I
Entre mis recuerdos más inolvidables
conservo el de una visita realizada hace unos años
a una magnífica residencia de ancianos en Inglaterra.
Era un edificio espléndido.
Tenía capacidad para cuarenta residentes,
a los que no les faltaba de nada.
Repito: lo recuerdo bien.
Todos estaban pendientes de la puerta.
No había un solo rostro sonriente.
Una institución religiosa se hacía cargo de la residencia.
Pregunté a la Hermana que estaba de guardia:
- Hermana, ¿cómo es que ninguno sonríe?
¿Por qué no dejan de mirar a la puerta?
- Ocurre lo mismo todos los días -me dijo.
Están permanentemente a la espera de que alguien venga a visitarlos.
Sueñan con un hijo, una hija, algún miembro de la familia que venga a verlos.
La soledad era una expresión de su pobreza,
la pobreza de encontrarse abandonados por sus familiares y amigos.
La pobreza de no tener a nadie que viniese a verlos,
la pobreza que más sienten los ancianos.
II
Nuestras Hermanas se encuentran ya trabajando en muchos países del mundo entero.
No hace mucho ocurrió algo extraño en Nueva York.
Les dijeron que una mujer había fallecido en su casa, no se sabía cuándo.
No les cupo otra solución que derribar la puerta para poder entrar.
¿Os imagináis qué encontraron?
Las ratas ya habían empezaron a roer el cadáver.
Trataron de saber quién era, si trabajaba y dónde, su filiación,
si tenía hijos, si estaba casada...
No lograron descubrir nada.
Lo único que lograron saber era lo que ya sabían:
el número de su casa y apartamento.
Ni siquiera sus vecinos sabían nada de ella.
¡Qué pobreza más extrema!
¡Esa soledad, esa timidez, ese sentimiento
de sentirse un estorbo para todo el mundo,
de saberse despreciada, de no tener a nadie en este mundo!
ORAR, Madre Teresa de Calcuta
November 06, 2012
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