento, a la callada envidia. Incluso la política se da allí sin violencia y el dinero es menos egoísta. La bondad del ambiente envuelve los corazones.
(Eça de Queirós, 1895)
¡Felices los que se mueven, con espíritu sereno y libre, en un aire luminoso y suave!
(Eurípides)
De la misma manera que en la genética de una raza quedan rasgos de sus acciones del pasado también creo que las malas acciones están posando en el ambiente y que los espíritus pululan en los lugares más recalcitrantes de la naturaleza, de la misma manera que una casa que se ha hecho con mucho amor deja buenas vibraciones a los futuros huéspedes y también creería que los fantasmas habitan las casas abandonadas, y que todas las fotos y recortes de papelitos que vuelan de aquí para allá se leen al cielo y un punto negro no deja de ser una impresión de un suceso.
No comments:
Post a Comment