April 25, 2012
ASALTO A LA REPÚBLICA: 7 DE ABRIL DE 1936
Durante la tarde y la noche de ayer, la agitación entre los distintos elementos ha sido grande, especialmente al transparentarse, no sé cómo, la obligada precaución del acta notarial acreditativa del estado en que se encuentran la contabilidad y gestión de aquí, pues yo no podía exponerme a que, destituido esta noche, tuviera que mendigar mañana la entrada como particular en palacio, para acreditar si lo facilitaban, la administración durante mi mandato. Hoy, sin aparato, lo he preparado todo para que, en su caso, se pueda entregar mañana por Sánchez-Guerra a Martínez Barrio la llave de mi mesa vacía. He devuelto a la biblioteca de palacio los libros antiguos o clásicos que me han servido para trabajar sobre el derecho y el idioma patrios durante mis pocos ratos libres en esta casa presidencial, y al devolverlos se han recogido e inutilizado los correspondientes recibos de entrega.
Preparado todo, creo sin embargo lo más probable que no tenga el valor de destituirme, limitándose a la grosería del insulto la mitad obrera de la mayoría, y a la perfidia de la abstención o de la complacencia, el Gobierno y la mitad burguesa de aquélla, en la cual, señaladamente en el partido de Unión Republicana, hubo el viernes abstenciones de corrección personal o de afecto, que en el referido grupo fueron aproximadamente la mitad. Esa solución, la más probable, es también la más amarga para mí, porque cada día de convivencia, aun restringida ésta al mínimo posible, con el Gobierno que me traiciona, me entrega y deja injuriarme, y de relación con la Cámara que me designa, es una mortificación tal, que sólo la idea del deber y el requerimiento apremiante del país pueden llevar a soportarlo, y eso por el tiempo escaso en que pueda ser útil o se demuestre que tamaño sacrificio es ineficaz.
Anoche pretendió hablar conmigo en casa un diputado que es de los inscritos en el grupo de Portela, pero que debe ser persona correcta y leal. Discreta y correctamente me disculpé de recibirle y hoy por un recado suyo he sabido la advertencia o aviso que quería darme. Según parece, llegó a sus noticias la farisaica, brutal y prevaricadora interpretación a que en los conciliábulos de la mayoría se había llegado como medio para destituirme, sin declarar, cosa para aquélla violentísima, improcedente la disolución que le ha dado vida y triunfo, y que con tanto empeño reclamaba. Según parece, algún leguleyo discurrió que por Cortes anteriores, no las inmediatas, a las cuales se refiere la Constitución, y respecto de las que se ha acabado de pronunciar el país; sino además cualesquiera otras, por lejanas que fuesen, e interrumpida ya históricamente la continuidad. Nuevo desatino con el cual, y según ellos sin contradecirse, me destituirían por apreciar, a estas alturas, ¡¡que estuvieron mal disueltas las Constituyentes!!
¿Se le habrá ocurrido eso también a Sánchez-Román, que pidió aquella disolución, y estuvo dispuesto a presidirla?¿O a Martínez Barrio, que las disolvió, o a los ministros que acompañaron a este Gobierno?
He sabido por el embajador del Brasil que éste se halla autorizado por su Gobierno, previa petición del nuncio, para guardar en aquella embajada, en caso grave el [...] de la Nunciatura.
La mañana termina con las muestras de adhesión de varias personas de distintos matices.
A las cinco de la tarde me visita el ministro del Tribunal de Cuentas Centeno, hombre que me debe este cargo, pero que suele ser muy desigual en la amistad, no frecuentada a veces durante muchos meses. Sevillano y amigo de Martínez Barrio, viene por encargo de éste y con cara de muerto (la adecuada para cumplir con encargo pérfido y repulsivo) a decirme entre contradicciones y balbuceos que aquél acababa de saber, por Azaña, y se lo decía para que me [lo] comunicase, que ante el temor de que yo pensara dimitir, la mayoría había resuelto destituirme. ¡¡Saltada esa incongruencia, según el encargo de indicación, que tal vez para evitar excitaciones como las de hace cinco años, pensara yo si no convendría enviar un mensaje de dimisión (lo que decían temor) y así evitarse destituirme!! Aunque nada más fácil para mí que enviar ese mensaje, pues pensado y aún emborronado para caso necesario lo he ido meditando, le he dicho al avergonzado emisario que no tengo por qué mandar mensaje ni recado alguno. Intentó, vacilante, disimular el vergonzoso amargor [...] y lo acompaño hasta la puerta, despidiéndome.
Poco antes de las 11 la radio esparce la noticia de que vendrá la Mesa de las Cortes a notificarme el acuerdo, que no comento. Es sencillamente absurdo farisaico y audaz, un golpe de Estado parlamentario. El voto se ha obtenido trayendo en masa y obligando tercamente a votar a los diputados. El quórum se ha obtenido con los subsecretarios y directores generales, y embajadores propuestos, que acababan de visitarme en audiencia de gracia. No han creído necesario dimitir, próximo esto, ni tampoco el Gobierno, para dejarme totalmente indefenso, sin la atención ni de un recado. Portela parece ganarle casi a Martínez Barrio el campeonato de la inconsecuencia desleal e ingrata. González Peña gana con sus insultos el de la adversidad. Ventosa ha estado muy bien; las oposiciones, salvo la de Portela, han tenido éxito y decoro.
Al tener por la radio, como todos los oyentes, el aviso que no han tenido la atención de comunicarme, ruego por teléfono que no se moleste la Mesa en venir, pudiendo enviarme la notificación, de la que les acusaré recibo. Replican ásperamente que vendrán. Tienen la resolución, por encargo de humillarme, para ello el vicepresidente Asúa y los secretarios Trabal y Llopis, que es el de negarse a ir a palacio en visita de cortesía. Se empeñan en allanar mi morada particular, para imponerme una vejación. Me excuso de comparecer personalmente en la sala de mi casa donde se les recibe. Insisten para que acuda. Mi hijo mayor, catedrático de Derecho Procesal, les transmite la legislación sobre notificaciones que me releva de la comparecencia. Se van a palacio y muestran incluso la pretensión de que me traslade allí a media noche. No hay allí nadie, mientras se busca por nuestra parte al subsecretario Sánchez-Guerra para que acuda. Por fin, tras discurrir media hora los vicepresidentes sobre si deben decir ¡¡haga o hiciera!!, notifican a tercero lo que aquí no aceptaban.
Los Diarios Robados
Niceto Alcalá-Zamora
Presidente de la Segunda República Española
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