Antes de que el sol hubiera evaporado con su fuego el rocío de la noche, había salido de su casa a buscar pan para sus hijos, y cuando el día se había ocultado bajo la mortaja melancólica de noche estrellada, volvía al hogar maldito muriendo de angustia y de frío.
Llegó. Empujó la puerta, y, como un sollozo de cementerio, se oyó:
-¡Danos pan!¡Tenemos hambre!
Son los niños. Unos rubillos y demacrados que claman al verle:
¡Danos pan, que ya es de noche!¡Danos el pan que has traído!
El padre silencioso, inclina su augusta y arrugada frente. Se sienta pensativo, en un rincón obscuro, y lágrimas amargas, que cortan su voz semejan diamantes de dolor que resbalan sobre su cara de miseria. En torno suyo se agrupan sus tiernos y hermosos hijos
-Dadme el arpa-dice entonces.
Los querubines hambrientos arrastran el arpa con esfuerzos de titán, y él, febril, loco, neurasténico, arranca de sus cuerdas maravillosos sonidos.
Al mágico conjuro del arpa olvidan su hambre los niños, y dan saltos, y cabriolas, y bailan con frenesí desesperado. Cae uno rendido y grita:
-¡Quero pan!
Mas vuelve a brincar de nuevo y ahoga en baile sus gritos. Sigue la danza endiablada mucho tiempo, mucho tiempo...
El baile les fatiga. Sus cuerpos se rinden y, poco a poco, un tras otro se quedan todos dormidos.
El padre, que los vigila, cesa en su música sarcástica y arrodillándose, gime:
-¡Dios mío!¡Ved mis hijos!¡Ved mis hijos!
.-.-.-.-.
A la mañana siguiente aun dormían, y cuando quiso el padre despertarlos vio que a la música divina de su arpa, habíanse dormido para siempre.
Revista Vida Socialista
1910
December 05, 2015
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