October 18, 2013

EL VERDADERO AMANTE DE JESÚS

El amante da crédito a cuanto dice el amado; de ahí que cuanto mayor sea el amor del alma a Jesucristo, tanto mayor y más firme sea su fe.

La fe es el fundamento de la caridad, sobre la que se funda, pero la caridad es la que perfecciona la fe. Quien cree con más firme y viva fe, con más intenso amor ama a Dios. La caridad hace que el hombre crea, no sólo con el entendimiento, sino también con la voluntad; hay muchos que creen con solo el entendimiento y no con la voluntad, como los pecadores, que tienen por muy ciertas las verdades de la fe y a vuelta de ello se niegan a vivir conforme a los divinos mandamientos; estos tales están muy débiles en la fe; si la tuvieran viva, creyendo que LA DIVINA GRACIA es el mayor de todos los bienes y que el pecado es el mayor de todos los males, en cuanto que priva de la divina gracia, ciertamente mudarían de vida. Y si prefieren los bienes de esta vida terrena al mismo Dios, es señal de que o no creen o creen con fe muy amortiguada.

La falta de fe en quienes viven en pecado no nace de la obscuridad de la fe, porque, si bien las verdades que enseña son, por voluntad de Dios, obscuras para nosotros e impenetrables, a fin de que en el creer tuviéramos mérito, sin embargo, las verdades de la fe se manifiestan con tales señales y de tal manera brillan a nuestros ojos, que el no prestar asentimiento a ellas no sólo sería imprudencia, sino también impiedad y locura. La debilidad de la fe de algunos trae su origen de sus corrompidas costumbres. Quien tiene en poco la amistad de Dios y la desprecia por no privarse de los placeres vedados, quisiera que no hubiese ley que los prohibiera ni castigo para el pecador, y por esto procura apartar la vista de las verdades eternas, de la muerte, del juicio, del infierno y de la justicia divina; y como tales verdades les espantan y emponzoñan amargamente sus deleites, ponen en tortura su cabeza para buscar argumentos, al menos aparentes, con el fin de persuadirse y quererse convencer de que no existen ni alma, ni Dios, ni infierno, para poder vivir y morir como las bestias, que carecen de ley y de razón.

De esta misma fuente, esto es, de las relajadas costumbres, brotaron, y cada día están brotando, tantos libros y sistemas materialistas, indiferentes, deístas y naturalistas; otros niegan la existencia de Dios, otros la divina providencia, diciendo que Dios, después de haber creado a los hombres, no se preocupa más de ellos, si se salvan o se condenan.

Quien ama a Jesucristo de todo corazón tiene siempre ante los ojos la consideración de las máximas eternas y conforme a ellas dirige sus acciones. Quien ama a Jesucristo comprende bien el dicho del Sabio: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad" (Qo 1,2); que todas las grandezas terrenas son humo, engaño y podredumbre; que el único bien y la felicidad del alma consiste en amar a su Creador y cumplir su voluntad; que tanto somos cuanto somos ante Dios; que de poco vale ganar todo el mundo si se pierde el alma; que todos los bienes terrenos no pueden satisfacer plenamente el corazón humano, sino sólo Dios; en una palabra, que hay que dejarlo todo para ganarlo todo.

Y ¿cómo podrá decirse que creen en el evangelio quienes dicen: Bienaventurados los que tienen dinero, bienaventurados los que no sufren, bienaventurados los que se divierten, desgraciados los que son perseguidos y maltratados por los demás hombres? De estos hay que decir que o no creen en el evangelio o que creen sólo en parte. Quien cree por completo en el evangelio, estima como honra y merced de Dios en la tierra ser pobre, estar enfermo, vivir mortificado, despreciado y maltratado por los hombres. Así cree y así dice quien cree cuanto se dice en el evangelio y ama de corazón a Jesucristo.


Práctica de amar a Jesucristo
San Alfonso María de Ligorio

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