LA MUERTE DE DIOS
¡Que se mueran de una vez! En otros tiempos ofender a Dios era el mayor delito, pero Dios ha muerto y con él han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más terrible es cometer un delito contra la tierra y valorar más las entrañas de lo inescrutable que el sentido de ésta! En otros tiempos el alma despreciaba el cuerpo, y se tenía en gran estima ese desprecio. El alma prefería el cuerpo flaco, feo y famélico. De esta forma pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra. Pero esa alma era a su vez flaca, fea y famélica, y su mayor placer era obrar con crueldad. Ahora, hermanos, respondedme: ¿Qué os dice vuestra alma de vuestro cuerpo?¿Acaso no es vuestra alma miseria, suciedad y un bienestar lamentable? En realidad, el hombre es un río sucio. Hay que ser un mar para poder recibir un río sucio sin ensuciarse al mismo tiempo. Yo os muestro al superhombre: él es ese mar, en él puede desembocar vuestro gran desprecio.
EL HOMBRE
Y es que, para el que tiene conocimiento, el hombre no es más que un animal de mejillas sonrosadas. ¿Por qué es así?¿No será que ha tenido que avergonzarse muchas veces? El que tiene conocimiento, amigos, dice: “La historia del hombre es vergüenza, vergüenza, vergüenza”. Por esta razón la persona noble suele imponerse la norma de no avergonzar a nadie y de avergonzarse ante todos los que sufren. En verdad os digo que no aguanto a los compasivos, que se alegran en su compasión; les falta vergüenza. Si tengo que ser compasivo, no quiero, sin embargo, que me tengan por tal; y, cuando lo soy, prefiero serlo a distancia. Me gustaría taparme la cara y salir de allí corriendo antes de que me reconozcan. Así me gustaría que obraseis vosotros, amigos. ¡Ojalá el destino ponga siempre en mi camino hombres como vosotros, que no sufran, con los que pueda compartir mi esperanza, mi comida y mi miel. Es verdad que he hecho cosas a favor de gente que sufría, pero siempre me parecía que obraba mejor cuando aprendía a alegrarme. Desde que existe el hombre, ¡qué poco se ha alegrado! Ese es, hermanos, nuestro pecado original; pues, si aprendemos a estar alegres, nos olvidaremos con más facilidad de hacer daño a los demás y de imaginar nuevas formas para perjudicar a los otros. Por eso yo me lavo la mano que ha ayudado al que sufría y me limpio incluso el alma. Es que me dio vergüenza ver cómo se avergonzaba el hombre que sufría, y cómo ultrajaba yo su orgullo al intentar ayudarlo. Los grandes favores no suscitan gratitud, sino deseo de venganza y, si no somos capaces de olvidarnos del pequeño favor que nos han hecho, este termina convirtiéndose en un gusano que nos roe. “¡Sed reacios a aceptar favores!¡Honrad a quien os hace un favor aceptando su ayuda! Siempre aconsejo esto a quien no tiene nada que dar. Yo soy de los que dan; me gusta regalar a mis amigos, como amigo. Respecto a los que no conozco y a los pobres, prefiero que cojan ellos mismos los frutos de mi árbol, pues de esta forma sentirán menos vergüenza. En cuanto a los mendigos, lo mejor sería suprimirlos, pues molesta tanto darles como no hacerlo. Lo mismo se puede decir de los pecadores y de los que tienen mala conciencia.
EL SUPERHOMBRE
Zaratustra miró a la gente y se quedó sorprendido. Luego siguió hablando:
- El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda tendida sobre un abismo. Es peligroso cruzar de un lado a otro, es peligroso temblar y es peligroso pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta; lo que hay en él digno de ser amado es que es un tránsito y no un ocaso. Yo amo a los que no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que cruzan al otro lado. O amo a los que desprecian mucho, pues ellos son los que veneran mucho; ellos son las flechas del deseo lanzadas a la otra orilla. Yo amo a los que no buscan detrás de las estrellas una razón para hundirse en su ocaso y sacrificarse, sino que se sacrifican en aras de la tierra para que surja de ella el superhombre. Yo amo a aquel que vive para conocer, y quiere conocer para que alguna vez aparezca el superhombre; y, de esta forma, quiere su propio ocaso. Yo amo al que trabaja y crea para construirle la casa al superhombre, al que prepara para él la tierra, el animal y la planta; pues, de esta forma, quiere su propio ocaso. Yo amo a la flecha del deseo. Yo amo a quien no se queda ni con una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegramente el espíritu de su virtud; y, de esta forma, cruza el puente bajo la forma de espíritu. Yo amo a quien convierte su virtud en su inclinación y en su destino fatal; y, de esta forma, quiere seguir y no seguir viviendo por amor a su virtud. Yo amo a quien no pretende tener muchas virtudes, pues una virtud es más virtud que dos, ya que es nudo más fuerte al que queda sujeto el destino fatal. Yo amo a aquel cuya alma se entrega completamente, y no pretende que se lo agradezcan ni que le devuelvan nada, pues se entrega siempre y no quiere conservarse a sí mismo. Yo amo a quien, cuando le favorece la suerte en el juego de los dados, se pregunta avergonzado: “¿Estaré haciendo trampas?”, pues este quiere perecer. Yo amo a quien, antes de hacer algo, lanza palabras de oro y cumple más de lo que promete; pues ese quiere su ocaso. Yo amo a quien justifica a las generaciones futuras y redime a las del pasado; pues ese quiere perecer por la generación del presente. Yo amo a quien castiga a su dios, porque lo ama; pues la cólera de su dios terminará haciéndole perecer. Yo amo a quien tiene un alma profunda hasta cuando le hieren, y que puede perecer ante cualquier exigencia insignificante; pues ese cruza el puente de buen grado (DESTRUCTIVO). Yo amo a quien tiene un tan llena que se olvida de sí, y lo tiende todo dentro de él; pues, de esta forma, transforma todas las cosas en su ocaso. Yo amo a quien tiene un espíritu y un corazón libres; pues su mente no es más que las entrañas de su corazón, y su corazón le empuja al ocaso. Yo amo a todos los que son como gotas pesadas que van cayendo una a una del nubarrón suspendido encima de los hombres; pues estos anuncian el rayo que viene y perecen por anunciarlo. Yo anuncio el rayo y soy como una pesada gota que cae del nubarrón. ¡Ese rayo se llama superhombre!
EL ÚLTIMO HOMBRE
Y Zaratustra se dirigió a la multitud:
- Ha llegado la hora de que el hombre fije su propia meta. Ha llegado la hora de que el hombre plante la semilla de su más alta esperanza. Su tierra es aún bastante fértil para ello. Pero un día esa tierra será pobre y floja, y ya no podrá brotar en ella ningún árbol elevado. ¡Ay, llegará un día en que el hombre ya no lanzará más allá de sí mismo la flecha de su anhelo; un día en que ya no sabrá vibrar la cuerda de su arco! Yo os digo que hay que seguir teniendo un caos dentro de uno para poder dar a luz una estrella rutilante. Y yo os digo que vosotros tenéis todavía un caos en vuestro interior. Pero, ¡ay!, llegará un día en que el hombre ya no podrá dar a luz ninguna estrella. Llegará, ¡ay!, el día del hombre más despreciable: el hombre que ya no es capaz de despreciarse a sí mismo, ¡Mirad! Yo os muestro el último hombre. “¿Qué es amor?¿Qué es creación?¿Qué es anhelo?¿Qué es estrella? –se pregunta, guiñando el ojo, el último hombre. En ese momento la tierra se ha empequeñecido, y sobre ella se mueve a saltos el último hombre, que todo lo empequeñece. Su especie es tan indestructible como la del pulgón; el último hombre es el que vive más tiempo. “Hemos encontrado la felicidad”, dicen los últimos hombres, guiñándose el ojo. Han abandonado las comarcas donde la vida era más dura, pues necesitan calor. Siguen amando al prójimo y se frotan entre sí, pues necesitan calor. Consideran que es un pecado enfermar y desconfiar. Andan con mucho cuidado. Solo un tonto puede seguir tropezando con las piedras y con la gente. Un poco de veneno de vez en cuando les produce sueños agradables, y una buena dosis de veneno al final, para que la muerte no sea un trance amargo. Siguen trabajando incluso por puro entretenimiento, pero procuran que el entretenimiento no sea muy cansado. No son ya ni pobres ni ricos, porque las dos cosas son demasiado molestas. ¿Quién va a querer aún gobernar?¿Y quién va a querer obedecer? Las dos cosas son demasiado molestas. Hay un solo rebaño sin ningún pastor. Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien disiente del sentir general se recluye voluntariamente en un manicomio. Los más perspicaces señalan, guiñándose el ojo: “En otros tiempos todos estaban locos”. Hoy la gente es inteligente y está al tanto de cuanto sucede; por eso no para de burlarse. Se sigue discutiendo, pero pronto se llega a la reconciliación; lo contrario, hace daño al estómago. La gente tiene su pequeño placer para cada día y su pequeño placer para cada noche: rinde culto a la salud. “Nosotros hemos encontrado la felicidad”, dicen los últimos hombres, guiñándose el ojo.
Al llegar a este punto, Zaratustra dio por terminado el primer discurso o preliminar, pues el griterío y el regocijo de la multitud lo interrumpió.
- ¡Danos ese último hombre, Zaratustra! –gritaban–; ¡conviértenos en ese último hombre!¡Te puedes quedar con el superhombre!
EL HOMBRE-RELOJ
A otros parece que les agarran desde abajo: sus demonios los arrastran, y cuanto más se hunden más brillan sus ojos y tanto más codician a su dios. También habrán llegado a vuestros oídos los gritos de los que exclaman: “Todo lo que no soy yo, ¡eso, eso es para mí Dios y la virtud!” Hay otros que llevan tanto peso que rechinan como carros que marchan cuesta abajo cargados de piedras: hablan mucho de dignidad y de virtud, pero llaman virtud a sus frenos. Otros son como relojes a los que se debe dar cuerda a diario; producen su tic-tac mecánicamente, y pretenden que se llame virtud a ese tic-tac. Estos me divierten: cuando me encuentre con uno de esos relojes, le daré cuerda con mis burlas, y se pondrá a ronronear. Otros están orgullosos de tener la justicia en el puño, y en su nombre cometen crímenes contra todo lo que les rodea, de tal manera que el mundo se ahoga en su injusticia. Me dan náuseas cuando les oigo hablar de virtud, y cuando dicen: “Yo soy justo”, pues suena: “¡Estoy vengado!” Con su virtud quieren sacar los ojos a sus enemigos; y se ensalzan solo para humillar a los demás. Hay otros que se sientan en su charca y se ponen a hablar desde el cañaveral: “La virtud consiste en que cada uno se siente en silencio en su charca. Nosotros no mordemos a nadie, huimos de los que muerden, y en todo tenemos la opinión que se nos dicta”. Los hay amantes de los gestos, que piensan que la virtud es una especie de gesto. Sus rodillas están siempre dispuestas a hincarse en el suelo y sus manos a juntarse para alabar la virtud, pero ¡qué lejos de todo eso está su corazón! Hay algunos que consideran que es una virtud decir: “¡Qué necesaria es la virtud!”, pero piensan que lo único necesario es la policía. Y no son pocos los que, desconociendo lo que hay de elevado en los hombres, llaman virtud a ver de cerca lo mezquinos que somos, y por eso consideran virtuosa su malvada mirada. Algunos llaman virtud a su deseo de ser ensalzados y glorificados; otros reservan este nombre para su deseo de verse abatidos. En resumen, de una manera u otra, casi todos creen que participan de la virtud; y cada uno cree que, por lo menos, sabe lo que es el bien y lo que es el mal.
September 15, 2011
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