LA MENTIRA
El demonio es el padre de la mentira y el mundo tiene por padre al diablo: la verdad nunca estuvo con él, dice San Juan en su epístola (8,44). Y de esta manera se comprende mejor por qué la Sagrada Escritura está llena de imprecaciones contra el hombre falaz y la lengua engañosa, que es como la motivación de gran parte de los Salmos y de los Proverbios en el Antiguo Testamento.
El autor de los Proverbios, en el capítulo seis, dice así: Seis cosas aborrece Yahvé y aun siete abomina su alma: ojos altaneros, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente, corazón que trama iniquidad, pies que corren presurosos al mal, testigo falso que difunde calumnias y enciende rencores entre hermanos. Texto que realmente impresiona por la forma como está redactado y, en nuestro caso, porque viene como anillo al dedo al tema que nos ocupa: Dios abomina de la lengua falaz, del corazón que trama iniquidades y enciende rencores, porque todo es mentira y Dios es la Verdad. Son la luz y las tinieblas frente a frente: la luz queriendo iluminar y las tinieblas que no quieren ser iluminadas porque dejarían de ser tinieblas y el demonio así perdería su esfera de influencia. Es la permanente tensión, que existirá mientras el mundo sea mundo.
De la verdad dijimos que era conformidad del pensamiento con la realidad. De la mentira tendremos que decir, por el contrario, que es una clara y manifiesta disconformidad entre los dos términos en relación. es gesto, actitud o palabra, que no corresponde a lo que pensamos. Dar una impresión a los demás de lo que ni siquiera nosotros estamos convencidos. Es una apariencia de verdad, un disimulo.
Pero para que la mentira lo sea con efectividad, hace falta un acto de voluntad -un querer-, una intención de provocarla y un deseo de que el que nos mire o escuche, sea engañado con nuestra actitud. Por eso, la broma lanzada sin más pretensión que hacer pasar un buen rato a los demás, aunque esté basada en una inexactitud o mentira patente, no puede llegar a tener entidad moral por el mismo tono en que está formulada.
Por el contrario, hay dos tipos de mentira que requieren de nuestra parte una particular atención. Está, en primer lugar, aquella que beneficia al que la propala y no perjudica a nadie, y, en segundo lugar, aquella que nos beneficia perjudicando a otros. Siendo esta segunda más grave -pudiendo llegar a ser gravísima-, no quiere decir que la primera no tenga su importancia.
Todo buen cristiano ha de saber que la mentira no es lícita en ningún caso, ni tan siquiera cuando no perjudica a nadie; y que el fin bueno que nos proponemos con una acción nunca justifica la utilización de medios malos, como puede ser la mentira. Éste es un principio básico de comportamiento que nadie ha puesto en duda dentro de la moral católica. Me parece muy necesario que quede claro este punto, porque fácilmente puede penetrar en nuestro ámbito -casi insensiblemente- la idea contraria, por influencia de medios de opinión que van poco a poco socavando los principios de moral más elementales. El cine, la televisión, la literatura, principalmente, pueden a la larga llegar a causar deformaciones irremediables en la conciencia si, de alguna manera, no se compensan de otra forma. No son pocos ya los filmes y telefilmes que presentan al protagonista como un hombre bueno, simpático, atractivo -bienhechor de la humanidad- pero sin ningún escrúpulo en la elección de medios para lograr sus benéficos fines.
Pero ¿no podría originar trastornos indudables, al hombre honrado, el hecho de que no deba utilizar las mismas armas que los demás? En la vida ordinaria ¿no perjudicará notablemente al cristiano el hecho de tenerse que mantener en los límites -a veces no muy anchos- de la moral?
(Nota de Jorge: no del discurso ganador que siempre gana sino del discurso ético que usa solo medios buenos)
LA HIPOCRESÍA
La hipocresía es uno de esos productos de la insinceridad consistente en un fingimiento consciente de lo que no se es. Es un modo de disimulo. Es un aparentar en el comportamiento lo que en absoluto responde al modo propio de pensar. Hipócrita es aquel que quiere parecer ante los demás lo que realmente no es. Las frases más duras pronunciadas por Jesucristo, recogidas en el Evangelio, van dirigidas contra los fariseos y doctores de la Ley, algunos de los cuales eran -en su época- el prototipo de hipocresía piadosa, de cumplimiento legalista de los preceptos divinos. Hasta tal punto que el término fariseo ha perdurado en nuestro diccionario como expresión paradigmática de falto de veracidad, de actitud fingida y falsa.
Al final del capítulo once del Evangelio de San Lucas y en el capítulo 23 de San Mateo, se recoge la fuerte represión -francamente violenta- de Cristo a los fariseos y doctores de la Ley: cuyo interior está lleno de rapiña y maldad..., que son como sepulcros que no se ven y que los hombres pasan por encima sin saberlo..., que pagan los diezmos de la menta y del comino y descuidan la justicia y el amor de Dios..., que echan cargas pesadas sobre los hombros de los demás y ellos ni con un dedo las soportan, que edifican monumentos a los profetas a los que sus padres dieron muerte..., que se aprovechan de la llave de la ciencia y ni dejan entrar, ni entran ellos..., sepulcros blanqueados, limpios por fuera y llenos de carroña e inmundicia por dentro, serpientes, raza de víboras...
De todo ello puede deducirse hasta qué punto la hipocresía es una de las formas más repugnantes de insinceridad, porque el hipócrita no lo es para sí, sino para los demás y en su perjuicio. Si es hipócrita y actúa como tal, es porque quiere engañar con su actitud, porque quiere dar una impresión ante los demás, a todas luces falsa e inadecuada.
La hipocresía no es disimulación -que, a veces, puede ser lícita-, sino flagrante simulación. Es decir, actitud mentirosa y falsa, sin paliativos.
LA JACTANCIA
La jactancia es la alabanza presuntuosa de uno mismo que, al proyectarse hacia los demás, provoca la llamada vanagloria, o gloria vana cuya forma más característica consiste en creerse las alabanzas -a veces justificadas- que los demás le puedan dedicar. Es más peligrosa, quizá, que la hipocresía, en cuanto que penetra con más sutileza, pudiendo llegar a producir en el alma verdaderos estragos. Irremisiblemente desemboca en la soberbia.
LA ADULACIÓN
La adulación es el regalo de los oídos por parte de aquellos que -de alguna manera- dependen del interesado. Por medio de ella se procura elevar a un grado superlativo las cualidades buenas que en todo hombre hay; explotar desorbitadamente sus éxitos y disimular al máximo sus fracasos, hasta casi anularlos con una postura de comprensión y excusa de justificación, en una palabra.
También puede llegar la adulación a extremos tales en los que se inventen cualidades a favor de aquel a quien se alaba, haciéndolas surgir como por ensalmo, al encanto de unas palabras lisonjeras que a todo trance quieren sera amables para quienes las escuchan. El adulador puede llegar a tal estado de degradación, que le lleve a alabar actitudes lamentables, dándoles un giro de ciento ochenta grados, haciendo de esta forma un juego malabar consistente en convertir lo objetivamente malo en algo que no lo es tanto, o que es bueno y digno de ser emulado.
Como es lógico, el adulador precisa de una rara habilidad que sea capaz de escamotear la más leve sospecha de su actitud innoble, porque su comportamiento puede llegar a tal extremo de gravedad que, un pequeño fallo en su estrategia, puede dar al traste con toda su obra, cayendo en la desgracia de la noche a la mañana. El adulador se lo suele jugar todo a una carta. Esa rara habilidad del adulador, no a todos, gracias a Dios, es dada.
La adulación es roña que ataca los metales más nobles, las joyas más preciosas, los espíritus más preclaros. Es un peligro al que están abocadas especialmente aquellas personas que disfrutan de un puesto importante en la vida social, política, económica..., por parte de quienes esperan prebendas de ellos, no fáciles de conseguir.
La adulación ha sido llamada, a veces, por los humoristas tiralevitismo. En lenguaje ya antiguo, tirar de la levita era sinónimo de alabanza desproporcionada. Porque se da el caso de personas que, ciegas por el deslumbramiento que les proporcionan sus éxitos profesionales, no pueden vivir sin una corte de admiradores que les sirven de voceros -o de instrumento de amplificación- de sus múltiples "hazañas" y "ocurrencias geniales".
LA BURLA Y LA SÁTIRA
La burla y la sátira revisten especial peligro, porque la practican personas ingeniosas, con indudable agudeza mental.
Muchas veces lo único que se pretende es pasar y hacer pasar un buen rato con bromas referidas a alguno de los presentes, sin más trascendencia. Sin embargo, a veces la finalidad no es tanto ésta, como la de ridiculizar a otra persona, poniéndola en evidencia -de palabra o por escrito-, resaltando defectos más o menos ocultos, de orden físico o moral.
Pero es que, además, gran peligro corren también de faltar a la caridad -como dice Meschler- los que, siendo de ingenio agudo, no hacen buen uso de él. Un chiste hace con frecuencia más daño que una ofensa manifiesta. Peligroso talento es el del chistoso, que a menudo sirve para encubrir un desamor y mordacidad satánicos. Raro es el burlón inofensivo: casi siempre se busca a sí mismo y en todo quiere lucir sus agudezas, aunque sea a costa de la humildad y de la caridad.
Sinceridad y Fortaleza
José Antonio Galera
October 13, 2013
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