April 13, 2012
EL ZÉJEL DE LOS DIMINUTIVOS
Ahora te amo a ti, estrellita.
¿Quién te ama y se muere por ti?
Si me matan, sólo por ti será.
Si mi corazón pudiera dejarte,
no compondría esta cancioncilla.
Madre mía, me veo despreciado.
Tu hijo está triste y con pena.
Lo ves que durante todo el día
no prueba más que un bocadito.
Yo les digo: ¡Dios es grande!
No puedo ya sufrir más esto:
Si me voy a la Mezquita Verde,
ella se va al Pozo del Alamillo.
¡Oh tú, ornato de las reuniones,
hermosa, sí, e inteligente!
¡Qué piedrecillas, en vez de mizcales,
te tiraría, leprosilla!
Todos tus enamorados están ardiendo.
El hechizo de Babilonia se cifra en ti.
De ti se oye todo lo precioso
en cuanto dices una palabrita.
Como manzanas son tus pechitos,
como harina blanca son tus mejillitas,
como puro cristal son tus dientecillos,
como azúcar es tu boquita.
Si prohibieras ayunar a los hombres
y dijeras: ¡Sed infieles, oh gentes!,
no quedaría hoy la Aljama
más que cerrada por una soguilla.
Eres más dulce que el alfeñique.
Yo soy tu esclavo, tú eres mi señor.
Mi señor, sí, y a quien diga que no,
le daré un cachetillo en el pescuezo.
¿Hasta cuándo me tendrás ese desvío?
¿Hasta cuándo tendrás de mí esas sospechas?
¡Que Dios haga de ti y de mí
en una casa vacía, un hacecillo de flores!
Cancionero, BEN QUZMAN
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