DIEZ MINUTOS MÁS

Recibí el primer choque. Me dobló. Recibí el segundo choque. No rompí nada en absoluto. Después llegó el tercer choque. Luego llegó el cuarto. Después llegó el quinto choque. Luego llegó el sexto choque. Después llegó el séptimo choque. Luego fue el duro décimo. Después llegó el undécimo choque, más duro todavía. Caían de todos lados. Sobre esto, sobrevino el choque decimotercero seguido del decimocuarto. Luego fue el decimoquinto choque, después llegó el decimosexto. Luego fue el decimoséptimo choque. Después llegó el decimoctavo. Luego fue el decimonono choque. Después fue el vigésimo. Con el vigesimoprimero paré mi reloj.

Me parece, no obstante, haber estado en la frontera de la existencia, muy cerca del lugar donde las cosas pierden su nombre, su definición, allí donde el tiempo se para, casi fuera de la Historia.
Tuve la experiencia, supe lo que es estar fuera de la Historia. Se puede llegar a ello. Este estado de asombro primero, de estupefacción, es propio de la condición humana y puede iluminar a cualquiera, más allá de su condición social, de su tiempo histórico, del condicionamiento económico.

Antes de aprender a ni vivir ni morir, el problema, para mí, está en aprender primero a morir. Me lo propongo. Este es el momento. El último momento.

¿No has dicho tú mismo que el hombre está hecho para morir, que debe ser un aprendiz de la muerte?... ¿Y que, a partir de cierta edad, tú te preparabas para ello? Esa edad ya ha venido y quedó atrás: ¿te has entrenado?...

-No... Todavía, no.
-Llegó la hora.
-Necesito años, una pequeña tregua. Una hora y media es demasiado poco.
-Es exactamente el tiempo necesario, siempre hay tiempo, date prisa... Intentémoslo juntos.
-Diez minutos más, señor verdugo; un minuto más señor verdugo, treinta segundos más.

Ella dice: ¿Estaremos juntos al otro lado? No quiero que la muerte nos separe. Es preciso que haya otro lado, es absolutamente preciso, para que estemos allí juntos.


Diario en migajas, Eugène Ionesco