Toda la santidad y perfección del alma consiste en amar a Jesucristo, Dios nuestro, sumo bien y Salvador. "Quien me ama -dice el mismo Jesús- será amado de mi padre y yo lo amaré" (Jn 14,21). "Algunos -dice san Francisco de Sales- ponen la perfección en la austeridad de la vida, otros en la oración, quiénes en la frecuencia de sacramentos y quiénes en el reparto de limosnas; pero todos se engañan, porque la perfección está en amar a Dios de todo corazón". Escribió el apóstol: "Y por encima de todo esto, revestíos de la caridad que es el vínculo de la perfección" (Col 3,14). La caridad es la que une y conserva todas las virtudes que perfeccionan al hombre; por eso decía san Agustín: "Ama, y haz lo que quieras", porque el mismo amor enseña al alma que ama a Dios a no hacer cosa que le desagrade y a hacer cuanto sea de su agrado.
(Nota de Jorge: Si viajas, viaja por amor.)
¿Acaso no merece Dios todo nuestro amor? Él nos amó desde toda la eternidad. "Con amor eterno te he amado" (Jer 31,3). Hombre, dice el Señor, mira que fui el primero en amarte. Aun no habías nacido, ni siquiera el mundo había sido creado, y yo ya te amaba. Te amo desde que soy Dios: desde que yo me amo, te he amado también a ti. Razón tenía, pues, la virgencita santa Inés cuando, al solicitarla otros amantes de la tierra pidiéndole su amor, ella les respondía: "Ya he sido conquistada por otro amante. Fuera, dejad de pretender mi amor; mi Dios ha sido el primero en amarme, ya que me amó desde toda la eternidad; por consiguiente es justo que a Él consagre todos mis afectos y a nadie más que a Él".
Viendo Dios que los hombres se dejan atraer por los beneficios, quiso por medio de sus dones, cautivarlos a su amor. Por ello dijo: "Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor" (Os 11,4). Quiero atraer a los hombres para que me amen con aquellos lazos con que ellos se dejan atraer, es decir, con los lazos del amor. Y eso han sido todos los dones hechos por Dios al hombre. Después de haberlo dotado de alma, imagen perfectísima suya y enriquecida de tres potencias, memoria, entendimiento y voluntad, y haberle dado un cuerpo embellecido con los sentidos, creó para él el cielo y la tierra y cuanto hay en ellos; las estrellas, los planetas, los mares y los ríos, las fuentes y los montes, los valles, los metales, los frutos y todas las especies de animales; de modo que, sirviendo al hombre, amase este a Dios en agradecimiento a tanto beneficios. Decía san Agustín: "El cielo, la tierra y todas las cosas me están diciendo que te ame".
(Nota de Jorge: Dios los creó para el amor).
El Eterno Padre ha llegado a darnos a su propio y único Hijo: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).
"El que no perdonó a su propio Hijo, antes bien le entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará con él gratuitamente todas las cosas?" (Rom 8,32).
He aquí el Señor del universo que se humilla hasta tomar forma de esclavo y se somete a todas las miserias que el resto de los hombres padecen.
Pero, ¿por qué, pudiéndonos redimir sin padecer, quiso abrazarse con muerte de cruz? Para demostrarnos el amor que nos tenía: "Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma" (Ef 5,2). Nos amó, y porque nos amó se entregó a los dolores, a las ignominias y a la muerte más amarga que jamás hombre alguno padeció sobre la tierra.
Ven, Espíritu Santo, e inflama nuestros corazones en vuestro amor. O amar o morir. Morir a cualquier otro amor y vivir para Jesús.
Tanto era el amor que Jesucristo tenía a los hombres, que le hacía anhelar la hora de su muerte para demostrarles su afecto, por lo que decía: "Como un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!" (Le 12,50). Tengo que ser bautizado con mi propia sangre, y ¡cómo me aprieta el deseo de que suene pronto la hora de la pasión, para que comprenda el hombre el amor que le profeso! De ahí que san Juan, hablando de la noche en que Jesucristo comenzó su pasión, escribe: "Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). El Redentor llamaba aquella hora "su hora", porque el tiempo de su muerte era su tiempo deseado, pues entonces quería dar a los hombres la postrer prueba de su amor, muriendo por ellos en una cruz, acabado de dolores.
(Nota de Jorge:
MENSAJE FINAL:
"Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen",
porque no sabían lo que hacían).
"¡Oh amor divino, que saliste de Dios, y bajaste al hombre, y tornaste a Dios! Porque no amas al hombre por el hombre, sino por Dios; y en tal manera lo amaste que quien considera este amor no se puede defender de tu amor, porque hace fuerza a los corazones, como dice tu apóstol: "La caridad de Cristo nos apremia" (2Cor 5,14).
No es el término hasta donde llegó, la muerte y la cruz; porque si, así como le mandaron padecer una muerte, le mandaran millares de muertes, para todo tenía amor. Y si lo que le mandaron padecer por la salud de todos los hombres le mandaran hacer por cada uno de ellos, así lo hiciera por cada uno como por todos. y si, como estuvo aquellas tres horas penando en la cruz, fuera menester estar allí hasta el día del juicio, amor había para todo si nos fuera necesario. De manera que mucho más amó que padeció; muy mayor amor le quedaba encerrado en las entrañas de lo que mostró acá fuera en sus llagas. ¡Oh amor divino, y cuánto mayor eres de lo que pareces! Grande parece por acá fuera; porque tantas heridas y tantas llagas y azotes, sin duda nos predican amor grande; pero no dicen toda la grandeza que tiene, porque mayor es allá dentro de lo que por fuera parece.
"Este amor es aquel que hace salir fuera de sí a las almas buenas, y las hace quedarse atónitas cuando se les da a conocer. De aquí nace el deshacerse y abrasarse sus entrañas; de aquí el desear los martirios; de aquí el sentir refrigerio en las parrillas y el pasearse sobre las brasas como sobre rosas; de aquí el desear los tormentos como convites, y holgarse de todo lo que el mundo teme, y abrazar lo que el mundo aborrece. Dice san Ambrosio que el alma, que está desposada con Cristo en la cruz, ninguna cosa tiene por más gloriosa que traer consigo las injurias del Crucificado.
"Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de vivos y muertos" (Rom 14,9). No con amenazas y castigos, sino con obras de amor".
Pero para alcanzar el verdadero amor de Jesucristo es menester emplear los medios necesarios. Estos son los medios que enseña santo Tomás de Aquino:
1º Recordar continuamente los beneficios de Dios, tanto particulares como generales.
2º Considerar la infinita bondad de Dios, que a cada instante nos tiene presentes para colmarnos de favores, y, al mismo tiempo que nos está amando, reclama también en retorno nuestro amor.
3º Evitar con diligencia cuanto le desagradare, aun lo más mínimo.
4º Despegar el corazón de los bienes terrenos: riquezas, honores y placeres de los sentidos.
Otro modo muy excelente para alcanzar el perfecto amor a Jesucristo nos lo brinda el P. Taulero, y consiste en meditar su santa pasión.
Jesús mío, no quiero morir sin amarte, y sin amarte con todas mis fuerzas.
Siento dolor por haberte causado tanta pena; me arrepiento de ello y quisiera morir de puro dolor.
Ahora te amo sobre todas las cosas, te amo más que a mí mismo y te consagro todos los afectos de mi corazón. Tú que me inspiras este deseo, dame fortaleza para llevarlo a la práctica.
Jesús mío, Jesús mío, no quiero de ti otra cosa sino a ti; ya que me has atraído a tu amor, todo lo dejo y renuncio a todo para unirme a ti, pues tú sólo me bastas.
María, Madre de Dios, ruega a Jesús por mí y hazme santo; tú que a tantos trocastes de pecadores en santos, renueva otra vez este prodigio con tu siervo.
"En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dará" (Jn 16,23). Pedid, dice, cuanto deseéis, pero pedidlo al Padre en mi nombre, y os prometo que seréis oídos. En efecto, ¿cómo podría el Padre negarnos gracia alguna después de habernos dado a su propio Hijo, a quien ama como a sí mismo? (Nota de Jorge: si damos los mismos pasos que él). "El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?" (Rom 8,32). Dice el apóstol "todas las cosas", por lo que no exceptúa ninguna gracia, ni el perdón, ni la perseverancia, ni el santo amor, ni la perfección, ni el paraíso; "todo, todo nos lo ha dado". Pero es menester pedirlo, que Dios es generosísimo con quien le ruega: "Uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará" (Rom 10,12-13).
"Jesús dice al Padre: "Padre, quiero que también estos que me has dado, estén conmigo donde esté yo" (Jn 17,24). Venció el mayor amor al odio menor, y así hemos sido perdonados y amados, seguros de no haber sido jamás abandonados donde existe un nudo tan fuerte de amor. Dice el Señor por Isaías: "¿Acaso olvida una madre a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?, pues aunque ella llegase a olvidar, yo no te olvido. Míralo, que en las palmas de las manos te tengo tatuada (Is 49,15-16).
Por eso dices: Yo soy, no temáis; yo soy el que dispone la tribulación y doy el consuelo. Tal vez alguno se encuentra en tan gran tribulación que le parece un infierno, pero aun en esa situación no los olvido y los ayudo. Yo soy vuestro abogado que ha tomado vuestra causa como propia.
¿Cómo pueden mis hijos dudar de que los amo, viéndome en manos de mis enemigos por su amor?¿Cuándo abandonaré a quien ha buscado mi ayuda, si yo ando buscando incluso aun al que no me quiere?
Te amo, te amo, y así quiero exclamar en la vida presente, y así quiero morir exhalando hasta mi último suspiro esta hermosa palabra: te amo, Dios mío, te amo, y con ella quiero empezar el amor eterno, que durará para siempre, sin dejar ya de amarte por toda la eternidad...
Tú, por los merecimientos de tu muerte, dame perseverancia en la oración.
(Nota de Jorge: DEL AMOR A DIOS)
"San Pablo afirma que el amor es la plenitud de la ley: "El cumplimiento de la ley es el amor" (Rom 13,10). Y ¿quién, al ver a un Dios crucificado por su amor, podría resistirse a amarlo? Bien alto claman las espinas, los clavos, la cruz, las llagas y la sangre, pidiendo que amemos a quien tanto nos amó Es poca cosa un corazón para amar a un Dios tan enamorado de nosotros, ya que para compensar el amor de Jesucristo se necesitaría que un Dios muriese por su amor. Exclama san Francisco de Sales: "¿Por qué no nos arrojamos sobre Jesús crucificado, para morir enclavados con quien allí quiso morir por nuestro amor?" El apóstol nos declara positivamente que Jesucristo vino a morir por todos, para que no vivamos ya para nosotros, sino para aquel Dios que murió por nosotros: "Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos". (2Cor 5,15)
"Hombre -dice santo Tomás de Villanueva-, mira la cruz, los clavos y la acerba muerte que sufrió Jesucristo por ti y, después de tales y tantos testimonios de su amor, no dudes de que te ama, y de que te ama con extraordinario amor". Y san Bernardo dice que clama la cruz y dan voces las llagas del Redentor para darnos a entender el amor que nos tiene.
Además el amor da fuerzas para realizar y sufrir lo que sea por Dios. "Porque fuerte es el amor como la muerte" (Cant 8,6). San Agustín dice: "Nada hay tan duro que con el fuego del amor no se ablande". No hay cosa, por difícil que se la suponga, que no sea vencida por el fervor de la caridad, porque, como añade el santo, en aquello que se ama, o no se siente el trabajo, o el mismo trabajo se ama.
(Nota de Jorge: EL INSTINTO Y LA META/ LA MATERIA Y LA FORMA
AMOR A LA SABIDURÍA
QUE ES DIOS PERO ANTES AMOR AL AMOR)
Porque la perfección estriba en amar a Dios de todo corazón, pues las restantes virtudes, sin caridad, son solamente montón de escombros. Y si en este santo amor no somos perfectos, culpa nuestra es, pues no acabamos de entregarnos por completo a Dios.
Este ha de ser todo nuestro afán, alcanzar el verdadero amor a Jesucristo.
Los maestros de la vida espiritual nos describen los caracteres del verdadero amor.
El amor, dicen, es TEMEROSO, porque lo único que teme es desagradar a Dios.
Es GENEROSO, porque, puesta su confianza en Dios, lánzase a empresas a mayor gloria de Dios.
Es FUERTE, porque vence los desordenados apetitos y aun en medio de las más violentas tentaciones sale siempre triunfador.
Es OBEDIENTE, porque a la menor inspiración inclínase a cumplir la divina inspiración.
Es PURO, porque sólo tiene a Dios por objeto y ámale porque merece ser amado.
Es ARDIENTE, porque quisiera encender en todos los corazones el fuego del amor y verlos abrasados en divina caridad.
Es EMBRIAGADOR, porque hace andar al alma fuera de sí, como si no viera ni sintiera, ni tuviera sentidos para las cosas terrenas, pensando sólo en amar a Dios.
Es UNITIVO, porque logra unir con apretado lazo de amor la voluntad de la criatura con la del Creador.
Es SUSPIRANTE, porque vive el alma llena de deseos de abandonar este destierro para volar a unirse perfectamente con Dios en la patria bienaventurada, para allí amarle con todas sus fuerzas.
Por eso san Pablo continúa describiéndonos las contraseñas de la divina caridad, enseñándonos a la vez la práctica de aquellas virtudes que son sus hijas: "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1Cor 13,2-7)
¡Ah Jesús mío, qué pocos son los que te aman!
Desgraciado de mí, que también durante tantos años me olvidé de ti, ofendiéndote tantas veces.
Amado Redentor mío, no es tanto el infierno que merecí el que me hace derramar lágrimas, cuanto el amor que me has mostrado.
Dolores de Jesús, ignominias de Jesús, llagas de Jesús, muerte de Jesús, amor de Jesús, imprimíos en mi corazón y quede en él para siempre su dulce recuerdo que me hiera e inflame continuamente en su amor.
María, Reina mía, también en tu intercesión confío. Consígueme el amor a Jesucristo y también tu amor, Madre y esperanza mía.
Práctica de amar a Jesucristo
San Alfonso María de Ligorio
October 09, 2013
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