April 13, 2012

LOS CADÍES CORDOBESES A ORILLAS DEL GUADALQUIVIR


LOS MÁRTIRES MOZÁRABES


He oído referir que en cierta ocasión se presentó en la curia un cristiano pidiendo la muerte para sí mismo. El juez Aslam le echó una severa reprimenda diciéndole:
- Desdichado, ¿quién te ha metido en la cabeza el que tú mismo pidas tu propia muerte, sin haber delinquido en nada?
La necedad o ignorancia de los cristianos les llevaba a atribuir a esa acción, de ofrecerse a la muerte, un gran mérito, cuando nada semejante se podía citar como ejemplo, digno de ser imitado, en la vida del profeta Jesús, hijo de María. El cristiano respondió:
- Pero ¿cree el juez que si él me mata, seré yo el muerto?
- ¿Quién será pues, el muerto? -le replicó el juez.
- El muerto será una semblanza mía que se ha metido en un cuerpo; esa semblanza es la que el juez matará. En cuanto a mí, yo subiré inmediatamente al cielo.
- Mira -dijo entonces Aslam- aquél a quien tú te encomiendas en estas cosas, no está aquí conmigo, y aquél que te pudiera informar bien, para desengañarte de esa falsedad tampoco lo tienes delante de ti; pero aquí hay un medio para poner en evidencia lo que haya de cierto, y nos podremos certificar tú y yo.
- ¿Cuál es ese medio? -dijo el cristiano.
El juez Aslam volvióse hacia los sayones o verdugos que allí estaban y les dijo:
- Traed el azote.
Ordenó luego que desnudaran al cristiano; lo desnudaron, e inmediatamente mandó que le atizaran. Cuando el cristiano comenzó a sentir el efecto de los azotes, púsose a agitarse y a gritar. El juez Aslam le dijo:
- ¿En qué espalda van cayendo los azotes?
- En mi espalda -repuso el cristiano.
- Pues hombre -díjole Aslam- asimismo ocurriría, pardiez, si cayera la espada sobre tu cuello. ¿Imaginas que podría ocurrir otra cosa?


Kitab Qudat Qurtuba, AL-JUSANI






TE VAS AL INFIERNO


- Pero, hombre, ¿qué te pasa?
Creía el juez que aquella agitación violenta, aquellos esfuerzos penosos, se debían a la enfermedad; pero el hombre aquel le contestó:
- Me voy derecho al infierno, si no me salvas tú.
- No, hombre, no -replicó el juez-, ten confianza en Dios; él te librará del fuego del infierno. Vamos a ver, ¿qué es lo que pasa?
- ¿Te acuerdas -replicó el enfermo- de que fui yo testigo en favor de fulano, esclavo de zutano? Pues lo que entonces dije fue una mentira mía. Por temor de Dios, deroga la decisión que tomaste. Ejecuta, por el contrario aquello que debió haberse decidido (a no mediar mi falsedad).
Muhammad ben Baxir, el juez, se calló, puso las manos sobre sus rodillas, levantóse y se puso a decir:
- La sentencia es firme... y tú te vas al infierno.






LAS HIPÉRBOLES


Un sujeto ya entrado en años, se presentó ante Al Habib ben Ziyad en calidad de testigo y expuso su declaración. El juez le dijo:
- ¿Desde cuándo conoces tú ese asunto?
El testigo, al contestar, dejándose llevar de la hipérbole y extremando la frase, dijo:
- ¡Oh!, mucho: desde hace cien años.
- ¿Cuántos años tienes? -le preguntó el juez.
- Sesenta -dijo el testigo.
- ¿Y cómo conoces este asunto desde hace cien años?¿Te figuras tú que lo conociste cuarenta años antes de nacer?
- Esto -contestó el testigo- lo he dicho como comparanza; es un decir.
- En las declaraciones de testigos -replicó el juez- no deben emplearse figuras retóricas.
E inmediatamente ordenó que azotaran al testigo. Y le arrearon varios azotazos. Después dijo el juez:
- Si Ibrahim ben Husayn ben Asim hubiese estado un poco prevenido contra semejantes hipérboles, no hubiese crucificado a un hombre a quien injustamente condenó.


Kitab Qudat Qurtuba, AL-JUSANI






EL PERFUME DE ALGALIA


Un ulema compañero mío me refirió que Yahya ben Zacariya, uno de los más grandes amigos de Muhammad ben Wadah, le contó lo siguiente: Estaba convidado Sulayman ben Aswad en casa de uno de los ministros, un día viernes. El ministro le invitó a que comiera estando solo, como estaba, él se excusó diciendo que ayunaba. Le invitó luego a que tomara algalia para perfumarse, él rehusó diciendo:
- Hoy es viernes; he tenido que hacer la ablución (para purificarme); si me perfumara tendría que quitar con la ablución ese perfume, y se perdería.
El ministro no se atrevió a insistir en esas materias. Cuando Sulayman ben Aswad salió de casa de aquél, dijo a uno de sus amigos:
- Me hubiera repugnado mucho el ejercer hoy el oficio de predicador y misionero de los musulmanes, llevando encima de mí esos aromas.






EL BORRACHO DE LA VID


Un ulema me dijo lo siguiente: Ben Muhammad ben Ziyad cierto día andaba en compañía de Muhammad ben Isa Al-Axa, cuando se encontraron con un borracho que caminaba vacilante e inseguro por efecto de su borrachera. El juez Muhammad ben Ziyad mandó prenderlo para aplicarle el castigo que la ley religiosa impone al borracho. Los sayones del juez lo prendieron. luego anduvo un poco y llegó a un sitio tan estrecho que tuvo que adelantarse el juez y quedar atrás Al-Axa. Al rezagarse e ir detrás del juez, Al-Axa se volvió hacia aquel sayón que había cogido al borracho y le dijo:
- El juez me ha dicho que sueltes a ese borracho.
El sayón lo soltó entonces. Luego se separaron ambos, tomando cada uno su dirección. Al acabar su paseo y entrar en su casa, el juez preguntó por el borracho, y le contestaron:
- El faquí Abu Abd Allah nos dijo que habéis ordenado que lo soltáramos.
- ¿Y lo habéis soltado? -preguntó el juez.
- Sí -le contestaron.
- Bueno, bien -repuso el juez.


(-Quien bebe, se emborracha; quien se emborracha, hace disparates; el que hace disparates, forja mentiras, y a quien forja mentiras, debe aplicársele la pena. Yo creo que deben darse ochenta azotes al que bebe.
Los compañeros aceptaron esta opinión. Los tradicionalistas recuerdan que Abu Bakr, al tiempo de morir, dijo: lo único que me preocupa es una cosa: la pena del que bebe vino, por ser cuestión que dejó sin resolver el Profeta, y es uno de esos asuntos sobre el cual no hemos pensado hasta después que murió Mahoma.)








LA VISITA A CASA DE LA MUJER


Una santa mujer, de esas que viven apartadas de los hombres y retiradas en su domicilio haciendo vida austera, me contó que fue ella personalmente a casa del juez Ben Salma cierto día, poco antes del mediodía, y llamó a la puerta. El juez salió a abrirle: ella no le conocía. El juez traía las manos impregnadas de masa, como que estaba amasando el pan. Ella le dijo:
- Deseo hablar con el juez, porque me veo en la necesidad de acudir a él.
- Vete a la mezquita aljama -le contestó- y encontrarás allí al juez dentro de un momento.
Decía aquella mujer: yo me fui a la aljama, recé e inmediatamente sentéme a esperar al juez: a poco, apareció allí en la mezquita aquel hombre que había salido a abrirme (cuando llamé en casa del juez) y que llevaba en las manos las huellas de la masa.
Hizo aquel hombre sus rezos, pregunté yo quién era y me dijeron que era el juez. Cuando acabó de rezar, presentéme a él, le hablé del asunto que me urgía y me resolvió el caso inmediatamente.


Kitab Qudat Qurtuba, AL-JUSANI

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