Estimando que sus ideas heliocéntricas
contravenían las Sagradas Escrituras,
la Inquisición le condenó a prisión de por vida.
Por ello, ha pasado a la historia como símbolo
del enfrentamiento entre libertad de pensamiento
y dogmatismo religioso.
Su interés por la astronomía no era nuevo.
Conocía bien las dos teorías astronómicas rivales, la geocéntrica y la heliocéntrica, siendo partidario de la segunda desde sus tiempos de estudiante.
Desde 1597 había mantenido una rica correspondencia científica con el gran astrónomo germano Johannes Kepler, pero ese interés creció de forma considerable desde que, haciendo uso de su telescopio en las limpias noches paduanas, empezó a descubrir en los cielos muchos fenómenos que no eran acordes con la vieja cosmología geocéntrica.
Con el telescopio vio que la superficie de la Luna no era lisa, sino que estaba llena de montes y valles; que la Vía Lactea era una gran aglomeración de estrellas; que Júpiter tenía cuatro satélites; que "algo" había alrededor de Saturno (anillos de Saturno); que en la incandescente superficie del Sol existían manchas enormes que ponían de manifiesto la rotación del astro rey alrededor de su propio eje; y que el planeta Venus mostraba fases similares a las de la Luna.
Su descubrimiento de las lunas de Júpiter fue especialmente corrosivo para la vieja cosmología, pues la existencia de un segundo centro de rotación (Júpiter) contravenía el principio aristotélico según el cual todos los cuerpos celestes giraban en torno a un único punto: el centro del universo.
Cuando comunicó sus observaciones, muchos rehusaron mirar a través de un instrumento, el telescopio, que mostraba hechos incompatibles con la física aristotélica.
En su antigua universidad reabrió el debate que en ella había iniciado veinte años atrás sobre la física aristotélica y la astronomía geocéntrica.
Entonces tenía mejor posición y argumentos más poderosos para sostener sus tesis, pero el debate emprendió un rumbo más peligroso.
Se le acusó de defender una doctrina que contradecía las Sagradas escrituras, y aunque Galileo fue defendido por el gran duque y por los influyentes cardenales Bellarmini y Barberini, el Vaticano tomó cartas en el asunto y en 1616 condenó formalmente la doctrina de Copérnico y conminó a Galileo a que no escribiera ni dijera nada en apoyo de esa doctrina.
Cuando, en 1632, el cardenal Barberini fue elegido papa (Urbano VIII), Galileo creyó llegado el momento de publicar sus Dialogo sopra i due massimi sistemi o Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, que contenía una encendida defensa de la teoría copernicana y una serie crítica del geocentrismo; su vieja amistad con el papa no le libró en esta ocasión de ser juzgado por el Santo Oficio.
Por orden papal fue encarcelado en el palacio de un alto funcionario de la Inquisición, donde permaneció recluido hasta que el Santo Oficio terminó de instruir su proceso.
Finalmente, el 20 de junio de 1633 Galileo fue conducido ante el tribunal que, al cabo de dos días de juicio y después de que hubiera accedido a abjurar, maldecir y detestar el error y la herejía relativa al movimiento de la Tierra (arrodillado ante sus eminencias y con la vista puesta en las Sagradas Escrituras), le condenó a cadena perpetua, al tiempo que prohibía la difusión de su herético libro.
Tenía 70 años, y aún le quedaban fuerzas para terminar su obra científica más importante, los Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno a due nuove scienze, que había comenzado durante su cautiverio en el palacio del arzobispo de Siena.
Seis meses después, le concedieron el traslado a su villa florentina de Arcetri, donde viviría confinado hasta su muerte, a condición de que no volviera a defender las posiciones copernicanas, ni en público ni en privado, ni celebrase reunión científica alguna en que no estuviera presente algún representante del Santo Oficio.
Al año siguiente murió su primera y más querida hija, sor María Celeste, y el ya anciano sabio, embargado por una profunda tristeza, terminó de escribir el libro que empezara durante su reclusión romana.
Este texto fundacional de la física moderna no fue publicado hasta 1638 en Holanda, pero sus puntos esenciales se difundieron rápidamente por toda la Europa culta gracias al religioso francés Mersenne que en 1634 publicó en París, el libro titulado Les mechaniques de Galileo.
No pudo ver su libro impreso.
A principios de 1638 había perdido la vista.
Tampoco podría ya volver a mirar el firmamento a través de su telescopio.
Cuatro años más tarde, atendido por sus dos discípulos predilectos, Viviani y Torricelli, falleció en su villa de Arcetri el 8 de enero de 1642.
La lógica de Galileo era tan aplastante y sus argumentos tan sólidos que, a pesar de los desesperados intentos del Vaticano por impedirlo, bastó una generación para que la filosofía de la naturaleza del sabio griego fuese considerada casi una pieza de museo.
En ella había expuesto los elementos esenciales de una nueva filosofía de la naturaleza, que terminaría construyendo cincuenta años más tarde el británico Newton, aprovechando los descubrimientos e ideas del científico italiano.
ADEMÁS, GALILEO DIO EL PASO QUE VA DE LA FILOSOFÍA NATURAL A LA CIENCIA DE LA NATURALEZA, AL INSTITUIR LA EXIGENCIA DE LA DEMOSTRACIÓN EN ESTE CAMPO Y PROPONER EL MÉTODO EXPERIMENTAL COMO PROCEDIMIENTO DE LEGITIMACIÓN DE HIPÓTESIS.
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