Entretanto había llegado la segunda mujer.
- También yo vengo a ti, Heracles -dijo-, pues conozco a tus padres, tus aptitudes y tu educación. Todo ello me hace concebir la esperanza de que, si te avinieses a seguir el camino que yo te trace, llegarías a ser maestro en todo lo que es grande y bueno. Pero no te ofreceré placeres, sino que te presentaré las cosas tal y como los dioses las han dispuesto. Sabe, pues, ante todo, que los dioses no conceden a los humanos nada que sea bueno y honroso sin trabajo y esfuerzo de su parte. Si quieres que los olímpicos te sean propicios, debes honrarles y venerarles; si quieres que te quieran tus amigos, debes serles útil; si aspiras a que te honre una ciudad, debes prestarle servicios; si quieres que toda Grecia te admire por tus virtudes, debes ser el bienhechor de Grecia; si quieres cosechar, has de sembrar; si deseas luchar y vencer, preciso será que aprendas el arte de la guerra; y si mantener tu cuerpo en todo su vigor, habrás de endurecerlo a fuerza de trabajos y sudores.
En este punto la interrumpió el Libertinaje.
- ¡Ya ves, mi querido Heracles -dijo-, qué camino más largo y penoso es el que te ofrece esta mujer para conducirte a la dicha! Yo, en cambio, te llevaré a ella por el sendero más corto y placentero.
- ¡Desdichada! -replicó la Virtud-, ¿cómo puedes tú poseer algo bueno, o qué goces puedes conocer, si te anticipas por la saciedad a todos los gustos? Comes antes de que tengas hambre, bebes sin tener sed. Para estimular el apetito rebuscas los guisos, para disfrutar bebiendo te procuras vinos generosos y en verano vas errante en busca de nieve; ninguna cama es para ti bastante blanda, haces que tus amigos se pasen las noches en juergas y pierdan durmiendo la parte mejor del día; así consumen su juventud, despreocupados y acicalados, y pasan luego una vejez fatigosa, sumidos en el lodo, avergonzados de lo que hicieron y oprimidos bajo el peso de lo que deben hacer. Tú misma, aunque inmortal, te ves rechazada de los dioses y despreciada de los hombres de bien. Nunca escuchaste el son que más dulce es al oído: sinceras alabanzas; y lo que deleita al ojo más que ninguna otra cosa, una buena acción propia, nunca lo viste. Yo, en cambio, tengo trato con los dioses y con todos los hombres buenos. En mí tienen los artistas una auxiliar estimada; los padres de familia, una fiel celadora; la servidumbre, una colaboradora benévola. Coopero honradamente en los negocios de la paz, soy una leal aliada en la guerra, la compañera más fiel de la amistad. La comida, el sueño y la bebida saben a mis amigos mejor que a los perezosos. Los jóvenes se alegran del aplauso de los viejos, los viejos del honor de los jóvenes; con placer recuerdan sus acciones anteriores y se sienten falices con su proceder actual; por mí disfrutan del amor de los dioses, del afecto de los amigos, del respeto de la patria. Y cuando llega su fin, no son sepultados en el olvido sin gloria, sino que siguen viviendo, celebrados por el recuerdo de todas las generaciones que les seguirán. Elige esta vida, Heracles, y tendrás ante ti el más bienaventurado de los destinos.
December 31, 2011
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