Sin embargo, un marido menos complaciente puso fin a la carrera de Guilhem de Cavestan. Al descubrir que su mujer era la inspiradora (y algo más) del importuno poeta, Micer Raimon de Roussillon le hizo pasar a mejor vida. Algunas horas después -prosigue la historia- preguntó a su mujer si le había gustado el corazón que le había servido con especies. Ella no formuló crítica alguna, pero -al escuchar que había devorado el corazón de su amante- respondió en términos que constituyen un verdadero modelo para todas las esposas que se hallen en la misma situación: "Era tan bueno y tan sabroso, que ninguna otra comida o bebida conseguirá borrar de mi boca la dulzura que el corazón de Guilhem ha dejado en ella". Cuando su marido, furioso, avanzó hacia ella, se arrojó al vacío por un balcón. El enojo real se abatió posteriormente sobre el taciturno esposo.
¿Debemos buscar su origen en la simple adaptación, mil años después, del Arte pecaminoso de Ovidio a la vida de los castillos?¿Por qué los libertinos aventureros, habituados a tomar cuanto apetecían, se dejaron imponer por los poetas y las mujeres esta refinada concepción del amor?¿Por qué llegaron a escribir versos ellos mismos?¿Por qué permitieron al autoritarismo femenino enviarlos a Jerusalén?¿Por qué cambiaron el tradicional deporte del sexo fuerte, que consistía en desarzonar a otros caballeros -o ser desarzonados por ellos- del lomo de fogosos corceles, por una disputa donde la apuesta era el favor de una bella, haciéndose vestir y conducir a la liza por mujeres y cifrando su máximo honor en llevar como insignia el guante o el refajo de ésta?¿Acaso veían en el amor cortés una especie de velo capaz de cubrir la licenciosidad, del mismo modo que utilizaban el espíritu caballeresco para esconder la violencia?
Historia de la galantería, E.J. Turner
En el hecho de llevar el velo o la ropa de la mujer amada, que conserva el olor de su cabello o de su cuerpo, revélase el momento erótico del torneo caballeresco con toda la transparencia posible. En la excitación del combate, regalan las damas un adorno tras otro, de suerte que al términar el espectáculo se encuentran en sus asientos sin nada a la cabeza e incluso sin mangas. Esta situación da un asunto de hondo incentivo a un poema rimado de la segunda mitad del siglo XIII, "De los tres caballeros y la camisa". Una dama cuyo esposo no gusta de la lucha, aunque por lo demás es un hombre lleno de nobleza y dulzura, envía su camisa a los tres caballeros que la sirven por amor, para que la lleven como cota de armas, sin coraza ni más protección que el yelmo y glebas, en el torneo que organizará su marido.
El primero y el segundo caballero no se atreven a tanto. El tercero, que es pobre, toma la camisa por la noche en sus brazos y la besa apasionadamente. En el torneo aparece con la camisa como cota de armas, sin coraza debajo. La camisa queda desgarrada y teñida con su sangre y él gravemente herido. Su extraordinaría valentía causa admiración y se le otorga el premio; la dama le consagra su corazón. Mas ahora pide el amado la reciprocidad. Devuelve a la dama la camisa ensangrentada, a fin de que ella la lleve tal como está sobre sus vestidos en el banquete que cierra el torneo. Ella la abraza tiernamente y aparece con la ensangrentada vestidura. La mayoría la censura, el esposo queda perplejo, pero el narrador pregunta; ¿cuál de los dos amantes hizo más por el otro?
Los torneos eran de hecho motivo de casos sensacionales de adulterio; como por ejemplo, aquel del año 1389 de que dan testimonio el monje de San Dionisio y, fundándose en su autoridad, Juvenal des Ursins. El derecho canónico había prohibido desde antiguo los torneos. Introducidos en un principio como preparación para la guerra leemos en los códices que habían llegado a ser un abuso intolerable.
El otoño de la Edad Media, Johan Huizinga
August 27, 2013
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