Hay que luchar por la vida, es verdad. Hay que luchar por el bien, por el derecho, según quiere Iheiring.
Pero nunca es buen arma la violencia, la cual, destructora en la mayoría de los casos, si edifica alguna vez, jamás produce obra sólida y estable. Un nuevo golpe de fuerza lo echa abajo todo. A menudo, muy a menudo, los resultados que trae consigo el empleo de la violencia son totalmente contrarios a los que perseguimos.
No obstante, pocas son las cosas que más atractivos tienen para la generalidad de los hombres, y no digamos para los españoles. Tenemos verdadera superstición por ella. Nos gusta la prepotencia como a nadie. El ansia de ser algo, de mandar, de imponernos a otros, nos subyuga. De niños, de jóvenes, de adultos y de viejos lo que procuramos ante todo es "quedar encima": la situación contraria nos produce humillación y desesperación. Y, por otra parte, a todas horas estamos solicitando de lo Gobiernos que lo improvisen todo, que hagan milagros, es decir, que nos den lo que no tenemos y creen lo que nos haga falta, a golpes de fuerza, pues esto, al cabo, es lo que vienen a significar las leyes.
La labor legal, como los mandatos e imposiciones de todo poder, proceda de arriba o de abajo (según acontece en las algaradas o en ciertos movimientos de las muchedumbres), es siempre revolucionara y violenta; torrente que crece de manera desmesurada un día y se queda al otro día seco.
Hay que huir de eso a toda costa, si pretendemos obrar racionalmente y construir algo de utilidad durable. Hemos de hacernos el cargo que la mesura, la moderación, y al propio tiempo la firmeza, ejercidas constantemente, cual norma ordinaria de vida, encierran un poder creador al que no iguala el de más alto soberano ni el más poderoso ejército. El mundo no se ha hecho en seis días, sino en muchos miles de años, si por acaso podemos decir que se halle alguna vez concluido.
Si nosotros queremos contribuir a su recreación o mejoramiento, pidamos gentes que luchen por conquistar esa mejora; pero luchen callada e incesantemente, sin desalentarse un momento, con la valentía humilde del héroe anónimo que consume su vida en el trabajo diario; no que desplieguen de una vez grandes energías, ganen una acción, que frecuentemente es un atropello, y que después, embriagados en su victoria, se encojan arrogantemente de hombros en presencia de todo cuanto suceda, se echen a dormir y dejen que "ruede la bola"
Revista Vida Socialista
1911
December 16, 2015
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