January 04, 2014

EL CID AGARRA LAS BARBAS DEL CONDE DE BARCELONA

DE CÓMO RODRIGO DE VIVAR GANÓ EN SEVILLA EL TÍTULO DE CID CAMPEADOR

El rey Almotamid de Sevilla, era ya amigo de don Alfonso VI de Castilla, al que cada año pagaba un impuesto o parias, a cambio de que Alfonso no atacase las fronteras sevillanas y fuera su aliado contra enemigos exteriores. Por esto, cada año el castellano enviaba sus legados, para hacerse cargo del tributo, consistentes en diez quintales de plata amonedada, y diez mulas y diez caballos.

Había en Castilla un caballero novel, de apenas dieciocho años que se llamaba Rodrigo Díaz, hijo de un hidalgo campesino del pueblo de Vivar. El mozo se había distinguido en la corte de Burgos por su alto sentido del honor, que le llevó, apenas cumplidos los dieciséis años, a desafiar y dar muerte al temido alférez del rey llamado el conde Lozano, porque se había atrevido a ofender a su anciano padre. Desde este sangriento suceso, ganó grande fama el joven Rodrigo, y más aún, cuando la propia hija del muerto conde, Jimena Lozano, le reclamó como marido, porque al matar a su padre le había dejado sin hombre que cuidase de ella, y el rey mismo ordenó las bodas, que fueron sonadas (1074), y anduvieron en romances por toda Castilla.

Así el joven Rodrigo, figuraba ya entre los paladines más destacados de Castilla, y el rey Alfonso, que acababa de subir al trono, le encargó que viniera a Sevilla a cobrar las parias de ese año, que sería hacia 1082.

Rodrigo de Vivar, salió de Burgos acompañado de una hueste de cien lanzas, y se vino para Sevilla donde fue muy bien recibido por Almotamid, quien le alojó en su Alcázar de verano, palacio situado en la Barqueta y que hoy es el convento de San Clemente.

Durante varios días, Rodrigo vivió como huésped de Almotamid siendo muy agasajado, y sus caballeros disfrutaron las delicias de la que era entonces la ciudad más populosa y más alegre y rica de España, tan distinta de las ciudades austeras, pobre, sombrías y tristes -todo el año invierno- de Castilla y León.

Y ocurrió que mientras el joven Rodrigo permanecía en Sevilla llegaron a la ciudad noticias de que un ejército musulmán, levantado por el rey de Granada, y al que se habían unido tropas árabes de Murcia, y algunos caballeros cristianos de Aragón y Navarra, se habían metido en los territorios del rey Almotamid de Sevilla poniendo fuego a las cosechas, destruyendo los machares o cortijos, y saqueando las villas y aldeas.

El rey Almotamid acudió en persona al palacio de la Barqueta y dijo a Rodrigo:

-Cada año pago las parias al rey de Castilla para que sea mi aliado. Ahora, enemigos míos, han venido a invadir mi reino. El rey Alfonso está obligado por los pactos a ayudarme a defender mis dominios.

-Ciertamente -contestó Rodrigo-. Esto es lo que yo mismo pensaba decirte, pues ya he mandado preparar mi hueste, y ya tengo los cien caballeros dispuestos para salir al encuentro de tus enemigos. Ahora que ya la tengo, partiré inmediatamente.

Rodrigo, con sus cien jinetes se dirigió al encuentro del ejército invasor, y al llegar a su vista, alzó el estandarte de Castilla, y envió un parlamentario a pedirles, en nombre del rey Alfonso VI cuya representación ostentaba en aquel momento, que se retirasen de los territorios de Almotamid, a quien él protegía. El conde de Barcelona, que era el principal de los cristianos que ayudaban al moro de Granada, recibió esta embajada con muestras de burla, pues le parecía irrisorio que el joven Rodrigo con cien jinetes se atreviera a pedirle a él que retirase su ejército en el que iban cerca de mil aragoneses, y más de cinco mil moros de Murcia y Granada. Así despidió el conde de Barcelona al parlamentario, diciéndole estas palabras:

-Advertid a ese mozo de Vivar que antes de jugar a la guerra debe esperar a que le acaben de salir las barbas.

Cuando el heraldo repitió estas palabras del conde de Barcelona apretó los dientes y los hizo rechinar de pura rabia, y dijo a sus caballeros:

-Yo juro que sin que me crezcan las barbas, he de arrancar las suyas a ese conde de Barcelona.

Demostró Rodrigo que era un genio de la guerra, con talento natural, pues dirigió aquella batalla tan hábilmente que puso en fuga a los moros granadinos y murcianos, entró en el centro de la hueste aragonesa, y más rápido que se cuenta con palabras, se apoderó del conde de Barcelona y de los condes de Aragón y Navarra, y les hizo prisioneros. Parece ser que en esta batalla fue donde por primera vez se empleó la nueva táctica, inventada por el genial Rodrigo, que se conoce en la técnica militar con el nombre de "tornada castellana" y que consiste en penetrar en un haz enemiga, hiriendo de frente, pero después, con gran rapidez hacer girar la tropa de choque y regresar al punto de partida, pero ahora hiriendo por las espaldas a los enemigos que no se han apercibido del cambio de dirección del ataque. Es una maniobra de caballería, que desde esa fecha se empleó hasta el siglo XIX.

Rodrigo cuando tuvo al enemigo en fuga, y a los condes prisioneros, agarró por las barbas al conde de Barcelona, y se las arrancó de un tirón, tal como había prometido. Después las guardó en una bolsita, que se colgó del cuello, y que llevó durante muchos años como recuerdo de esta batalla, y más tarde en las Cortes las enseñó para que todos vieran de qué color tenía las barbas el conde de Barcelona.

Terminada la batalla con la victoria total, se planteó Rodrigo un problema político, religioso y militar que afectaba a su conciencia: ¿qué haría con los prisioneros? Indudablemente, los prisioneros moros murcianos y granadinos, que habían saqueado, destruido y matado en tierras del rey de Sevilla, los llevaría consigo para entregarlos a Almotamid y que éste obtuviera por ellos una indemnización de los daños causados, o que los castigase para escarmiento de sus vecinos. Pero en cambio, parecía a Rodrigo repugnar a su calidad de caballero cristiano el entregar al conde de Barcelona y los condes de Aragón y Navarra, en manos de un rey que, aun siendo aliado de Castilla, no por eso dejaba de ser un musulmán, enemigo del cristianismo.

Por estas consideraciones, resolvió Rodrigo de Vivar poner en libertad a los condes cristianos, tras haberles obligado a prometer que no harían armas contra Castilla ni contra los aliados de Castilla. Y así los dejó marchar a sus tierras.

Rodrigo organizó desde el pueblo de Cabra, que era donde había dado la batalla, el regreso triunfal a Sevilla, entrando por la Puerta de Córdoba (hoy iglesia de San Hermenegildo en la Ronda de Capuchinos), y yendo a caballo, acompañado de sus cien jinetes castellanos, con pendones en las lanzas, y seguido por todos los prisioneros moros, y una recua de mulos cargados de todos los bienes que estos moros habían robado en los pueblos del reino de Sevilla cuyos bienes traía para que el rey Almotamid los devolviera a sus legítimos dueños.

Fue entonces, en el trayecto desde la Puerta de Córdoba hasta el Alcázar, cuando el vecindario de Sevilla, agolpado en las calles, aclamó a Rodrigo de Vivar, con las palabras "Sidi Rodrigo, Sidi Rodrigo" que significa "Señor Rodrigo" en lengua árabe, mientras que los numerosos cristianos mozárabes que aquí había le aplaudían gritando en latín "Campi doctor, Campidoctor" como significando que Rodrigo era "sabio en batallas campales". El resultado de estas aclamaciones es que desde ese día, Rodrigo de Vivar asumió como un sobrenombre, o como un título honorífico el llamarse Cid Campeador.


Tradiciones y leyendas sevillanas
José María de Mena




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