Hay personas que se ganan a pulso la soledad, y me refiero sobre todo a esas personas que consiguen ahuyentar a los demás con sus caras amargas y su agresividad a flor de piel. Esa gente, aunque necesitada de compañía, se las arregla bien para que los demás las vayan evitando. Unos son tan pesados que aburren a las piedras porque, en cuanto se encuentran con alguien, o bien no los dejan hablar o hablan solo de sí mismos y de sus cosas como si únicamente su vida tuviese atractivo y los demás no tuviesen nada interesante que aportar.
Otros son repelentes y van dejando un tufillo de raros, solitarios, malencarados y agresivos que hace que los demás no se acerquen a ellos ni los busquen. Otros se comportan de forma tan egoísta que solo les importa su vida y los demás solo son importantes para uso personal cuando los necesitan, mientras que nunca están para dar algo a los que los rodean; en cuanto la gente se da cuenta de su egocentrismo, evita encontrarse en su camino. Y están los que parece que les molesta la gente a su alrededor; son seres solitarios e insociables que emiten antipatía y sensaciones de rechazo.
Todos éstos tienen un común denominador que consiste en que se van quedando solos y, justo cuando más necesitan de la compañía de los demás, es cuando menos disponen de ella porque, a lo largo de la vida, fueron haciéndose merecedores del máximo aislamiento, por lo que se encuentran la soledad con gran merecimiento.
Por este motivo, contra la soledad no hay mejor remedio que comunicarse y hacerlo bien, con simpatía, respeto y educación, además de procurar ayudar a la gente cuando nos necesita; ir donde están los demás en lugar de limitarse a esperar que vengan a nosotros. Dado que la comunicación está regida por el principio de reciprocidad, se puede deducir muy fácilmente que podemos contar con las personas cuando nuestras conductas se dirigen a satisfacer las necesidades que los demás tienen, y ya sabemos todos que esas necesidades se reducen a darles atención, cariño en otros casos, acordarnos de ellos en los buenos momentos y en los malos y dedicarles tiempo aunque no sea diariamente. Dando, atendiendo, ayudando, ofreciendo nuestra ayuda cuando sea necesario, llamándolos y acordándonos de ellos en distintos momentos son claves naturales que, por ese principio referido, harán que los demás nos acompañen, atiendan, quieran y vengan a nosotros o disfruten de nuestra compañía, y viceversa.
En realidad, el remedio es muy fácil. La mayor dificultad radica, ciertamente, en hacerlo con frecuencia y no de vez en cuando o solo en el momento en que nos es de utilidad la compañía. Es decir, que para labrarse compañía que nos dé apoyo y protección, incluso diversión, hay que esforzarse en darse y repetirlo, porque tanto lograr edificar una relación o compañía a lo largo del tiempo como encontrar otra cuando nos ha fallado la que teníamos requiere no sólo dirigirse activamente en su busca, en lugar de limitarse a esperar pasivamente un encuentro, sino cuidar la relación, lo cual no es lo mismo que usarla por pura conveniencia, y después si te he visto no me acuerdo. Y por supuesto, resulta indispensable buscar excusas para encontrarse con la gente, para lo cual existen muchas posibilidades, desde Internet hasta viajar, apuntarse a actividades sociales, fiestas, acudir al gimnasio o a clases de baile.
(Nota de Jorge: y acudir los domingos a las 13.30 a un grupo numeroso y gracioso de SINGLES MADRID con aperitivo, comida y café en la terraza interior con mucho estilo del Hotel Vincci-Soho enfrente del Ateneo en la calle Prado hasta las 18 horas de charla particular amigable y amorosa con un gasto de 20 euros, y aun más festivo en sus cenas y baile los sábados...).
Hablamos aquí de compañía en el sentido pleno de su significado, no como un fugaz encuentro con una persona. Los encuentros esporádicos sirven para pasar un rato y entretener el tiempo unos minutos o algo más, pero no existe flujo afectivo ni vínculo creado que permita sentirnos acompañados.
(nota de Jorge: a esas edades cincuentonas con hijos adultos, los rollitos son en tu casa o en la mía pero no en la nuestra? y qué quedan diez años para disfrutar y luego todos viejos?...uno se tiene entonces que dedicar si no es muy pasional, esforzudo y no tiene dinero para hacer regalos a la iglesia, misas, oración y escritos?...)
La soledad sobrevenida, por tanto, no debe ser un problema grave, siempre que la persona se decida a abrir sus relaciones en busca de nuevos apoyos, aunque haya algunas que se cierren en banda, conformándose con flagelarse en su aislamiento. Y mientras se van fraguando esos nuevos contactos no vivirla como una tragedia.
EL PSICÓLOGO DE CABECERA
Miguel Silveira
July 10, 2014
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