February 20, 2014

HERMES Y SUS HIJOS: RAFAEL LÓPEZ-PEDRAZA

Quizá sea nueva para el lector la forma en que uso conectar y hacedor de conexiones.
Hermes es conocido como el mensajero de los dioses.

Hermes es un dios de transformación.

De igual modo, la psicoterapia, el interés fundamental de este libro, se enfoca dentro de una concepción que traspasa los límites del tratamiento analítico: nuestra supervivencia requiere que vivamos nuestra vida como si fuera una psicoterapia permanente, dándole prioridad a nuestra psique y alude a su naturaleza única y lo que no lo es, y dejándole vivir los sentimientos y emociones que la alimentan.

Hermes y sus hijos está dirigido al terapeuta que instintivamente percibe que su práctica depende del encuentro de dos psiques propiciado por Hermes; encuentros psíquicos y herméticos mediante los cuales se puede producir la curación.

Éste es el ámbito de Hermes: mensajero de los dioses, maestro de la persuasión, maestro de la ladronería, guía de las almas, preceptor de Asclepio y compañero interior del terapeuta en medio de la soledad de su rutina diaria.

Este libro está dirgido al lector culto que en su soledad siente el vacío y la estupidez de la época que le ha tocado vivir y que sabe, secreta y herméticamente, que su vida toma cierto sentido cuando Hermes, en esos momentos inciertos, le toca misteriosamente con su vara de oro.

Mis reflexiones provienen, básicamente, de mi práctica como psicoterapeuta; una psicoterapia que le concede rango primordial a Hermes, y cuya fundamental preocupación es el movimiento psíquico -evidentemente, o nos movemos psíquicamente o sufrimos de estancamiento psíquico-.

En los estudios actuales de psicología profunda, las contribuciones más ponderadas tienden a ampliar el estudio de los arquetipos y esto, a su vez, vivifica los estudios de mitología.

La primera visión de Hermes que nos ofrecen nuestros estudiosos es la del "montón de piedras". Los montones de piedras se colocaban a un lado de los caminos para señalizarlos; también demarcaban los linderos entre villas, ciudades y regiones; marcas que fijaban los límites y la fronteras. Estos montones de piedras, usados para señalar los caminos y fronteras geográficas, eran también altares primitivos consagrados a Hermes. En realidad, el montón de piedras es la imagen arquetipal de un dios. Y por eso podemos decir que este dios, Hermes, "Señor de los Caminos", como llegó a conocérsele, señala también nuestros caminos y linderos psicológicos: marca las bordelines de nuestras fronteras psicológicas y limita el territorio de nuestra psique donde comienza lo extraño, lo ajeno.

Hermes hacía su epifanía como dios del comercio en aquellos primitivos altares fronterizos. En tiempos pretéritos -al igual que en nuestra psique hoy día-, el comercio de Hermes tuvo elementos de silencio, engaño y robo; elementos siempre importantes en el comercio cotidiano y también en el comercio con lo desconocido en las bordelines de nuestra psique.

Aunque, como veremos más adelante, en ese trueque o comercio en las bordelines psíquicas, Hermes puede, por igual, guiarnos o descarriarnos.

Consultemos la inigualada versión de Hermes que nos da Otto en The Homeric Gods, con el fin de llevar más adelante nuestra reflexión psicoterapéutica y asegurar un mejor conocimiento de sus cualidades:

"Pero su extraordinaria destreza le convierte también en el ideal y el patrón de los sirvientes. Todo lo que puede esperarse de un servidor diligente -habilidad para encender el fuego, cortar los troncos, asar y trinchar la carne, escanciar vino- viene de Hermes, cuyas cualidades le hicieron un servidor tan eficiente de los olímpicos".

Continúa luego Otto: "Admitido, éstas no son artes dignas [...] Y, "si comparamos a Hermes con su hermano Apolo o con Atenea, notaremos una cierta falta de dignidad en él". Sin embargo, "aunque su mundo no es digno y, en sus manifestaciones características, él produce una impresión definitivamente indigna y ambigua; aun así -y esto es verdaderamente olímpico-, Hermes se halla muy distante de lo vulgar y de lo repulsivo.

¿Cómo podremos conectarnos con esa elevada proporción de pacientes que acude al analista a discutir, en primer lugar, los episodios indignos de sus vidas? Con Hermes.

Volviendo de nuevo a Otto, nos dice: "El mundo de Hermes de ningún modo es un mundo heroico". Y lo respalda como sigue:

"Odiseo y Diómedes invocan a Atenea durante su aventura nocturna y la diosa acude. Pero Dolón, quien se prepara para una aventura similar aquella misma noche, y cuyo respaldo no reside en el espíritu del heroísmo sino más bien en el ingenio, la astucia y, sobre todo, en la suerte, se encomienda, en el Reso de Eurípedes, a Hermes, quien ha de conducirle a su destino y lo traerá de regreso a salvo.

Otto dice específicamente de Hermes que es "de los dioses, el más amistoso con los hombres", evidentemente, una característica única de Hermes. Y añade, "[...][él] es un genuino olímpico. Su esencia posee la liberalidad, la libertad y el brillo por los que reconocemos el reino de Zeus [...]" Aunque olímpico, Hermes es diferente de las otras deidades del Olimpo. Hemos discutido su aspecto bordeline, una característica que por sí sola le diferencia de los otros dioses, quienes parecen ser el centro de aquellos aspectos específicos del vivir en los que han impreso su huella. Por su parte, Hermes penetra el mundo entero gracias a su capacidad de establecer conexiones. Desde su borderline se relaciona con las esferas de los otros dioses y tiene comercio psíquico con ellos. Él es el hacedor de conexiones y el mensajero de los dioses.

El aspecto borderline de Hermes propicia su amigabilidad, o para decirlo en términos más arquetipales, es el que mantiene la actitud más amistosa hacia los otros dioses. Él no pelea con los otros dioses y diosas cuando éstos se hallan ocupados luchando entre sí por sus centros, por sus atributos centrales. Hermes no tiene necesidad de pelear por su centro; él no lo tiene.

El poema "Plegaria a Hermes" de Robert Creeley es una epifanía de Hermes en ese sentido; he aquí los versos iniciales:

Hermes, dios
de astillas cruzadas,
destino cruzado,
protege estos pies.

Yo te venero. La imaginación
es el prodigio
de lo real, y estoy
penosamente afligido por

las dobleces del diablo,
de las dos, de este
vivir a medias,
esta media luz.

Del propio Hermes, nos dice: "Está en su naturaleza no ser parte alguna ni tener residencia permanente; siempre caminando de acá para allá..."

Otto nos describe otra forma en que Hermes hace su epifanía:

"Pero la maravilla y el misterio peculiares de la noche pueden aparecer durante el día como una sombra imprevista o una sonrisa enigmática. Ese misterio de la noche que aparece durante el día, esa oscuridad mágica a pleno sol, es el reino de Hermes, a quien la magia, en épocas posteriores veneró con razón como maestro. En el sentir popular, ese misterio se anuncia en aquellos notables silencios que nos invaden en medio de las conversaciones más animadas; en esos momentos, se decía, Hermes había entrado en la habitación. Ese raro momento podía presagiar mala suerte u ofrenda amistosa, o alguna coincidencia feliz y maravillosa".

La alquimia formaba parte de su propia tradición histórica. Por eso Jung se sumergió en los tratados alquímicos, a hacer Mercurio con Mercurio.

Es evidente que ni siquiera llegaron a sospechar que en la sexualidad hay dioses -particularmente Hermes, el hacedor de conexiones- además de instintos e historia.

El lector no tendrá mayor dificultad en vivenciar esta escena de importancia clave para la concepción de la psicología moderna: en el lado de Freud, la transferencia constelizando poder en el analista tras una simple fachada de autoridad, disfrazando sus limitadas nociones de la naturaleza (Freud no quiso contarle un sueño a Jung, que lo psiconalizara...); en el lado de Jung, la repentina vivencia hermética reflejando la ruptura emocional de una relación. Subyacentes a la escena están dos dioses diferentes: el dios de la sumisión y un dios inferior, Hermes, que rápidamente establece conexión con un acontecimiento íntimo y que no se somete, ni siquiera a su padre.

Y podemos estar de acuerdo, la necesidad de una transferencia, la dependencia, el manejo de la transferencia, las técnicas transferenciales....Uno sospecha que probablemente están más interesados en el poder.

Esto exige del analista fortaleza y delicado arte, pues generalmente la imaginería de Hermafrodito es repulsiva. La conciencia hermafrodítica no pertenece al yo.

Camillo vio a Prometeo (el robador del fuego de los dioses) como el portador de lo que el hombre hace por necesidad y, yo añadiría, por supervivencia. Hermes roba, y luego sacrifica a los dioses todo lo robado. Prometeo, en cambio, al sacrificar a los dioses, roba y engaña.

El engaño pertenece a un dios. Todos los dioses son importantes, pero el dios de las trampas y de los tramposos es de importancia fundamental en el legado psicológico junguiano. En su engaño, Hermes mostró pericia y desvergüenza, y ambas facetas son parte importante de su naturaleza. Apolo está interesado en detectar la falsedad y en la búsqueda de la verdad; es el dios de la moderación; cualidad que su hermano no demuestra cuando miente. Apolo rige la limpieza ritual. Hermes se presenta como un tramposo que acepta esa realidad; una realidad muy diferente a la de su hermano Apolo. Se sabe que el conflicto entre la conciencia rectora (equivalente a Zeus y Apolo) y el inconsciente (equivalente a Hermes) es medular en psicoterapia. El secreto de este tipo de engaño consiste en que es hermético. Hermes jamás caería en la trampa de hablar a su hermano mayor y a su padre desde el punto de vista de la conciencia rectora que ellos representan. Apolo trata de poner control a los movimientos de Hermes. Evidentemente, tiene miedo de algo muy ajeno a sí mismo y que está más allá de su comprensión -la habilidad de Hermes para matar dos vacas el mismo día de su nacimiento-. Hermes, en consonancia con su naturaleza, se deshace de la sujección de su hermano.

Hermes nos dice, de manera muy clara, que la envidia no forma parte de su naturaleza. Sobre todo Bárbara Hannah quien en sus conferencias trató el "mal de ojo" como una expresión física de la envidia. El ostracismo era la pena que se imponía a alguien que llegase a causar demasiada envidia. Lo absoluto nada tiene que ver con Hermes. Esos seguidores no se han mantenido dentro de las constantes del arquetipo -mostrar el camino y descarriar-, ese eje dual, característico tanto del pastor interior como del pastor exterior.

Desde Orfeo hasta Nietzsche y Jung, es sabido que el intento de reunir esas naturalezas opuestas se tradujo, en el caso de Orfeo, en un mito de destrucción, en el de Niertzsche, en un ingrediente de su locura, y en el de Jung en la vivencia de un posible aparecer de la destrucción y la locura (Nota de Jorge: DE LA LEY DEL AZAR).

Apolo es paranoico y teme ser robado por Hermes. Pero, al mismo tiempo, es él quien nos dice, en el diálogo, que Hermes tiene "el honor, concedido por Zeus, de estar a cargo del comercio entre los hombres..." Los historiadores nos hablan del antagonismo entre el comercio y el poder despótico. Los historiadores nos relatan que cuando la relación entre el poder central (el rey) y los mercaderes es fluida y cooperativa, el reino es próspero; pero, cuando el poder gobernante se torna despótico, surgen antagonismos y conflictos serios entre el gobierno y el comercio, y la prosperidad del reino se estanca. A lo largo de la historia, el despotismo ha bloqueado el comercio, y esto que es válido para la historia de la economía, lo es también para la psique.

La relación entre los dos hermanos mejora cuando Hermes promete que "nunca más robaría nada que el Arquero poseyera, ni siquiera volvería a acercarse a su sólida casa". Con esta promesa se deslindan sus dos campos, lo cual, por supuesto, tranquiliza a Apolo y le inclina a amar a Hermes más que a nadie. La delimitación de sus campos de acción, la definición de sus fronteras, suscita un movimiento hacia el amor.

El presagio nos da una sensación de pronóstico, de presentimiento. Recibimos un aviso que nos conecta con nuestra naturaleza, y que siempre se encuentra dentro de los límites de nuestra propia historia. Podemos imaginar el discurrir de un hombre por los oscuros caminos de la vida, guiado o descarriado por Hermes y ávido de un augurio instintivo que marque sus movimientos a lo largo de la ruta. Este tipo de augurio, de guía, conecta al hombre con su naturaleza, y al mismo tiempo, surge de ella en momentos en que la supervivencia se ve amenazada.

Muerte es muerte -el permanente y terrible opuesto de la vida-, aun cuando la cultura occidental, generalmente hablando, haya reprimido de manera sistemática su significado para la psique. Esa libertad me permite imaginar la muerte en esos oscuros "tiempos primordiales" a que hace alusión el Himno, y le permite a mi propio primitivismo leer e imaginar los tiempos primordiales como si se tratara de un trozo de pensamiento mítico: el hombre primordial, lleno de un profundo respeto y horror ante la muerte, al darse cuenta de qué es realmente: muerte, el impacto devastador que por vez primera le hizo tomar conciencia de sí mismo; el shock que comenzó a hacerle humano; el despertar del instinto de reflexión; el comienzo de la vida psíquica, la cultura y la creencia religiosa. Quiero ver esta conciencia primordial de la muerte como un aspecto esencial de las complejidades psico-biológicas que contribuyeron a que apareciera el habla. La conciencia -la primera- de la muerte puso las bases de la psique humana.

Jung y sus seguidores han sido los únicos que se han interesado en el puer aeternus; pero lo han considerado como un arquetipo de dos cabezas: la oposición complementaria del puer y el senex; la infancia y la adolescencia en oposición a la edad adulta y la vejez. Cuando una conciencia regida por el puer se ve en la necesidad de confrontar la muerte en un sentido religioso, aparece de inmediato la inclinación a salirse de la realidad emocional de la muerte. La historia religiosa del hombre occidental ha estado más preocupada con la resurrección que con la muerte.

Hermes puede aceptar hasta el juego pornográfico de la mente. En la escena de los amores a escondidas de Afrodita y Ares. La imagen descubre una actitud libidinosa en Hermes y otra fuertemente represiva en Poseidón cuya reacción nos parece mojigata y escandalizada propia de quien es incapaz de disfrutar el humor sexual implícito en la situación, tal y como lo hacen los otros dioses. No es difícil observar en este dios elementos característicos de la compulsión. Poseidón gobierna el mar, los ríos y los manantiales, los cuales desconocen la calma, incluso cuando aparentan estar en reposo. De modo que él es una imagen propicia para vivenciar la función natural de la compulsión. Recordemos que Poseidón construyó las murallas de Troya "con gran fatiga", lo cual es una imagen tanto de protección como de compulsión. Poseidón, como elemento de la historia sexual narrada por Homero, demuestra repulsión hacia la imaginería de la sexualidad y una necesidad compulsiva por deshacerse de ella cuanto antes.

(Nota de Jorge: verdades superiores y formalidades nos pueden llevar de una manera inteligente(hablamos de vida?) a controlar, desviar e incluso la castidad (escoger por virtud) de la sexualidad.

Esto se hace evidente en los casos dominados por la imaginería de la posesión diabólica, y tiene importancia considerando los numerosos casos en que esta imaginería domina el escenario de la patología. Podríamos concebir lo que aquí estamos tratando como un intento de transformar el diablo en Pan. En psicología, lo referimos todo a la naturaleza humana, y pese a ello, solemos olvidar que somos parte de la Naturaleza (nota de Jorge: que emana con forma de espíritus corporales). Quizá el uso de la palabra Espíritu sea en parte causa de este olvido (Nota de Jorge: ¿vamos a obviar la realidad del Espíritu Santo? yo tengo amor a EEEL-Tercera Persona más que creencia y no lo llamo fe porque este término no lo alcanza y ciega, entonces sí suave y particularmente es fe, porque la fe es como la dignidad, no es colectiva aunque se desarrolla en el colectivo, pero muchos casos individuales sin Espíritu dan lugar a un pueblo vacío... a devorar por los ángeles (los individuos) y Dios (el pueblo)

Ya sabemos que Hermes no es un héroe; por lo tanto, la ninfa de la naturaleza no debería ser considerada con relación al heroísmo o la redención, sino asociada con relación el aspecto indigno de la vida.

Los escritores clásicos, en muchas ocasiones, han narrado situaciones como ésta, en la que un dios, o una diosa, participa en la concepción de un mortal como progenitor. Homero registra la historia de una situación real, en la cual la psicología de una de las dos figuras progenitoras se atribuye a un dios, Hermes. Incluir a un dios o una diosa en la genealogía de alguien imprime una huella y marca el significado de toda una vida. Empero, tan pronto como la historia y la cultura se vieron dominadas por la genealogía paterna, concreta y directa, a causa de la presión ejercida por la fantasía del único dios verdadero, esa huella se desvaneció -el "todos somos hijos de Dios"- De esa forma, la participación de dioses y diosas en la genealogía de los hombres pasó al inconsciente colectivo. Pero el inconsciente es precisamente el campo de la psicología junguiana, el ámbito donde la psicología debe explorar.

Hermes es el dios de la sexualidad, incluyendo la sexualidad fácil y el amorío pasajero. La posibilidad de que la sexualidad maníaca sea un movilizador de la psique aún no ha sido percibida (?)

En el análisis de la imagen clásica de Hermes persiguiendo a una ninfa hemos ampliado nuestra vivencia de la imagen hasta el punto en que raya con el rapto, manteniendo la borderline entre rapto y persecución. El rapto puede aparecer bien como un movilizador psíquico o bien como lo que, desde el punto de vista de la conciencia colectiva, cae dentro del contexto de lo criminal (Nota de Jorge: prostitución y aborto...)

Si intentamos evocar, por ejemplo, los temas profanos tratados con más frecuencia en Italia durante esa época [siglos XV y XVI], lo que nuestra memoria nos presenta son escenas de seducción o de rapto, de amor o de embriaguez...


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