"¿Quién nos separará del amor de Cristo?¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada...? Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque persuadido estoy de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura, podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,35-39). Y unos capítulos más adelante en esta misma Epístola dirá: "El Dios de la esperanza os colme de toda suerte de gozo y paz en vuestra fe, para que crezca vuestra esperanza siempre, más y más, por la virtud del Espíritu Santo" (15,13).
La alegría no es propiamente una virtud, sino efecto o acto propio de la virtud de la caridad. Así parece deducirse del estudio que hace de ella Santo Tomás. Y, desde luego, es un don y un fruto del Espíritu Santo (Gal 5,22). Como lógica consecuencia de ello, no se puede conseguir la alegría a base de buscarla directamente y sin más.
Por eso si queremos guardarnos de la tristeza, no debemos desear aquello que no podemos poseer nunca o que nos tememos su pérdida en breve plazo.
La alegría está en el darse una vez que nos hemos percatado de que lo único importante es Dios y todo lo demás por Dios. "Dios ama al que da con alegría" (2Cor 9-7). El secreto de la alegría está en la unión con Cristo. Por eso, decimos, que la alegría no se encuentra buscándola directamente, ni tampoco buscándola indirectamente, en sus manifestaciones: como si éstas tuvieran necesariamente que hacerla brotar. La alegría no puede ser otra cosa que consecuencia de un amor cargado de esperanza. "La alegría es Cristo: "La alegría cristiana -descendida de la cruz- no se obtiene sino subiendo a ella y dándolo todo allí con una sonrisa. ¡Allí la alegría, allí la libertad, allí la gracia, allí LA JUVENTUD ETERNA! Esta alegría la ha saboreado todo el que sabe algo de generosidad arrancada a la propia carne. Y, en cambio, al joven desgraciadamente célebre del Evangelio, porque no quiso entregarse le agarrotó inmediatamente la tristeza: abiit tristis!"
Dice Plotzke que una religión que no enseña a los hombres a reír es al menos sospechosa. El poeta G. Hamptmann se atrevió a más cuando dijo. "Toda religión que hace al hombre sombrío es falsa". Y es que necesariamente ha de ser así porque toda re-li-gación con Dios ha de dar al hombre una actitud positiva frente a la vida. Cristo gozó con sus discípulos y, en multitud de ocasiones, el Evangelio manifiesta literalmente la emoción y la alegría de Jesús ante los más diversos acontecimientos. Y es que la verdadera virtud no es triste y antipática, sino amablemente alegre. Y por eso no es posible animar a otros a seguir a Cristo si adoptamos una actitud de "caras largas, modales bruscos, facha ridícula y aire antipático".
Porque la alegría del cristiano no es esa que podríamos llamar fisiológica, del animal sano, sino otra sobrenatural, que procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios.
Jesús dijo en el Sermón de la Montaña: "Bienaventurados los que lloran", pero esto está muy lejos de justificar el fracaso de la vida. Porque, ¿qué llanto se ensalza? No el de los desilusionados, que se encierran en su propio yo para disfrutar un día de su egoísmo con espanto; no el de los cansados, que no descubren en torno de sí otra cosa que el fastidio y el vacío que les hacen sentirse solos y abandonados; no el de aquellos que desean ser felices, pero por caminos distintos al del cumplimiento del deber, y que desean ser servidos, pero nunca están dispuestos a servir. El llanto a que Cristo se refiere no es el llanto del soberbio que deplora su fracaso. El llanto que hace bienaventurado al hombre es el llanto que surge desde la fe. Un llanto que puede purificar, un llanto liberador, un llanto que sale del alma y la limpia. Y también un llanto que procede del dolor y de la pena, de la pérdida del ser querido... Porque llanto no quiere decir necesariamente rabia u oposición. Sólo los hombres son capaces de llorar con sentido. Los seres inanimados, no. No hay lágrimas más purificadoras, más consoladoras y más viriles, que las del pecador arrepentido o las del hombre que a fuerza de querer aceptar la dura -pero amable y justa- voluntad de Dios, siente que sus ojos le arden hasta estallar en cascadas copiosas.
Como ya tuvimos ocasión de ver, el amor solo se comprende como donación, entrega, porque "Dios ama al que da con alegría" (2 Cor 9,7). Bien puede, pues, decirse que la alegría para el cristiano es una obligación.
Una santidad sin alegría es un contrasentido.
Porque siempre ha sido la tristeza aliada del enemigo. Tras la desmoralización, el desastre no se hará esperar.
Por otra parte, el cristiano está obligado a brindar alegría en derredor. Es la consecuencia inmediata del amor al prójimo. Hemos de ser sembradores de paz y alegría, hemos de procurar hacer la vida agradable a los demás, suavizar asperezas, comprender, disculpar, perdonar, sonreír. Y una cosa muy importante para hacer la vida agradable a los demás es saber escuchar. No olvidemos que hay una obra de misericordia que se anuncia así: "Consolar al triste", y al triste solo se le puede consolar dejándole que se desahogue, sin tratar de imponer nuestros puntos de vista.
Sinceridad y Fortaleza
José Antonio Galera
October 19, 2013
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