Desde hace muchos años, el Ayuntamiento de Etxarri Aranaz (Navarra), uno de los feudos de Herri Batasuna (HB) en el viejo reino, dedica uno de los días de sus fiestas patronales a los presos de ETA.
Es el día del culto a la muerte del vecino o del adversario político. Los pistoleros más crueles y despiadados de la banda asesina son homenajeados por el ayuntamiento, Gestoras Pro Amnistía, y entidades culturales y recreativas controladas por los abertzales, y en los bares y barracas se recauda dinero para ayudarlos, y se bebe, canta y baila en su honor mientras los familiares de las víctimas no pueden salir de casa.
El primer sábado de agosto de 1996, Vicente Nazábal Azumendi es saludado efusivamente por numerosos vecinos y aclamado por la multitud como un héroe. El alcalde y los concejales del municipio renuncian a su privilegio y le permiten lanzar el chupinazo que marca el inicio de los festejos, el máximo honor que se puede otorgar a un vecino.
Todo ocurre sin contratiempos hasta las siete de la tarde. Sobre esa hora, Nazábal y su cuadrilla se tropiezan en el centro de la plaza mayor con José Ignacio Ulayar Mundiñano, que pasea acompañado de su mujer y sus dos hijos.
- ¡Asesino!¡Caradura!
Pese a estar acompañado de su familia, Ulayar no ha podido contener su rabia, su dolor e indignación. Diecisieta años antes, el 27 de enero de 1979, Vicente Nazábal y su hermano Jon asesinaron a su padre, Jesús Ulayar Liciaga, ex alcalde de la localidad, delante de su hermano mayor de catorce años, en la puerta de su propia casa.
El homenajeado fue el autor material de los cinco disparos que cegaron la vida a su progenitor, un hombre que había entregado su vida al pueblo, del que fue alcalde nueve años, desatendiendo a su familia y sus negocios para dedicarse en cuerpo y alma al municipio. El malnacido que tenía delante les dejó huérfanos a él y a sus tres hermanos.
- ¡Asesino!¡Cobarde! -volvió a gritar José Ignacio.
En medio de la plaza se formó un enorme revuelo. Los miembros de la cuadrilla abertzales que acompañan a Vicente Nazábal se lanzan contra el segundo de los Ulayar, su mujer y sus dos hijos; los rodean y comienzan a zarandearlos e insultarlos. Incluso le agredieron físicamente. Jaleado y envalentonado por sus compinches, el asesino de su padre se permite pegarle una fuerte patada en el pecho.
No fue el dolor físico ocasionado por el golpe, sin embargo, lo que más indignó a José Ignacio. Lo que de verdad se le clava en el alma como un puñal cada vez que lo piensa es que ninguno de los vecinos del pueblo, que le conocen desde niños, que compran en su tienda de electrodomésticos, moviera un dedo para ayudarlos y protegerlos de las iras de los salvajes de HB y de las agresiones del asesino convicto y confeso de su padre.
En otra ocasión, meses más tarde, fue su hermano Jesús quien tuvo un segundo encontronazo en Pamplona con el asesino. El asunto acabó en los tribunales, y en la misma sala donde se celebraba la vista oral, Nazábal los apuntó con el dedo índice, simulando que empuñaba una pistola, y les dijo a la cara:
- ¡Os voy a cepillar!
Nazábal no era el único que andaba en libertad. Y es que, en realidad, el asesinato de Ulayar, a quien ETA acusó de confidente, constituyó una inmensa tragedia familiar. Uno de los miembros del comando de información que dio los datos para asesinarle fue el propio sobrino de la víctima, Eugenio Ulayar Huici.
Condenado a nueve años de cárcel, Eugenio Ulayar quedó en libertad en 1988. Dispuesto a rehacer su vida como si nada hubiera pasado, se compró un piso y un coche. Pero como el delito aún no estaba prescrito, fue obligado a indemnizar a sus víctimas.
Para escarnio de la familia, no tuvo que poner un solo duro de su bolsillo. Gestoras Pro Amnistía, el brazo carcelario de ETA, acudió en su ayuda, organizó una cuestación pública y recaudó el dinero suficiente para hacer frente al resarcimiento económico a los deudos y saldar las costas del juicio. Ulayar Huici, el Judas de la familia, recibió así sus treinta monedas de oro.
Para los hijos de la víctima, el asesinato de su padre supone un mazazo tras otro. A medida que se hacen mayores, convirtiéndose en personas adultas, Jesús, Salvador y María se han ido marchando del pueblo.
Solo quedaba José Ignacio al frente de los negocios familiares. Sin embargo, la salida de la cárcel de Nazábal y el homenaje que le rinde Gestoras pasando frente a la casa familiar en romería, lanzando cohetes y bailando, para ir a la herriko taberna a arrancar su foto, tocó sus fibras más sensibles. La presencia, casi a diario, del asesino en la parada del autobús, frente a su tienda de electrodomésticos, esperando como si nada hubiera pasado para viajar a San Sebastián o a Alsasua, acabó de romperle los nervios.
Lo que le sacó definitivamente de quicio fue que a un asesino convicto y confeso se le convirtiera en héroe popular, en el modelo de ciudadano a imitar, en las fiestas del pueblo de 1996. José Ignacio, que llevaba un tiempo sin salir para no tropezarse con el pistolero que le dejó huérfano con doce años, se dio cuenta de que junto a aquellos desalmados no pintaba nada. Vendió todas sus propiedades, hizo las maletas y se fue de su tierra.
Etxarri Aranaz, una de las cunas del carlismo, patria de varios miembros de la guardia personal de Franco, había pasado en solo meses a convertirse en un reducto de ETA, al igual que los siete ayuntamientos del valle del Sakarna, donde está enclavado, la zona más conflictiva de Navarra.
Posible candidato de UCD a las elecciones de 1979, la presencia de Jesús Ulayar hubiera cambiado las cosas. Por eso, y solo por eso, su propio sobrino y otros le asesinaron, sabiendo que mataban la paz y la convivencia en el norte del viejo reino. Hay, sin embargo, otros casos que ponen igualmente los pelos de punta.
ETA, El saqueo de Euskadi
José Díaz Herrera y Isabel Durán Doussinague
September 14, 2013
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