November 06, 2012

EL HOMBRE BUENO DE ARISTÓTELES

No se expone al peligro por bagatelas ni ama el peligro, porque estima pocas cosas, pero afronta grandes peligros, y cuando lo hace no regatea su vida, porque piensa que no es digna de vivirse de cualquier manera.

Es también propio del magnánimo no necesitar nada o apenas, pero estar muy dispuesto a prestar servicios, y ser altivo con los que están en posición elevada y con los afortunados, pero mesurado con los de nivel medio, porque la superioridad sobre los primeros es difícil y respetable, pero sobre los últimos es fácil, y el adoptar con aquéllos un aire grave no indica mala crianza, pero sería grosero hacerlo entre los humildes, lo mismo que usar la fuerza contra los débiles. Y no ir en busca de las cosas que se estiman o a donde otros ocupan los primeros puestos; y permanecer inactivo y remiso a no ser allí donde se ofrezca un honor o empresa grande, y ser hombre de pocos hechos, pero grandes y de renombre. Tiene que ser también hombre de antipatías y simpatías manifiestas (porque el ocultarlas es propio del miedoso e implica mayor despreocupación por la verdad que por la opinión) y hablar y actuar con franqueza (tiene, en efecto, libertad de palabra porque es desdeñoso, y veraz salvo por ironía: es irónico con el vulgo): no puede vivir orientando su vida hacia otro, a no ser hacia un amigo; porque esto es de esclavos, y por eso todos los aduladores son serviles y los de baja condición son aduladores. Tampoco es propenso a la admiración, porque nada es grande para él. Ni rencoroso, pues no es propio del magnánimo guardar las cosas en la memoria, especialmente malas, sino más bien pasarlas por alto. Tampoco es murmurador, pues no hablará ni de sí mismo ni de otro; pues le tiene sin cuidado que lo alaben o que critiquen a los demás; por otra parte no es propenso a tributar alabanzas, y, por lo mismo, no habla tampoco mal ni aun de sus enemigos, a no ser para injuriarlos. Tratándose de las cosas necesarias y pequeñas es el menos propenso a lamentarse y a pedir, pues es propio de un hombre serio tener esta actitud respecto de esas cosas. Y es hombre que preferirá poseer cosas hermosas e improductivas mejor que productivas y útiles, porque las primeras se bastan más a sí mismas. Los movimientos sosegados parecen propios del magnánimo, y una voz grave y un modo de hablar reposado; no es, en efecto, apresurado el que se afana por pocas cosas, ni vehemente aquel a quien nada parece grande, y éstas son las causas de la voz aguda y de la rapidez.

Tal es, pues, el magnánimo. El que peca por defecto es pusilánime, y el que peca por exceso, vanidoso. Ahora bien, tampoco a éstos se los considera malos, pues no hacen mal a nadie, sino equivocados. Efectivamente, el pusilánime, siendo digno de cosas buenas, se priva a sí mismo de lo que merece, y parece tener algún vicio por el hecho de que no se cree a sí mismo digno de esos bienes y no se conoce a sí mismo; pues desearía aquello de que es digno, ya que es bueno. Estos no parecen ciertamente necios, sino más bien retraídos. Pero tal opinión parece además hacerlos peores: todos los hombres, en efecto, aspiran a lo que es conforme a sus merecimientos, y ellos se apartan incluso de las acciones y ocupaciones nobles por creerse indignos de ellas, e igualmente de los bienes exteriores. Por otra parte, los vanidosos son necios y no se conocen a sí mismos, y esto es manifiesto; en efecto, sin ser dignos de ello acometen empresas honrosas y después hacen mal papel. Se adornan con ropas, aderezos y cosas tales y quieren que los éxitos que la suerte les depara sean conocidos de todos, y hablan de ellos para ser por ellos honrados. pero la pusilanimidad es más contraria a la magnanimidad que la vanidad, pues es a la vez más frecuente y peor.

La magnanimidad, pues, tiene por objeto los grandes honores, como se ha dicho.


Ética a Nicómaco


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